Azotaba la peste Roma, unos años después de la invasión de los galos, y pese a que los sacrificios a los dioses se multiplicaban, las muertes no cesaban. Lo singular del caso es que la enfermedad sólo afectaba a los hombres y de esta manera mermaba paulatinamente su número.
He aquí que una esclava se dirigió al Senado, movida por buena voluntad o por el deseo de adquirir la ansiada libertad, y acusó a ciertas mujeres de ser las responsables de la muerte de tanto varón. Tomaron nota los romanos y las pesquisas los condujeron a casa de una patricia cuyo marido había sido el primero en morir.
Allí descubrieron un cuarto donde varias mujeres se afanaban en rellenar jarritas de arcilla con un líquido verdoso. La aparición de tanto hombre armado altero la paciente actividad de las féminas. Le preguntaron a la domina qué contenían aquellos recipientes y ésta respondió que remedios elaborados por ellas mismas contra las enfermedades. Entonces el edil les ordenó a todas beberse el contenido de los mismos. Pese a los gritos y protestas la orden fue irrevocable. Todas bebieron y todas murieron al instante retorciéndose de dolor.
Continuó la investigación y la conspiración resultó ser mayor de lo esperado, más de un centenar de mujeres fueron detenidas. Maridos e hijos buscaron incrédulos en las cocinas de las casas y en más de una hallaron el origen de tanto mal.
Por más que se preguntó a las sospechosas no se descubrió el motivo de tal crimen y aunque el tiempo condenó al olvido tan macabro suceso no sucedió lo mismo con la receta del brebaje.