Andaba Émile, Henri, Henri Émile Benoìt Matisse, Matisse para los amigos, vamos, de exposición en exposición, alterado, como una fiera enjaulada. La causa es que sus cuadros causaban escándalo y no encontraba compradores, y ya le dolían los pies de tanto moverse. Le dolían y le olían, y el aliento de lo seca que tenía la garganta de tanto hablar. Entonces, una mademoiselle de buena familia que ocupaba sus abundantes y ociosas horas en visitar a los monos del zoo o a los pintores de Montmartre, sin saber que el artista estaba allí, (pues aunque lo vio parecióle un mozo de cuerda), dijo en voz alta mientras contemplaba uno de los cuadros: "¡Qué mujer tan fea!"
Émile, Henri, Henri Émile Benoít Matisse, Matisse para los amigos, vamos, le espetó muy serio: "No es una mujer, señora, es un cuadro."
Después se enteró de que la joven compró uno a Picasso y esa noche no pegó ojo.