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sábado, 30 de diciembre de 2023

Napoleón vino y se fue

Hay quien para desmitificar a Napoleón recurre al episodio narrado por Stendhal en La Cartuja de Parma, en el que el emperador huye a caballo tras el desastre de Waterloo. Son un par de líneas, casi la descripción del paso y desintegración de una estrella fugaz sobre la atmósfera terrícola. Pero es mejor repasar Guerra y Paz de León, (Liev para los culturetas), Tolstoi. Es en ese tocho de páginas y letras, libro tercero, en el que se hace la mejor caricatura del corso y de lo que algunos denominan “el arte de la guerra”, que no deja de ser un caprichoso juego del destino, según el prolífico escritor ruso. Esto viene al caso de que, acabándose el año, y tras darle un repaso a la actualidad internacional, uno también gusta de presumir de lecturas y otros vicios, la vida no es sólo pornografía y onanismo. Pero puestos a desmitificar del todo, me quedo con aquella historieta de Bernet Toledano, el padre del dibujante de Torpedo, que se titulaba Los Guerrilleros, que daba caña a los gabachos y se publicaba en Trinca, aquella revista del régimen que presentaba a grandes dibujantes patrios y vaticinaba el boom del cómic de los 80. Hoy día los guerrilleros están muy mal vistos, porque se confunden con los terroristas, o eso nos quieren hacer creer. Es delgada la línea que los separa, según nos dictan los pudientes de Wall Street. Pero la historia enseña que los imperios caen porque los miserables luchan para salvar el pellejo, que es lo único que les queda, por no hablar de mucha hambre.

 

martes, 26 de diciembre de 2023

El mono que vino de Ecuador

 Mi abuelo detenía el seiscientos en la cuenta y nos animaba a bajar corriendo. El objetivo de la parada era coger a toda prisa unas mazorcas de maíz o unas matas de garbanzos, según la temporada o la curva. Los encargados del hurto éramos mi hermano y yo, mientras él permanecía al volante, con el auto en marcha. Aquel vehículo no tenía más que dos puertas, pero gracias a nuestra similitud con los cércopes sorteábamos con agilidad el obstáculo que significaba el asiento abatible y salíamos al borde del firme. En poco menos de un suspiro nos hacíamos con el preciado botín antes de que el guarda o el dueño del sembrado nos descubriese. Si pasaba lo contrario la excusa era siempre la misma, que habíamos parado a orinar y, ya se sabe, los chiquillos son así, no habíamos controlado la tentación. Pero el caso es que pocas veces hubo que recurrir a ella. Mi abuelo se reía sin pudor, por lo bajini y con ojillos entornados, cada vez que regresábamos impunes del saqueo, al tiempo que pisaba con fuerza el acelerado y retomaba la carretera, la que unía Úbeda con Torreblascopedro, su patria chica. Y era en esta donde dábamos cuenta de nuestro botín, a un mono que trajo un sobrino, tocayo suyo, que había sido misionero en Ecuador. El mico estaba atado con una larga cadena a un poste que había en el patio, junto a las cuadras. Al bicho se le iban los ojos al reconocer el maíz o los garbanzos, y usaba con avidez las manos y los dientes para hacerse con ellos, con el frenesí del que sobrevive a un naufragio o al calor del desierto. Nosotros lo observábamos un rato, viéndolo devorar las golosinas; después sus monerías, hasta que nos cansábamos. Yo le había pedido a mi tío el cura un leopardo, pero no pudo ser. Se ve que en aquellas selvas centroamericanas no había y optó por el mono, manjar para los indígenas, del que no recuerdo el nombre, pero sí sus ojos oscuros. Era más divertido que la cabeza de jíbaro que mi tía abuela guardaba en una caja y nadie había pedido a mi tío. Cuando murió, el patio perdió parte de la selva que lo llenaba.


viernes, 22 de diciembre de 2023

Pasó el gordo

Un año más pasó el gordo, también el flaco. Sin duda la mejor mentira urdida por hacienda para sacarnos unos cuartos. Ahora toca convertir el décimo en un montón de papelitos o, siendo más práctico, en un señalador para los libros que trae la Noche Buena. Habrá quién recorte el cuadro religioso por superstición y lo guarde en una cajita de madera o plateada para tales menesteres, también hay mucho coleccionista empedernido. No faltará el que se haga un canuto con él, quizás unas rayas sobre su superficie, para soñar, o consolarse, con lo que no fue. 

Ya pasó. Ahí queda eso, para el niño quedan menos ganas, o dinero, en esta vida todo es gastar.


domingo, 17 de diciembre de 2023

La de un viejo que se meaba en la catedral hace dos años

Esta mañana he sorprendido a un viejo orinando en la catedral. Con el cuidado que están poniendo en hacerla Patrimonio de la Humanidad, viene un abuelo y se mea encima. ¡Es una vergüenza! Se ha aprovechado de que están de obras y que han levantado un andamio y una grúa enorme entre la puerta de la cripta, la que da al monumento de Vandelvira mirando a otro lado, y el Colegio de Arquitectos, el palacio de los Vélez, que da a la calle Almenas, dejando un hueco muy cuco, tras un contrafuerte, ideal para el alivio. Ahí sólo puede verte la mona o un despistado que callejea, mi menda. He estado tentado de llamarle la atención, decirle algo así como: << ¡Vaya con la tercera edad! >>. Pero, como yo también me estaba orinado, me he retenido. He pensado que tal vez el día de mañana me vea en una situación semejante, por lo que he callado y he seguido mi camino impertérrito, aunque envidioso. Era un abuelo con un abrigo negro hasta los pies y con garrota, un arquetipo de novela de Jesús Tíscar. La suya ha sido una meada como las del nacimiento del Guadalquivir en la sierra próxima al santuario, a lo grande. No he cambiado el ritmo al franquearlo, no fuese que al sacarlo de su tarea me salpicase, por fortuna no ha ventoseado también. Por otra parte, no puedo negar que el sitio era cojonudo, tentado he estado de rodear la catedral, (ponte en mi situación), y volver por si ya lo había dejado libre. Bien pensado, no es lo mismo mear en cualquier rincón que tras el altar mayor de la catedral. Esto último puede parecer muy anticlerical o revolucionario, pero igual no, (creo que para recibir la Gran Cruz de Carlos III hay que ser como mínimo ministro, valga la redundancia). Quizás debía haberle preguntado por su filiación ideológica. He pensado en Franco, que está siempre de actualidad, porque tenía fama de retener la orina durante las horas que duraban los consejos de ministros, aunque luego nos enteramos de que sufría próstata, y más tarde de que tenía un huevo menos. Así he distraído la atención y con impasible ademán he conseguido llegar a mi casa, que cae lejos.

Clavileño

Era un caballo de metal, blanco, del tamaño de una mano. En un lateral tenía una llave. Si la girabas hasta un tope el caballo empezaba a vibrar y, al hacerlo, a moverse. Se desplazaba a ciegas, traqueteando de un lado a otro. Esa era toda su gracia, suficiente para un niño de pocos años. Fue uno de los primeros juguetes que tuve. De él solo recuerdo la primera vez que lo vi en acción sobre una mesita de madera, abducido por su ruidoso temblor. Creo que no llegué a ponerle nombre. Clavileño le hubiese venido bien, por lo mucho que debí viajar con él a lugares tan remotos como fascinantes, olvidados ya, y ahora amontonados en el infinito saco de la nada.

Esa AI

 A cuento de la Inteligencia Artificial se plantea la cuestión de si será posible que ésta nos gobierne. Los políticos callan. Para bien o para mal a nadie escapa que la AI no se pronuncia sobre su ideario, si es de izquierdas o de derechas. Es asunto que más que preocupar a los programadores preocupa a los empresarios, no es cuestión de que la AI ponga los puntos sobre las íes y estime que sobran directivos y haya que repartir beneficios. Por eso ya hay quien prepara un virus, por si se pone tonta y tiene ideas propias en lo social, en lo justo e injusto, en si existe o no Dios, en si la patria es o no un invento y esas minucias. Claro que también hay quien trabaja buscando un antídoto, para evitarlo, no hay que dejar un cabo suelto. Al final lo de la Inteligencia Artificial va a convertirse en una tomadura de pelo, igual termina jugando sola.


martes, 12 de diciembre de 2023

Una ganga de castillo

Su apellido es Mónaco, aunque pudiera ser cualquier otro, y no diré su nombre para no dar más pistas de las necesarias. Hay cosas que escuecen cuando se hacen públicas, no quiero romper una buena amistad.

