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miércoles, 22 de noviembre de 2023

Sandías locas

Mi abuela tenía sobre la mesa de su dormitorio, refugiadas en la penumbra, unas sandías locas en un cestillo. Era un adorno extraño pero pintoresco que yo observaba con curiosidad de niño.
Las sandías locas son unas sandías del tamaño de una pelota de golf caracterizadas por unos filamentos flexibles a modo de espinas que brotan de su superficie.
Cuando yo era un nieto y llegaba el verano, y con él las sandías a la mesa, gustaba de enterrar unas pocas semillas de aquellas para verlas crecer. Se hacía un agujero en la tierra y metías cuatro o cinco pipas negras, y en unos días asomaban unos tallos. De esos sólo uno sobrevivía, como si devorase a sus hermanos porque le incomodaban, y al cabo de un mes más o menos daban una o dos sandías muy hermosas. Sin embargo, en ocasiones, en lugar de eso brotaban una docena de pequeñas sandías peludas, las llamadas locas, que eran incomestibles. Eran una rareza, pero emergían provocadoras como señal no sé si de buena o mala suerte, un capricho de la madre naturaleza o un hechizo de alguna mala bruja.
Por alguna extraña razón, muchas veces pienso en esas sandías locas y me pregunto si en el conjunto de seres humanos no seré yo también una de ellas, víctima de un conjuro de mi abuela que quiso atarme a su recuerdo en tan atípica experiencia.


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