Picasso retrató a Cornuty en una acuarela. El poeta, sentado a la mesa y acompañado de una aburrida joven, aparece dispuesto a tomarse una copa de absenta, la bebida de moda entonces entre los artistas más atrevidos.
Pocos son los que recuerdan a Cornuty, personaje admirado por el cubista.
A España llegó acompañado por Alejando Sawa, el Máx Estrella de Valle Inclán. Les unía la amistad y la admiración por Verlaine, el vate simbolista. Pronto se hizo famoso en Madrid por su inconfundible facha. Tenía aspecto de tártaro y era algo bizco. Caminaba encorvado, con el torso inclinado hacia el lado izquierdo como si fuese a girarse. No acostumbraba a peinarse ni a afeitarse, jamás visitaba al barbero. Vestía un largo y mugriento gabán, propio de un pordiosero, y tenía todos los bolsillos repletos de libros y papeles, que pugnaban por salir revueltos de aquellos sucios escondrijos. De su figura emanaba un singular hedor a medicina o farmacia, no por ser del gremio de Hipócrates, sino que era aficionado a inhalar éter.
Cuando hablaba no distinguía entre los verbos ser y estar, y los empleaba indistintamente como si de to be se tratase.
<< ¡Viva la anarquía! ¡Viva la Literatura! >> era su grito de guerra. Y se le tenía por hombre de buen corazón y desprendido.
De París se trajo el Simbolismo y el Decadentismo, según Ortega y Gasset. En España ideó su propio género literario al que llamó Feriees Douloureuses. No creó escuela y se quedó en bohemio, de los muchos que infestaban la capital.
A Cornuty lo atropelló un vehículo, de los pocos que circulaban entonces por las ciudades, precisamente cuando regresó a París, y dejó este mundo en otoño de 1904 y su rostro en manos de Picasso.