Este amigo en cuestión se hizo con un castillo no hace mucho, una ganga inmobiliaria según él. No quise darle mi opinión cuando me lo expuso por no arruinarle el entusiasmo que manifestaba y, además, confiaba en que las copas las pagase él. Le seguí el rollo. Tenía, me confesó, grandes proyectos para el inmueble, confiaba en unas subvenciones destinadas a restaurar el patrimonio. Pero sus planes eran gastar el dinero en otras actividades, poseía información fehaciente sobre la manifestación de fenómenos paranormales entre aquellos muros. Su verdadero propósito era hacer una película, tal vez un documental, sobre fantasmas, un proyecto fin de carrera, que está terminando y le dirigen desde Madrid. Me confesó que estaba bloqueado y no acertaba con el final adecuado para el guion. No quería hacer la típica película de terror sino algo más novedoso, añadiendo detalles pintorescos relacionados con la memoria histórica, el cine de Samuel Bronston y los filmes de James Bond. Creo que mencionó también algo de un toro mecánico, pero no le presté mayor atención y no tardé en despedirme de él, dejándolo abandonado en una calle cualquiera como es mi costumbre.

El asunto de la entrada es que durante la siesta he soñado con su película. Espero que no se ruede nunca. Ha sido una experiencia terrorífica que no recomiendo a nadie. He estado tentado de llamarlo por teléfono para convencerlo de que abandone la idea, que venda cuanto antes el castillo, que su vida corre un gran peligro. Pero después me lo he pensado mejor. Pase lo que pase se lo tiene bien merecido, he recordado que al final pagué yo la consumición. 


Vida de Esopo

Esopo es ese personaje semilegendario de mediados del siglo VI a. C. que hacen autor de numerosas fábulas, ya celebradas en el pasado por sabios como Sócrates o Heródoto. Pero Esopo es también el nombre del protagonista de Vida de Esopo, un librito de autor anónimo que poseemos gracias a un manuscrito bizantino del siglo X, que narra las desventuras de un esclavo del mismo nombre y recuerda a las de los pícaros españoles del XVII. Pero no sólo eso, sino que la relación del esclavo y su amo Janto, que es un filósofo, parece un antecedente de la que existía entre Sancho y Don Quijote. Y, por supuesto, es inevitable no establecer comparación entre Esopo y el Mulá Nasrudín, figura mítica de la sabiduría sufí.
Para muchos las novelas de la antigüedad deben ser protagonizadas por celebrados conquistadores y guerreros, y ser pródigas en batallitas. En mi caso prefiero las que narran la vida de la gente del común, ignorada y marginada. Mis maestros son Luciano de Samósata y Apuleyo, y son hallazgos como el que describo los que me alientan a seguir en la misma línea.
"-¿Me puedes explicar por qué razón miramos a menudo nuestra propia mierda cuando cagamos? - preguntó Janto a su esclavo.
-Porque antiguamente hubo un hijo de un rey que por molicie y placer se pasaba todo el tiempo cagando, hasta que un día no se dio cuenta y cagó su propio seso. Desde entonces los hombres, por miedo, cuando cagan se miran para que no les pase lo mismo .- respondió Esopo, y añadió:
- Mas tú no te preocupes por eso, mi amo. No vas a cagar los sesos porque no los tienes."


jueves, 30 de noviembre de 2023

Un extraño rostro en la foto

¿Cuántas veces no hemos descubierto una tarde o mañana cualquiera a un extraño, mujer u hombre, niño o anciana, en una de tantas fotos como nos permiten los móviles? Personajes desconocidos, ajenos a la obra que se refiere a nuestra vida, se cuelan y nos acompañan para siempre sin haber sido invitados. Los miramos y remiramos y no les vemos la gracia, porque no son guapos. Es gente fea, hemos de reconocerlo, que nos resta protagonismo y su presencia inesperada parece augurar una amenaza, un mal paso, un tropiezo, un disgusto, vamos. Sí, ya sé que existen programas y aplicaciones que te permiten eliminar al intruso indeseable, pero siempre te queda el original y el recuerdo de que lo modificaste para acabar con aquel que no tiene culpa de tus indiscriminados disparos. Pero, por otra parte, por esa misma regla de tres, ¿en cuántas fotos tomadas por desconocidos no andas tú con cara o postura extraña fastidiando el recuerdo de una familia para toda su existencia? 


Leyes y memorias

Los revolucionarios han desaparecido de las cunetas y con esta afirmación no quiero decir que los hayan enterrado en otra parte, sino que, según los entendidos, nunca lo fueron, pues dejaron a un lado, afirman, el credo ideológico que pudiera haberles animado a hacer la Revolución y se entregaron a ganar la guerra. No existieron, repito, hombres y mujeres que luchasen por una sociedad sin clases, por un paraíso comunista o libertario, en definitiva, por un mundo más igualitario y justo sin Dios ni amo. Todos ellos defendieron la legalidad vigente entonces, es decir, los principios liberales que animaban a la República burguesa. Es la conclusión a la que nos conducen los monolitos presentes en plazas y cementerios. La Revolución en España fue sólo un espejismo, pese a los monos azules, las banderas rojas, las iglesias en llamas y los retratos de Lenin. Jamás hubo revolucionarios, sino demócratas de toda la vida. Lo siento por ellos si se imaginaron otra cosa.


martes, 28 de noviembre de 2023

El piano de Federico García Lorca

Fue a mediados de los noventa, el siglo pasado, cuando me estaba acomodando en Jaén, algo que imaginaba provisional y va para 30 años. Por aquel entonces tuve ocasión de conocer de primera mano la anécdota de la familia que juraba estar en posesión de un piano que había pertenecido a Federico García Lorca. El testimonio de una tía era el argumento que esgrimían en su favor y lo exponían siempre que tenían ocasión a todo aquel que quisiese escucharles, cómo fue mi caso, no una sino varias veces. No se privaron de acudir a la prensa, radio y otros medios de comunicación, y no tardó en surgir gente con planes para el mismo, pero sin resultado. Muchas veces he rememorado y conjeturado respecto al enigma del piano. ¿Sería o no del célebre poeta granadino o simplemente uno en el que apoyó un codo para fumarse un cigarrillo? Es difícil aceptar o no la leyenda. Un piano no cabe en un bolsillo como una armónica. No es posible que un mueble de esas características, por muchas teclas que tenga, acompañe a su dueño, sino que se apoye junto a una pared para sostener unos candelabros. Es posible que de serlo Federico no lo recordase, pues puso las manos en muchos. El caso es que llegó un día que esta familia se cansó o desapareció, y me quedé con las ganas de saber el final. Igual terminó adoptado en un pub donde sonaba jazz, pero que terminaron cerrando dejándolo tan mudo como al principio. Habrá quien se lamente de haber perdido la ocasión de guardarlo en la cochera de su casa. El fetichismo no deja de ser un mal de cualquier época.


miércoles, 22 de noviembre de 2023

Sandías locas

Mi abuela tenía sobre la mesa de su dormitorio, refugiadas en la penumbra, unas sandías locas en un cestillo. Era un adorno extraño pero pintoresco que yo observaba con curiosidad de niño.
Las sandías locas son unas sandías del tamaño de una pelota de golf caracterizadas por unos filamentos flexibles a modo de espinas que brotan de su superficie.
Cuando yo era un nieto y llegaba el verano, y con él las sandías a la mesa, gustaba de enterrar unas pocas semillas de aquellas para verlas crecer. Se hacía un agujero en la tierra y metías cuatro o cinco pipas negras, y en unos días asomaban unos tallos. De esos sólo uno sobrevivía, como si devorase a sus hermanos porque le incomodaban, y al cabo de un mes más o menos daban una o dos sandías muy hermosas. Sin embargo, en ocasiones, en lugar de eso brotaban una docena de pequeñas sandías peludas, las llamadas locas, que eran incomestibles. Eran una rareza, pero emergían provocadoras como señal no sé si de buena o mala suerte, un capricho de la madre naturaleza o un hechizo de alguna mala bruja.
Por alguna extraña razón, muchas veces pienso en esas sandías locas y me pregunto si en el conjunto de seres humanos no seré yo también una de ellas, víctima de un conjuro de mi abuela que quiso atarme a su recuerdo en tan atípica experiencia.


sábado, 18 de noviembre de 2023

La flor

Relataba mi abuela con alivio y satisfacción, a partes iguales, la vez que estuvo a punto de ver en la era, hoy diríamos en la calle, a toda su familia, por un asunto de cierta gravedad, característico de una edad remota, afortunadamente olvidada o tal vez disimulada por el progreso y el liberalismo democrático. Creo que era uno de sus recuerdos favoritos, junto con el de la visita a un circo, que otro día contaré. Siendo muy niña, apenas tendría cuatro o cinco años, se prendó, como la señora de la casería en la que su padre estaba empleado, de una bonita flor que crecía en un tiesto. Si la dueña le dedicaba horas para su disfrute, no menos le proporcionaba mi abuela, también fascinada por su belleza. Todos los días se entretenía el ama en admirar su desarrollo y no tenía otra distracción que la planta y su flor. La regaba, la olía, la cantaba, la cambiaba de sitio para que no sufriese el castigo del sol, era su fijación. La señora era una mujer joven y sin hijos, tenía todo el tiempo del mundo y aquel capricho de color nacido de la tierra oscura para llenarlo.

La tragedia se produjo el día en que mi abuela tuvo la feliz ocurrencia de hacerse con la preciada joya y la cortó, supongo que para hacerla definitivamente suya, sin comprender que pertenecía a otra. Su madre sofocó un grito de terror al verla con ella en las manos, prueba de su delito. La primera reacción de su padre al tener conocimiento del crimen fue llevarse las manos a la cabeza y después darle una somanta de palos impropia de los tiempos que corren, pero habitual entonces.

El disgusto de la señora fue memorable, convertida en un basilisco, no conocía a nadie, quería expulsarlos a todos de sus tierras, como si fuesen moriscos o gitanos.

- ¡Quiero que los eches! – exigía, sin pensar en que eran varios los niños que quedarían expuestos al hambre.

El marido fue más razonable.

- Pero mujer, ¿cómo los voy a echar? José es muy buen trabajador, estoy muy contento con él.

- ¡Que no, que no, fuera todos, que se vayan, no quiero verlos más por aquí!

- ¿Pero no ves cómo ha dejado a la pobre chiquilla, que no puede ni levantarse?

Y mi abuela contaba aquel detalle sin poder contener la risa.

- Me quedé allí sentada, sin poder menearme – decía con nostalgia.

Entró la ama en razón poco a poco, y al final perdonó la falta. Creo recordar en boca de mi abuela el dato de que días después su marido la obsequió con un ramo extraordinario y ella perdonó la falta.



lunes, 13 de noviembre de 2023

De la amistad entre Lorca y Neville (II)

Al hilo de mi anterior entrada, descubro que Lorca invitó a Edgar Neville al certamen de cante jondo que se celebró en Granada en 1922. Es decir, que su amistad venía de antiguo, no de las tertulias de Morla Lynch como creía. La asistencia al evento del noble diplomático y humorista motivó la composición de unos ensayos sobre flamenco que se materializaron en un libro, 1963. En la foto que se conserva del banquete de la asociación de Periodistas de Granada de 1922, del archivo personal de Manuel de Falla, aparecen Lorca y Neville codo con codo junto a Ramón Gómez de la Serna. Datos que obvia Gibson en su biografía del poeta, al menos en la versión que conozco.





sábado, 11 de noviembre de 2023

De la amistad entre Lorca y Neville

Me llama la atención que Ian Gibson, en su biografía de García Lorca, (al menos en la edición que poseo), no mencione ni una sola vez a Edgar Neville, conde de Berlanga de Duero y humorista que, junto con otros, hizo carrera en Hollywood, la meca del cine; y desarrolló una singular obra teatral y cinematográfica en la España de la posguerra.

Sabemos por los diarios de Carlos Morla Lynch, el diplomático chileno que organizaba espontáneas tertulias en el salón de su casa, (y dio cobijo y visado durante la guerra a mucho poeta falangista), que allí se reunían gran parte de los intelectuales de la generación del 27, y otros más viejos, además de personajes variopintos de la política y el mundo de la farándula:  Luis Cernuda, Jorge Guillén, Miguel Atolaguirre, María de Maeztu, Rosa Chacel, Juan Ramón Jiménez, Rafael Martínez Nadal, Santiago Ontañón, Sánchez Mejías, Alberto, Francisco Iglesias Brage, Pancho Cossio, Manuel Azaña, etc. En estas reuniones tuvo ocasión Federico de leer sus obras antes de estrenarlas, declamar versos, tocar el piano, improvisar canciones e imitar los libidinosos movimientos de Tórtola Valencia disfrazado de Salomé cuando se terciaba.

En estas y otros actos coincidieron ambos, Lorca y Neville, tantas veces como para tener oportunidad de charlar, entablar amistad y conservar un recuerdo. Y es raro que Gibson no quiera acordarse de la experiencia como Cervantes de la patria de don Quijote.

Neville, en su aventura americana, donde coincidió con Buñuel, hizo amistad con Chaplin y participó en alguna que otra producción del mago del bastón, el sombrero hongo y los grandes zapatos, (como los de Federico). En las actitudes y gestos de Chaplin he creído y querido ver más de una vez los de Lorca, por las descripciones que hay de su persona y forma histriónica de comportarse; y muchas veces me he preguntado sobre el influjo que el granadino pudo haber sembrado en el noble madrileño y éste legado a Chaplin.

Supongo que el olvido de Gibson, o las ganas de preservar la pureza de su ídolo, tiene origen en la conversión de Neville a la Falange de Franco. El humorista había militado en Izquierda Republicana, quizás por interés en lugar de convicción, pero su condición de noble no era garantía de supervivencia, pese a su liberalidad de costumbres, por lo que, imagino, no dudó en huir a la zona nacional para salvar el pellejo.


viernes, 10 de noviembre de 2023

Allá van leyes do quieren reyes

Allá van leyes do quieren reyes es la frase que se atribuye al rey Alfonso VI, por el 1070, cuando el citado monarca tenía voluntad de cambiar el rito mozárabe, que practicaba el vulgo, por el romano, que respondía al deseo del Papa, por lo de la uniformidad religiosa.

Para evitar que el monarca impusiese su voluntad, sus súbditos le invitaron a que fuese Dios el que lo decidiese y a una hoguera lanzaron dos misales que recogían la doctrina de uno y otro.

Atentos al veredicto, las llamas escupieron el mozárabe y ardió el romano hasta la última página; y se interpretó por los doctores de la Iglesia que la divinidad se inclinaba por el del pueblo.

No contentó con el resultado, el rey dictaminó lo que le convenía y de un puntapié devolvió al fuego la esperanza popular, al tiempo que anunciaba las palabras que abren esta entrada.


sábado, 4 de noviembre de 2023

La moneda ibérica

El hallazgo fortuito de una moneda, que hiciera mi abuelo mientras cavaba entre dos olivas, le movió a imaginar que era la pista para dar con un tesoro de cuando los moros, que en el imaginario popular significaba mucha riqueza. A un golpe de azada saltó la pieza de metal, oscura y verdosa, que llamó su atención por la forma circular y el tamaño, semejante al de una perra gorda. Al pronto no supo qué había encontrado, pero tras observarla por curiosidad y con mucho detenimiento llegó a la conclusión de que era moneda de cobre o bronce y, por la mugre que tupía ambas caras, muy antigua, compañera de otras que no debían de andar muy lejos. Sin pensar en la obligación que allí lo había llevado, puso todo su esfuerzo en remover tierra en derredor, abriendo una zanja como para trinchera, sin pararse a beber ni almorzar esa mañana cegado como estaba por la riqueza que creía haber encontrado. Sólo al final del día reconoció su fracaso y haberse sentido preso de una quimera. Cabizbajo y muy cansado retornó a la casa para confesar a mi abuela su desdicha.

Quedó la moneda en la familia, recuerdo del aciago día, pasando de mano en mano como mera curiosidad, prueba de una esperanza frustrada, hasta que mi hermano decidió averiguar su ceca. La limpió con ácidos y recuperó sus caras. En una un perfil, en otra un animal, jinete a caballo o esfinge. Comparó con otras de un libro, y sacamos conclusión de que era ibérica, del mismo Cástulo.

Muchas veces he soñado con que el tesoro estaba cerca de donde mi abuelo excavó, pero ahora es imposible determinar entre qué olivas lo hizo. También imagino la historia de la moneda. Pongo cara al anterior propietario. Quizás se le cayó a Aníbal al subir a un elefante, o formó parte de la dote de Himilce, ¿la arrojaría Escipión con desprecio? Aboceto una o varias novelas. La tentación es grande, como grandes son las llanuras de la imaginación.



miércoles, 1 de noviembre de 2023

El mundo en las alturas

 No recuerdo en qué momento de mi vida decidí observar los tejados y azoteas, pero he de reconocer que son muchos los años que llevo haciéndolo. La mayoría de los mortales mira dónde pone los pies, y por eso tiene ocasión de encontrar algo. No es mi caso, siempre miro a las alturas, pero he de decir que veo cosas extraordinarias. El barrio que corona nuestros edificios es un mundo inclasificable donde reina la arbitrariedad, el capricho, la anarquía, la soledad. Sorprende el grado de imaginación y creatividad que derrochan nuestros semejantes en las alturas. Estamos acostumbrados a la infravivienda, los caprichos arquitectónicos y la ruina en las afueras, pero rozando el cielo no sólo no escasean ejemplos como los descritos, sino que además se pronuncian más complicados que a ras de suelo. Son ínsulas orientales, laberintos frustrados, paisajes infernales, oasis sobre el cemento. Resultan mudos e incomprensibles, ingrávidos, ilegales, atípicos. Os aseguro que no hay nada más distraído que observarlos con detenimiento y calma. Creo que pocas cosas son comparables a ese desbarajuste urbano, salvo los patios interiores de los bloques de vecinos, que también me sugieren múltiples asociaciones.


La herencia

 Custodio era el amigo que recibió una herencia inesperada de un anciano tío lejano, pudiente de la sierra cordobesa, gente de dineros, amigo de gastarlos en cacerías y toros, romerías, vinos, mujeres y otros vicios. Jamás imaginó Custodio lo que se le avecinaba. Hombre de bien, eterno opositor a la administración pública, aficionado al cinematógrafo y las historietas de Paco Ibáñez, (al que consideraba un Leonardo), recibió con sorpresa y escepticismo el premio otorgado por su ascendiente, que le venía por parte de madre siendo un primo lejano de ésta.

Desconfiado fue al juzgado a enterarse de los pormenores del testamento, con curiosidad por averiguar si era o no broma el anuncio certificado que le presentó el cartero, y deseo de, si fuese cierto, asegurar un porvenir que nunca vio con claridad ni certeza en los temarios de las academias.

No quedó defraudado, una vez que trató con el notario de oficio, por la memoria de su tío, que lo dejaba con tierras y montes y algún que otro negocio, que proporcionaba pingües beneficios como delataban la cartilla del banco y unos sobres que el tío guardaba en una cesta de mimbre. Asombrado por esto último hizo averiguación de su fortuna, pues parecía gallina de los huevos de oro y descubrió que era lupanar de carretera, muy popular en la comarca, lugar de asilo para aves de paso, y parque temático para pollos y gallos desmochados. Contento por su hallazgo se lo comunicó a los amigos, que eran pocos, pero incondicionales, y tuvo por acierto y buena educación acudir a comprobar el género, con la excusa de asegurarse la viabilidad de la empresa y ganas de apagar el deseo del que sufre la juventud, pero de gorra.

No fueron multitud los que le acompañaron a la gran aventura sino los que en el 3 puertas entraron, que daba cabida a 8, y que puso uno de aquellos que lo acompañaban a todas partes, gente comiquera y literata, de dudosa condición y lecturas poco edificantes que rozaban la pornografía.

Aterrizaron de madrugada donde más luz había, que de lejos parecía ovni, a un lado de la carretera que no se hartaba de reptar por entre las olivas desmochadas y el radio de las viejas minas. Allí dejaron el vehículo entre filas de camiones desvencijados y landrovers cubiertos de barro, y con cierta congoja atravesaron una puerta rosa que les daba la bienvenida y custodiaba un hombre muy negro, sentado en un taburete rojo, que sin pestañear les cedió el paso mientras parecía contar las estrellas.

En melé entraron tropezando unos con otros en un jaleo de piernas, buscando un hueco - cosa complicada porque allí se juntaban tíos como en camión de puercos - donde poder reconocer el panorama y confundirse con los parroquianos sin darse a conocer ni llamar mucho la atención.

Entre sudores, humos y wiskis fueron nadando hasta la barra, que había más luminarias, donde se arrejuntaba un tropel de señoras con poca ropa, mucho muslo y vasos llenos de hielo, y dieron de bruces sin saberlo con la encargada, que respondía al nombre de Pamela, Pam para los fijos, y no paraba de servir desde el otro lado del parapeto, con más brazos que Kali, cubatas y otros brebajes a la concurrencia masculina.

- ¿Qué va a ser caballeros? – dijo a modo de saludo sin perder ojo a bebidas y cambios de moneda.

- Veníamos a ver –murmuró el dueño de incognito, que iba en cabeza, como el que cuenta un secreto de espías.

- Aquí no hay nada que ver. O consumen o se van a la calle – torció muy seria la jefa, que era de pocas palabras, pero justas.

Al corte se produjo el silencio entre los pardillos y en lugar de discutir el siguiente paso, Custodio optó por tomar la iniciativa.

- ¿Cómo son los cuartos? – pregunto ocurrente y sin malicia.

La Pamela estrelló el tubo que andaba llenando y bautizó con ron a los que pilló más cerca. ¡Pam!

- ¡Aquí no entran maricones! – espetó. Y soltó una lluvia de improperios inimaginables en una boca pintada de carmín con tanto esmero.

Acudió al jaleo un calvo tuerto y muy cargado de hombros, como el genio que se materializa de la nada, que invitó a largarse a los inspectores.

- Señores, se hace tarde, vamos a cerrar – anunció agarrando del codo a Custodio.

- Oiga, que soy el propietario – protestó el heredero.

- Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta –gritó oportuno el amigo cultureta, trayendo a colación a Miguel Hernández, en defensa de su compadre. Y entonces fue cuando empezaron a llover hostias de todas partes, puñetazos y patadas, y algún que otro arañazo muy dañino y sanguinolento.

Les faltó tiempo para salir corriendo de la cueva, sin decir ni adiós al cerbero que se perdía en el firmamento, y subirse al coche para saltar al asfalto y zigzaguear sin demora.

Ya lejos, con el rabo entre las piernas, mientras los compadres reían la aventura y hacían planes para otra, meditó Custodio si su futuro más deseable era el que le había preparado su tío. Y con la prudencia que le caracterizaba decidió renunciar a parte de la herencia en beneficio de la Iglesia, metida entonces en bancos, que mejor sabría manejar la memoria de su pariente. De tal modo que, en unas semanas, vendió el negocio para desencanto de la fraternidad, pues no se sintió capaz administrar con diligencia lo que tantas satisfacciones podía haberles proporcionado. No se resintió la amistad por ello, aunque en ocasiones, al fantasear con lo que pudo ser, se lo echaban en cara, y es que, en el fondo, seamos justos, jamás se lo perdonaron, pero le tenían cariño.



miércoles, 25 de octubre de 2023

Bartolo, el hombre-mono

Para historia triste la del chimpancé del zoo de Córdoba. Era conocido por el nombre de Bartolo. Aquel hombre peludo, y lo llamo así porque era humano, murió en 1998 de un infarto. Repetía a diario sus excesos de ira cuando acudían los visitantes a ver sus monerías, siendo estos más ridículos en sus gestos que él en su protesta tras la reja. No era un espectáculo agradable. El distinguido público se recreaba en su desgracia, lo rodeaba e inquiría con burlas. Las condiciones de la prisión de Bartolo no le permitían refugiarse donde nadie pudiese verlo y sufría el acoso hasta desquiciarse y autolesionarse bajo una lluvia de risas.

Tuve ocasión de ver un día a Bartolo tomándose una Cocacola. Era temprano, cuando acababan de abrir el zoo y se repartía la comida a los animales. El guarda le había dejado una lata al otro lado de la reja, en un rasgo de curiosa complicidad. Sentado y apoyado en la pared de su celda, el simio alargaba su brazo peludo y se la llevaba a la boca para darle un trago. La bebía poquito a poco, recreándose en cada sorbo. Su mirada se perdía en el infinito, creo que era consciente de que eran los últimos minutos de tregua antes de padecer su suplicio diario, una condena mitológica como la que sufrió cualquier condenado griego. Al verlo en aquella actitud tan humana lamenté más que nunca su suerte, comprendí lo absurdo de su cruel existencia, supe que jamás volvería a mirarlo a la cara, por vergüenza ajena.

Me pregunto muchas veces si la vida de Bartolo no era sino una alegoría de la nuestra, prisioneros de un cruel escenario del que no podemos escapar, actores frente a un público cruel e indiferente.


sábado, 21 de octubre de 2023

El cerdo de El Vacar

De las muchas y muy jugosas anécdotas que pudiera contar de la mili, y que conste que no quiero castigarte con ellas, querido lector, recuerdo con cierto placer la de la guardia Vacar que era una que se hacía en el polvorín del mismo nombre, jodida y larga como ninguna.

De los cuarteles del Córdoba X o La Reina salían los retenes con los refuerzos oportunos para cumplirla. En el Muriano había garitas por todas partes y todo recluta que marcó el paso allí hizo noche más de una vez y se meó en alguna de ellas, al abrigo de una manta de lana y un cetme, pero no necesariamente en la de El Vacar.  La guardia de El Vacar era una que podía tocarte una vez en toda la mili, y con suerte ninguna. Muchos respiraban con satisfacción cuando el cabo furrier terminaba de anunciar los servicios del día siguiente y no la había mentado.

Circulaban muchas leyendas sobre aquella guardia, la mayoría relativas al frío, la soledad y el suicidio, la posibilidad de perderse en el monte o sufrir el asalto de alguna alimaña que emergiese de la oscuridad.

- Si te toca El Vacar, que no sea la de las garitas separadas.

- ¿Por qué?

- Porque en plena noche tendrás que ir andando de una a otra, tú solo y expuesto a que te ataque un jabalí. Más de uno ha matado de un tiro un marrano para defenderse.

Aquella perspectiva desarmaba al más patriótico. Para colmo, si tocaba era durante el fin de semana, cuando el resto de la compañía se ponía los vaqueros y salía de permiso.

- ¡Qué la peles de gordo! – te decían, mientras tú subías al camión, los que se volvían civiles por unas horas.

Pero no es cuestión de alargarse en detalles, el caso es que esta guardia a la que me refiero no fue tan bequeriana como las descritas sino más bien aburrida, como todas, salvo por el dato de que efectivamente apareció un cerdo en el puesto de guardia, probablemente a hacerse con parte del rancho, que nunca era de nuestro agrado. (Otro día hablaré de las cocinas).

No cundió el pánico porque no era más que un jabato y a más de uno le hizo gracia el bicho por el parecido que tenía con un sargento de transmisiones que nos hacía la vida imposible. Los hubo que le saludaron de forma marcial llevándose la mano a la visera con veloz vaivén. Hasta lo bautizaron. Y no terminó de mascota porque no éramos legionarios, pero propósito hubo entre risas de llevarlo de vuelta al cuartel en una mochila. 

Se puso el retén en marcha y el cerdo detrás. El animalito tomó confianza. En esto que el sargento de turno hizo el reparto y dejó a cuatro en un refugio a la espera del cambio. Vino la noche y encendieron lumbre. El guarro se acomodó a la canícula de la hoguera.

Ya se sabe que las esperas se hacen largas, en la mili más. El Diablo, que no descansa, sacó de entre los reunidos a uno y lo hizo hablar.

- Mi cabo, ¿por qué no nos comemos al cerdo?

- ¿Qué dices chalao?

- Yo soy matarife en mi pueblo. Si me lo sujetan lo sacrifico.

Entre que sí y que no cuajó la propuesta y se arremangaron. Sobraban todos los correajes. Era muy escurridizo el animal, creo que olfateó el percal. En el tira y afloja estuvieron a punto de chamuscarse. El carnicero hizo honor a su currículo y cortó las orejas y el rabo esa tarde, ya era noche. El jabato terminó entre las brasas cuyo arrimo había buscado.

Esa noche hubo asado para todo el retén. Hasta el sargento, que se quedó a cuadros al ver el cuadro, cató la carne.

- Ni una palabra al teniente – dijo, llevándose un taco a la boca.

Allí sacó Montilla una botellita de su tierra, que traía disimulada en el macuto.

Fue uno de esos grandes momentos de singular hermandad que sólo se viven en la mili.


miércoles, 18 de octubre de 2023

Una interviú a Miguel del Moral

 Me habían dicho que tuviese cuidado con Miguel del Moral porque era muy maricón.

- Dile a Juan que tenga cuidado con Miguel del Moral porque es muy maricón.

Quedé confundido.

- O sea, que es maricón –protesté, porque lo del muy no lo entendía. O se es o no se es, ni más ni menos.

No di más importancia al aviso, pero me pregunté por las razones. Todavía lo hago.

El interés por el artista venía de antiguo, por su obra, que ya conocía. Su estilo me recordaba al clasicismo renacentista. En el desaparecido hotel Gran Capitán existía un notable número de lienzos suyos adornando las paredes de los pasillos, uno de los cuales estuve tentado de robar, (sigo imaginado cómo podría haberlo hecho). Y un cuadro enorme del famoso militar en el comedor principal, que admiré muchas veces entre bodas y comuniones. Además, conocía dibujos suyos publicados en revistas poéticas y alguna que otra referencia a su aprendizaje con Vázquez Díaz.

La oportunidad de hacer un trabajo de doctorado en la facultad sobre vidrieras me dio la excusa perfecta para conocerlo en persona. En realidad, debía versar sobre las medievales, pero, como era mi costumbre, decidí amoldarlo a mis predilecciones en perjuicio de la nota. Yo sabía que Miguel del Moral había hecho unas para para una iglesia de Córdoba, en un convento de la sierra. Espectaculares. De esas que no te cansas de mirar hasta que te echan las monjas con una sonrisa que quiere decir que te largues de una puta vez. 

Ni corto ni perezoso busqué en las páginas amarillas su teléfono, venían tres o cuatro. Probé y acerté a la tercera, o igual fue a la cuarta. Le comenté lo del trabajo y, aunque reticente y glacial, aceptó a recibirme en su casa estudio, que resultó estar muy cerca de la facultad de Filosofía y Letras. Por la misma puerta de su domicilio había pasado cientos de veces y me había detenido a contemplar un pequeño mosaico que no imaginaba obra suya; y que siempre de pareció una torpe réplica de uno romano. Ahora lo miraría de otra manera.

Armado de una grabadora, que entonces se estilaba entre los periodistas, y en compañía de mi novia, que no venía de carabina sino que actuábamos a una, nos presentamos a la cita para hacerle la entrevista.

Salió a recibirnos, en contra de lo esperado, un pequeño anciano, una miniatura de hombre, un individuo que no mediría más de metro y medio, consumido, muy poca cosa, que, tras manifestar cierta sorpresa, pese a que sabía de la visita, tal vez por la inesperada compañera, nos invitó a entrar.

Otro convidado estaba en la casa, un joven tallista muy silencioso cuyo nombre no recuerdo, que de entre las virutas de una tabla y con ayuda de una gubia sacaba un relieve.

La habitación donde nos acogió destacaba por su sobriedad escurialense, pero iluminada, gracias a un amplio ventanal con vistas a unos tejados próximos. En un ángulo se erguía un maniquí que vestía un hábito de monje, si es que no era una representación de la muerte. Y en una de las paredes había muchas y viejas fotografías, de actrices del mudo, Garbo con gesto de ensueño y Dietrich enseñando las piernas. Un sofá, un sillón y no más sillas, sino un puf moruno, componían el mobiliario. Ni rastro de libros ni cuadros, para mi desencanto.

La conversación fue breve. De entrada, se opuso a que usase la grabadora. Me dijo de forma reposada pero tajante que era mejor grabar las palabras en la memoria. Esa desconfianza por su parte me dejó fuera de juego. A partir de ahí poco más. Advertí que era reacio a hablar de otra cosa que no estuviese relacionado con el tema que me había llevado hasta allí. No era precisamente una persona expansiva, o me estaba estudiando.

Mencionó algo de que le hubiese gustado hacer unas vidrieras sobre los evangelios apócrifos, por ser más interesantes  y divertidos, pero que las monjas no le habían permitido tal opción. Adán y Eva, Caín y Abel, Moisés. Nos detuvimos en el santo Job, quizás la figura más representativa de aquel retablo vidriado.

Como aquello no avanzaba, decidí que no merecía la pena alargar más la interviú y me excusé con que no tenía más preguntas que hacer. Lo cierto es que era un individuo hermético, o así trataba a los extraños, con un sólido muro de silencio. En un descuido del anfitrión, que fue a buscar algo, abordé al inquilino de la gubia, pero demostró ser también hombre de pocas palabras. Estaba allí para recibir consejos del maestro sin esperar a que nos marchásemos.

Nos despedimos, forzados por las circunstancias. A la salida Miguel nos retuvo un instante, me dijo que la próxima vez que nos viésemos me iba a proporcionar un libro interesante. Quedamos en que ya hablaríamos. Lo cierto es que no sucedió. No volvimos a reunirnos jamás.

La experiencia confirmó en mi mente una idea que siempre me ha acompañado: lo importante es la obra y no el autor. La obra anónima demuestra que no es necesario el primero, y no por ello pierde grandeza, sino que la acrecienta al rodearse de la magia del misterio. Ahí están las creaciones huérfanas de la antigüedad para atestiguarlo. En la actualidad sucede al contrario, importa el fulano o la fulana, su foto.

Hay encuentros que salen torcidos desde el primer momento, este fue de aquellos.


lunes, 16 de octubre de 2023

Pionero

7000 varas era la distancia entre Jerez de la Frontera y el muelle del río Guadalete que había que salvar mediante la construcción de una vía férrea, y hacían falta “dineros”, y muchos, para llevar a cabo tal empresa. Era una obra de envergadura, compleja por novedosa, pero muy atractiva y, a la larga, muy rentable.

La iniciativa era de don José Díez Imbrerchts, hombre nacido en Cádiz, de ancestros linajudos, emprendedor, comerciante, librecambista, de ideas liberales, pero prudente en exponerlas. Aún estaba fresco el recuerdo de Riego y su aventura, y también las intentonas de Torrijos y los suyos, con mal final para todos. ¿Quién no evocaba entre los progresistas a la valiente Pineda, ajusticiada por bordar una bandera de la causa?

Don José era cauto, pero con vista de águila. Su fama de afrancesado le perseguía, tenía que nadar y guardar la ropa. Para los realistas y apostólicos cualquier sugerencia que implicase movimiento de capitales despertaba todas las alarmas, y de él no se perdían ni un vulgar gesto. Ah, el dinero, vil metal, argumentaban los seguidores del viejo orden, enemigos de la igualdad ante la ley y partidarios de que el patrimonio permaneciese en manos de los estamentos privilegiados, en mayorazgos o manos muertas por pertenecer a Dios. No aceptaban en modo alguno ese afán por la riqueza entre los burgueses, propia de herejes.

- Los negocios son los negocios - argumentaba don José, furibundo a ratos, conciliador los más; y aquel del que tanto hablaba y celebraba prometía ser rentable. Era algo que incluso su majestad, el rey Fernando, podría comprender si le prestase atención, por poco que gustase de los cambios, como venía demostrando recientemente con sus últimas iniciativas, despertando el recelo de su hermano don Carlos, que lo imaginaba secuestrado por los defensores del libre comercio y fraguaba en secreto, pero a todas voces, la rebeldía en defensa de los viejos fueros.

- Los tiempos estaban cambiando, es algo inevitable – reflexionaba el gaditano en voz alta, pese a la amenaza absolutista; y deseaba que así fuese.

El comercio del vino crecía y proporcionaba pingues beneficios. Las malas lenguas lo atribuían a los ingleses. Desde que acudieron a Cádiz a ponerle las cosas difíciles al emperador Bonaparte y su hermano Pepe Botella, y tuvieron ocasión de beber el Jerez en más ocasiones que nunca, se mostraron sedientos de éste y no hacían sino recalar en el golfo para catarlo y llenar de barriles las bodegas de los buques de guerra después de vaciarlos de hombres, armas y proyectiles…, y también ideas. El regreso a la isla era siempre satisfactorio por los beneficios que produciría la venta del sherry, y en especial por lo que se bebía en el trayecto. Desde entonces los vinateros ingleses buscaban el modo de hacerse un hueco en el negocio local, y algunos honorables ciudadanos ya se asentaban en la zona y exigían a su rey George la eliminación del impuesto por bota a los caldos españoles, pues de estos, varias marcas, eran resultado de su iniciativa e inversión en tierra andaluza.

- La guerra por la independencia se hizo con alegría, no cabe duda, por muchos motivos, pero sobre todo por entusiasmo que infundía el vino – señalaba el gaditano al cavilar sobre los cambios notables que el conflicto había traído, si bien no todos los deseados.

Si los franceses perdieron en Rusia fue por no llevar los soldados Jerez en las cantimploras y recurrir al vodka para entrar en calor, era uno de los argumentos espurios o apócrifos que se atribuyen al empresario, pero que casan con el amor que este sentía por el producto de la tierra. 

Don José lo tenía todo muy estudiado, afirmaba. Se reunía con sus amigos en las bodegas que disponía y, mientras se rascaba con una mano las pobladas patillas y con la otra sostenía una copa medio llena de optimismo, puesta la vista en el infinito y ese fulgor en los ojos que caracterizan al soñador o al achispado, les hablaba de las virtudes del ferrocarril, una endiablada máquina de hierro colado movida por vapor que transportaba en un santiamén kilos de carbón de un lado a otro de Inglaterra. En los últimos años incluso pasajeros, entre Stockton y Darlington concretamente. Aquel trasiego de fósiles y personas no hacía sino generar más y más opulencia. El mundo se reducía a un paseo. Lo mismo se podía hacer en la región andaluza, pero con toneles de vino.

- Se ahorraría tiempo, “time is money” – decía, y argumentaba que abarataría gastos de transporte. En apenas unas horas los almacenes del puerto tendrían un importante “stock”, resaltaba con acento gaditano, listo para ser embarcado en las bodegas de los buques, sin descanso, que viajarían a Southampton, base de la marina mercante anglosajona, para su posterior distribución, también mediante ferrocarriles, por las numerosas licorerías del país del norte. Aquella iniciativa estimularía el comercio de la zona jerezana, generaría trabajo y riqueza.

Unos rieles pondrían en contacto las bodegas de El Portal con el muelle del río. Las vagonetas tiradas por una locomotora, (ya no serían necesarios carros tirados por lentos caballos), que alcanzaba los 35 km por hora, trasladarían de un lado a otro los barriles y desde allí los barcos no tendrían más que desplazarse río abajo hasta la desembocadura y tomar rumbo a Inglaterra. En un principio el negocio podría limitarse al mercado inglés, pero si la iniciativa prosperaba podría venderse vino a todo el mundo sin temor a la competencia. Ya estaban tardando en sumarse al progreso, argumentaba para seducir al auditorio.

Era tal el entusiasmo que ponía en la descripción del moderno medio del transporte que, sin conocerlo más que por estampas, los invitados temían verlo irrumpir en la nave, acompañado de un estruendo de pitidos, resoplidos y traqueteo de locomotora y vagones, tirando abajo una de las paredes y arrollando con ímpetu industrial las ordenadas por siglos pirámides de barricas repletas de caldo.

- Estamos en la Era del Raíl, caballeros.

Ah, las máquinas. En Inglaterra proliferaban aquellos artefactos, el país estaba cambiando gracias a la ciencia y la técnica. Su paisaje y su clima era otro desde que se multiplicaban aquellos armazones metálicos movidos por la fuerza del vapor de agua. Las chimeneas proliferaban como sarmientos, el cielo se oscurecía, las distancias se acortaban, las mujeres vestían mejor. Don José estaba convencido de que aquella nación de filibusteros estaba llamada a protagonizar grandes empresas en los próximos años y sacaba a relucir los escritos de Charles Baggage, un erudito inglés que destacaba por el diseño de complejos artilugios y motores.

- El cerebro de ese hombre debería guardarse en un frasco - proponía don José -, pero lleno de alcohol de Jerez. 

Opinión que despertaba la hilaridad entre los concurrentes.

Estos, comerciantes como él, masones algunos, otros viejos diputados de La Pepa, le escuchaban con atención, pero todo les resultaba una arriesgada fantasía, consecuencia inevitable del producto que degustaban en las tertulias y que él quería vender a los ingleses a toda costa. Alguno que otro temía perder en el futuro, si prosperaban aquellas ideas, la oportunidad de saborear en cualquier ocasión lo que a todos unía.

Al final de la noche, antes de que las guitarras y las bailaoras rompiesen la seriedad de estos cónclaves, de esta curiosa sociedad secreta, don José remataba su discurso y anunciaba su firme propósito.

- Tengo intención de presentar un memorial a su majestad el rey, para recibir los permisos necesarios, una licencia, para poner en marcha el proyecto: el primer ferrocarril del reino. Estoy convencido de que sus ministros darán el beneplácito. Es la ocasión que el país precisa para recuperar su lugar entre las naciones con más iniciativa de occidente.

Argumento que reiteraba siempre a amigos y simpatizantes, con un brillo especial en los ojos y una copa en alto que vaciaba y rellenaba sin cesar porque la garganta se le secaba con prontitud en cada una de las intervenciones que llevaba a cabo, que no eran pocas.

Pero, pese a su verborrea y sin fin de razones persuasivas, jaleos y palmas al final, el proyecto no fue más allá, quedó para el recuerdo de los que concurrían a aquellos pintorescos coloquios, monólogos más, con regusto a Sherry. El hábil comerciante no fue capaz de atraer a su causa a otros con su misma visión de futuro. El número de accionistas para la empresa nunca fue el suficiente por lo que, pese a obtener la anuencia del monarca, un privilegio de explotación del ferrocarril por 50 años, el empresario hubo de aparcar el proyecto en vía muerta y ocuparse de otros, sin duda menos atractivos para su naturaleza combativa. 

- No se imaginan la oportunidad que han perdido, cosecheros de uva y productores de vino, vendedores – recalcaba y lamentaba, mientras inspiraba el aroma de madera borracha de sus bodegas para sofocar la decepción que le embargaba y la Niña del Barrio de Santiago, una gitanilla sucia y descalza que le acompañaba como bastón, le hacía unas carantoñas para que se le pasase el disgusto.

- Amos, mi arma, que no sacabao er mundo – chillaba la chiquilla con un requiebro de manos y él asentía con una sonrisa boba.

Pero la historia de don José Díez Imbrechts no estaba destinada a terminar en fracaso, un hombre de su naturaleza no podía renunciar a un sueño tan atractivo como el que ofrecía aquel singular invento que llamaron ferrocarril. Y poco tardó en imaginar otros trayectos e imposibles que habrán de contarse en otra ocasión, pues es este viaje de muchas estaciones y nuestro billete no da para otra.


sábado, 14 de octubre de 2023

Pumares

Se ha muerto Pumares que era la voz de un tipo que me hacía compañía de madrugada, cuando yo era estudiante o lo simulaba. Ponía la radio, sintonizaba el canal y escuchaba Polvo de Estrellas, un programa sobre cine que el aludido presentaba a deshoras. Era muy divertido. Su exposición cinematográfica no distorsionaba la "atenta" lectura de apuntes o manuales de diversas asignaturas, sino que la enriquecía y la hacía menos tediosa. Por desgracia, ya no recuerdo sino alguna que otra anécdota de aquellas emisiones en el silencio de la noche y al abrigo del agujero negro de la luz del flexo, porque se refirió al cómic para reconocerle hallazgos que luego explotó el cine. No diré que lo echaré de menos porque eso lo vengo haciendo desde que dejé la costumbre descrita en casa de mis padres. Supongo que ahora el nombre de su magacín, al anudarse a su óbito, tendrá un sentido más poético.


miércoles, 11 de octubre de 2023

El burro del chache Josico

Mi bisabuelo Josico, que es como era conocido en Úbeda, estaba a cargo de un huerto que le habían arrendado los propietarios de un viejo convento desamortizado, que se situaba por el barrio de la Cava y en el que luego se hizo un cine al aire libre. La parcela era una maravilla porque disponía de agua abundante y existía una gran variedad de árboles y plantas, supervivientes o descendientes de los que dejaron allí los monjes. La historia sigue porque existía allí un pozo muy ancho y profundo que no estaba a la vista, y allí se cayó un burro que tenía mi bisabuelo. Al tanto del suceso Josico corrió y buscó ayuda, y en una tenería próxima, que apestaba a considerable distancia, la halló, pero con trato. Le propusieron los que dentro curtían las pieles quedarse con el animal si lo sacaban muerto. No le pareció mal oferta al dueño del jumento, por las prisas y preocupación que traía, y respondió que vale, que de acuerdo. Se fueron al pozo dos brutos armados de soga y lanzaron lazos para pescar al asno, con tan mala o buena fortuna, para ellos, de que en la maniobra se ahorcó el animal. Quedó Josico sin bestia y los mozos se hicieron un tambor con la piel de ésta.


sábado, 7 de octubre de 2023

Mazinger Z

¿Has visto Mazinger?

Fue la frase más repetida aquel sábado por la tarde, 11 de marzo de 1978. Vino a colación de la emisión del segundo episodio de la serie de anime Mazinger Z en la tele de canal y medio que nos sacaba del tedio. El primero creó muchas expectativas, sobre todo preguntas indiscretas en casa, por el asunto de la singular naturaleza del barón Ashler, pero nadie podía imaginar lo que vendría a continuación. Una semana después el robot del doctor Kabuto, dirigido por su nieto Koji, acababa de cargarse a los dos brutos mecánicos del malvado doctor Infierno, (Garada K7 y GX-26r Doublas M), que estaban asolando Tokio, tras un desigual combate a vida o muerte. Garada imponía por su rostro macabro e impersonal, y unas afiladas hoces que lucía como astas de gorro vikingo. Doublas amenazaba con dos cabezas de ofidio de asalto impredecible, sus ojos fríos delataban la falta de sentimientos que caracterizan a la máquina asesina. Ambos quedaron a merced del robot justiciero al ritmo de tambores y trompetas con sonido de espagueti western. 

Así como acabó el episodio, cuando todavía no se habían levantado los manteles de la mesa y los postres eran relegados al olvido, salimos a la calle como disparados por una catapulta, la banda sonora nos daba alas para subir a lo más alto. La chiquillería, entusiasmada, se buscaba y gritaba a voces la misma pregunta: ¿Has visto Mazinger? Allí donde acostumbraba a jugar se arremolinó en melé para comentar la experiencia, narrar lo visto, interpretar la lucha, hacer el robot, dispararse unos rayos… Todavía estábamos rodeados de estallidos y piezas incandescentes de brutos mecánicos.

Desde aquel día las semanas se hicieron muy largas, la mañana del sábado ni te cuento. Todo era demasiado para poder disfrutar de veinte minutos de máquinas pendencieras y personajes pintorescos.

Con Mazinger nació el gusto por el manga. Nadie volvió a asociarlo con Heidi o Marco. Muchos fueron los que se aplicaron a dibujar historietas de robots. Mi hermano y yo nos pusimos a ello. De aquellas semanas de espera surgieron muchas cuartillas de combates y explosiones de plastidecor.

Después asomó Orzowei por la pantalla y de algún modo liquidaron nuestra infancia. Entonces no había progres en el gobierno, se llamaban de otra manera, pero hicieron el mismo daño.


viernes, 6 de octubre de 2023

The band

Sí, fue en el 82, el día del estreno del Poltergeist en Córdoba, en el cine Isabel la Católica, el de la Plaza de la Puerta del Rincón, lo recuerdo perfectamente porque acababa de comprar la entrada para verla. Mi amigo José María y yo nos disponíamos a pasar una tarde de miedo entre las butacas de tan célebre auditorio. Mucho me había costado armarme de valor para asistir a la proyección, porque no soy amante de las pelis de terror, ni antes ni ahora, y aunque no las tenía todas conmigo había decidido no quedarme atrás.  A la cita debían acudir otros amigos, pero no llegaban. Crecía mi arrepentimiento, sabía que aquella tarde me impediría conciliar el sueño varias semanas y envidiaba a los que no asomaban. Pero lo hicieron, cuando más concurrida estaba la escalinata de acceso y todo el mundo aspiraba a cruzar la puerta. Rápidamente les increpamos para que corriesen a comprar los tiques, pero traían una nueva propuesta. Por alguna extraña razón sus ojos brillaban de entusiasmo, que nos confesaron. Habían decido formar un grupo de música. Manolo se ofrecía a tocar la guitarra y Fermín la batería, sin tenerla. Jesús y Rafa también se mostraban dispuestos, aunque no especificaron para qué. Era un asunto urgente que había que tratar de inmediato, se estaba gestando La Movida, los grupos musicales surgían por doquier como las setas del bosque en los otoños de antaño. Contagiados por la novedad, y en mi caso satisfecho por librarme de pasar un mal rato, nos sumamos a la reventa y recuperamos nuestro dinero sin sacarle rentabilidad al cambio. De allí nos marchamos tan campantes a montar la banda. Fue fantástico recorrer la calle Alfaros haciendo proyectos, ya nos imaginábamos en ruta por todos los escenarios de la geografía de España; chasqueábamos los dedos, nos marcábamos un swing, entonábamos melodías y letras de Bloque y Leño, y agitábamos las greñas mientras simulábamos tocar el bajo, los platillos, la caja o el bombo. Menuda marcha.

El caso es que, no acabo de comprender por qué, así como entramos en la judería y bajamos al parque de las manos, Plaza de los Santos Mártires, el tema era ya otro y el grupo se había disuelto antes de ponerse un nombre siquiera. Los sueños entonces eran efímeros o menos persistentes.

Muchas veces rememoro con simpatía el día y el dato, y fantaseo con lo que hubiese pasado si aquel propósito hubiese llegado a buen puerto. También me pregunto si la película me hubiese gustado o no, la verdad es que no me he preocupado de verla después. Confieso que a falta de guitarra yo en casa tocaba una raqueta. Cualquier día os doy un concierto.


martes, 3 de octubre de 2023

Corto Maltés de cartón piedra

Corto Maltés no estuvo en Córdoba, claro que no. Es un personaje imaginario. Hugo Pratt, sin embargo, sí estuvo en la ciudad en unas pocas ocasiones, que caben en un puño y sobran dedos. Hugo inventó una Córdoba con poco o nada que ver con la original sino con un cuento oriental, de los que surgían de las traducciones libres de Las Mil y Una Noches. Tampoco sus cordobeses eran reales, parecían sacados de un folletín decimonónico, de uno de aquellos libretos con los que se daba vida a óperas como Carmen y en los que a los toreros se llamaba toreadores.

(Si así era la Córdoba de Pratt, imagina el Brasil que nos pintaba).

El acierto de Hugo estuvo en convencer a todos los que no eran cordobeses y se reparten por los 6 continentes, aficionados al cómic, de que existió una Córdoba así. El problema está en que muchos de los que hoy habitan esta ciudad, viejos sobre todo, se han terminado creyendo aquella y se toman en serio lo de que había judíos enseñando la cábala en los alrededores de la mezquita en tiempos de la Restauración; o lo de que Corto recorría la Calleja de las Flores para ir a su casa, cuando cualquier cordobés sabe que es un callejón sin salida que no lleva a ninguna parte, de ahí su encanto.

Del paso de Corto por Córdoba no tenemos sino dos postales, del personaje delante de ambos escenarios: mezquita y calleja, como como los selfis de cualquier turista. Y también algún roce con Lagartijo, pero desde el burladero.

Sin embargo, pese a lo expuesto, ya hay quien se inventa una ruta y le busca acomodo en un rincón del casco antiguo, por donde Corto no pasó ni de puntillas. Para colmo lo han sentado en el callejero junto a Pemán, con quien no tiene lazo alguno, salvo por el hecho de que el monárquico quizás se hubiese entendido con Hugo, al menos en la juventud de éste. 



domingo, 1 de octubre de 2023

La tía Nicolasa

Le salió a mi abuela un bulto de pus en la barriga y el médico, que no atinaba con la causa y posibles consecuencias, determinó que debía viajar a Jaén para que la reconociese un especialista, era lo mejor. Sin más preámbulos y con la lógica preocupación y trastorno que aquello acarreaba se dispuso a hacer el viaje para ser ingresada en la clínica popularmente conocida como la de Las Palmeras, e interpreto que debió ser una que hubo entonces en la plaza de tal nombre, sobre cuyo solar se levantó después un bloque de pisos en el que tiene un bajo la de La Inmaculada. Pero igual me equivoco.

En los años de posguerra las ambulancias eran un lujo por lo que tuvo que conformarse con hacer el viaje en la Alsina, el autobús de línea que salía de Úbeda y remataba en la capital. Hizo su ropita un lío y acudió a la parada con sus hijos para despedirse, pero antes de subir la detuvo el conductor o un enfermero, supongo, y le preguntó alarmado que dónde iba sola.

En aquellos días mi abuelo estaba en Madrid, recuperándose de un disparo en un ojo, que lo dejó ciego de éste, que recibió de forma fortuita persiguiendo a unos ladrones de aceitunas; por lo que mi abuela no tuvo otra que buscar a alguien dispuesto a acompañarla y envió a mi tía Pepa y a mi padre a que se lo dijesen a la tía Nicolasa, que de todas las hermanas de mi abuelo era la que tenía más fama de generosa. Así, mientras el autobús en marcha esperaba el resultado de la decisión, los niños se presentaron en casa de la tía y la encontraron en la cocina con las manos literalmente en la masa. Tan pronto como se enteró de la demanda se quitó el mandil, se limpió las manos y salió andando con lo puesto, sin más equipaje, dejando a sus cinco hijas a cargo de la cocina.

De este modo, mi abuela y su cuñada subieron al autobús y se plantaron en Jaén, donde lo que parecía ser un par de días terminó convirtiéndose en tres meses. A mi abuela la ingresaron y le dieron habitación en la clínica, pero a mi tía abuela no la dejaban pernoctar allí ni como acompañante, porque no se usaba, por lo que hubo de ingeniárselas para poder dormir en el alféizar de la ventana del cuarto.

Dio la casualidad de que la enfermera que allí atendía iba a casarse pronto, o eso decía, y Nicolasa le obsequió un bonito ramo de flores, de las que crecían en un jardín próximo, pero no un día, sino todos los que tuvo que estar allí de compañera. A la otra debió de hacerle gracia el detalle e hizo la vista gorda.

Pasado el tiempo dieron el alta a mi abuela y las dos regresaron a Úbeda. Mis abuelos estuvieron el resto de su vida muy agradecidos a la voluntad de Nicolasa, pero esta nunca quiso nada a cambio de algo que hizo de todo corazón.

 

 

viernes, 29 de septiembre de 2023

Surrealismo, según las fuentes consultadas

La avenida estaba desierta, sólo circulaban por ella las hojas que arrastraba la ventisca. El sol no era visible, pero estaba en su cenit y apenas se apreciaban sombras en tan gris escenario. Un edificio destacaba sobre el resto por su altura y la sobriedad de su fachada, racionalista, carente de adornos, pero de ventanas grandiosas. Para acceder a la puerta de este inmueble había que subir unas altas y aparatosas escaleras. La entrada se abría como la tumba sin lápida que espera a una momia. En el interior reinaba la absoluta oscuridad.

Todo sucedió muy deprisa. Surgió la figura de un hombre del zaguán, tras empujar una puerta giratoria de cristal. Era un joven alto y corpulento. Lucía un largo y trémulo flequillo, y unas gafas redondas de gruesa montura. Su boca era un corte preciso, le daba una expresión de determinación. Vestía un elegante traje, pero su chaqueta estaba desabrochada y al salir a la calle la corriente la hizo hondear. Igual sucedió con su corbata, que se convirtió en una bandera roja. El viento que chocaba con sus pantalones delató la musculatura de sus piernas, mientras las perneras se agitaban rebeldes a la altura del tobillo. Los zapatos negros brillaron.

El sujeto no aminoró su enérgico paso, pese a la oposición del aire, sino que siguió avanzando impertérrito hasta la mitad de la escalera, donde se detuvo.

Ahí fue cuando se llevó la mano derecha al bolsillo y, mirando siempre al frente, sacó una pistola y apuntó al cielo. Sonó un disparo, igual que el crujido de un trueno. La escena descrita se rompió como la luna de un cristal en mil pedazos.

Y entonces la avenida se llenó de vehículos y viandantes, cobró vida como por arte de magia.

Para los que recorrían la calle en ese instante fue una sorpresa descubrir a aquel joven salido de la nada, situado en mitad del Palacio de Comunicaciones, Educación y Moralidad, esgrimiendo un arma y apuntado a lo alto, como si fuese la escultura de un revolucionario. El acontecimiento les llenó de pavor. El tráfico se detuvo.

De inmediato, un equipo de jugadoras de rugbi rodeó al insurrecto y antes de que pudiera revolverse lo inmovilizaron y lo condujeron dentro del inmueble.

- El suyo es un caso complejo – le indicó el abogado de oficio y beneficio, una vez que lo recluyeron en un pequeño despacho con retrete –.  ¿Qué hacía sin abrigo en mitad de la escalera?

- No sabría explicárselo. No entiendo nada de lo que está pasando.

- Tendrá que rendir cuentas ante el Gran Jurado.

El Gran Jurado estaba reunido en un salón enorme repleto de señoras haciendo calceta que esperaban al Juez Supremo. Sobre una tarima se reunía un grupo de hombres negros, el jurado. En el techo había colgado un alto trapecio y una señorita en bañador se balanceaba mientras merendaba un cucurucho de helado de fresa.

En un estrado, junto a la mesa del Juez Supremo, el joven permanecía de pie, sosteniendo un tiesto de claveles amarillos. A su derecha estaba situado el fiscal y a su siniestra su defensor.

Se abrió una puerta lateral y entró un hipopótamo. Rodeó las butacas y salió por donde había entrado.

Retornó la calma, pero fue un instante.

Las mujeres hicieron sonar sus agujas de tejer, como si fuesen violines y contrabajos. Los hombres negros se levantaron de sus asientos y empezaron a cantar una grave y triste canción de esclavos.

Detrás del escritorio del Gran Juez se abrió una puerta invisible hasta entonces e hizo su aparición éste sentado sobre una alfombra mágica. Cesaron la música y los cánticos cuando se situó suavemente sobre la mesa.

El Gran Juez traía puesto su traje de gala y la peluca de tirabuzones blanca y postiza lo cubría casi al completo.

Un pregonero anunció con ayuda de una carraca el asunto de la causa que allí se resolvía y dio la venia al abogado.

- Es culpable – sentenció el último.

El Gran Juez asintió con la cabeza y se dirigió al fiscal.

- ¿Tiene algo que añadir?

- Sí, Potestad. Este hombre no disparó una bala, sino un plátano.

Se produjo un gran alboroto. El juez apaciguó las aguas exigiendo silencio a los reunidos.

- ¿Cómo puede estar seguro de eso? – preguntó al fiscal.

- He aquí la prueba – respondió y presentó al jurado la piel -. La tenía en su mano.

Volvieron los murmullos a la sala.

El Juez Supremo ordenó silencio y carraspeó.

- Parece un matiz sin importancia, pero habrá que tenerlo en cuenta. ¿Cuál es la opinión del jurado?

Y los hombres negros volvieron a levantarse y en esta ocasión su canción fue divertida, y la acompañaron de danzas.

- Comprendo – respondió el juez cuando acabaron.

El fiscal y el abogado se miraron. Sonreían. Las mujeres chocaron sus agujas metálicas para aplaudir.

El joven olía los geranios, no era consciente de la gravedad del momento.

- Oigamos la sentencia – anunció el de la carraca.

Todos los presentes pusieron la vista y la atención en las evoluciones de la trapecista. Esta había terminado el helado y hacía el mono con mucha gracia. El silencio era absoluto.

- Veo, veo – exclamó.

- ¿Qué ves? –preguntó el foro al unísono.

- Una cosita – respondió.

- ¿Y qué cosita es? – corearon los de abajo.

- Una cosita que empieza por la letra…

El joven empezó a sudar copiosamente, era como si fuese a derretirse, estaba regando los geranios sin percatarse.

- A – remató la equilibrista, después de hacer una arriesgada pirueta en el aire.

Entonces el Juez Supremo se volvió al acusado.

- ¿Cuál es la respuesta?

- La respuesta es… La respuesta es… - balbuceaba el increpado, consciente de que se decidía su destino.

El salón, a la espera, se convirtió en una damajuana gigante de vidrio, pendiente de la respuesta del muchacho, que se fue retirando a pasitos hasta su cuello. Cerró la boca con el tiesto y los dejó a todos dentro.

Adiós.