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jueves, 25 de abril de 2024

Sánchez, torero alucinógeno

Leo la carta de San Chez y no puedo evitar compararla con aquella anécdota que de su propia infancia contaba Dalí, el genio del Surrealismo, y que decía así:
"A los seis años defecaba en los sitios más inverosímiles de la casa: en el cajón de la biblioteca o en lo alto de un armario. Corría después a la sala en la cual se hallaba reunida la familia y mejor si había visitas. Gritaba. ¡Ya lo he hecho! Y huía a esconderme. Familiares y criadas atribuladas se lanzaban a la busca no cesando hasta encontrar mi TESORO. Toda mi vida he continuado haciendo espiritualmente lo mismo. Pinto mis relojes blandos, el torero alucinógeno. Ya lo he hecho. ¡Me oculto! ¡Ahí va eso! Y que los otros se ocupen".


martes, 23 de abril de 2024

El libro que ignoraba su día

Era uno de tantos libros que no sabía que existe un día que conmemora su ser. Asunto que, por otra parte, no le quitaba el sueño del que gozaba desde que salió de imprenta y le dieron cobijo en una librería. Este al que nos referimos era uno grueso, de tapa dura, con cubierta y solapas plastificadas, que llevaba varios años atrapado en un estante, junto con otros congéneres, volúmenes diversos, reservados y silenciosos, aunque repletos de palabras escritas; con los que, podemos decir, no se relacionaba mucho. La mayoría de las veces, por cuestiones de espacio, se apretaba entre los compañeros. En alguna ocasión reposó sobre las cabezas de aquellos, pero no tardó en recuperar su lugar en cuanto que surgió la oportunidad, al desaparecer otro, de forma provisional o para siempre. A veces esa situación generaba cierta holgura, pero pronto aparecía un gemelo o un semejante reclamando hueco. Una mano enérgica y voluntariosa se encargaba de reorganizar la balda donde convivían, y lo llevaba de aquí para allá.

Otras veces era un dedo el que recorría su lomo y lo despertaba. A veces una mano extraña lo arrancaba del nicho, lo zarandeaba, lo abría, lo aireaba un poco y volvía a depositarlo en su lugar habitual, o en otro próximo. En una de esas sufrió una caída que le dejó de recuerdo una abolladura en uno de sus picos y parte de sus páginas. Desde entonces quedó señalado y no migró a otro lugar menos concurrido, como el resto de sus semejantes, sino que permaneció por muchos años en el mismo estante.

Con el tiempo quedó arrinconado y sepultado por otros, más modernos, hasta perder por completo el contacto con la luz. Allí agazapado una araña le hizo un traje, que le permitió sobrevivir al asalto de los pececillos plateados durante varias generaciones. Fue necesario esperar a una remodelación del mobiliario del local para dar cuenta de su presencia, lo que le permitió terminar en una caja de cartón en compañía de más mutilados y viajar a otra librería menos elegante. En esta última resistió durante años el embate de las inclemencias del tiempo y el ritmo lento pero incansable de las agujas del reloj, incluso la visita de un ratón en busca de un apartamento. Un aciago día alguien reparó en su portada, manoseó sus páginas, arrugó la nariz e hizo un adverso comentario. Nuestro héroe terminó en un contenedor de papel. Lo reciclaron y convirtieron en un rollo. Ahora espera, junto a otros compañeros, la oportunidad de que algún ojo recorra su superficie.


domingo, 21 de abril de 2024

La casa de Bernarda Alba era un Tenorio

Temo que La casa de Bernarda Alba no sea sino otra del Tenorio, pero de donde sale bien librado don Juan. En esta versión, la de Fede, el personaje, Pepe, se mete en el convento, se revuelca con la novicia, la desflora y huye. No lo atrapa el Diablo, ni el Convidado de Piedra. La joven se suicida. No hay castigo para el seductor y se redobla la disciplina de la orden.

FIN.

viernes, 19 de abril de 2024

Otra de Ruano y Lorca

Es curioso que en la historia oficial de García Lorca no se mencione a César González Ruano que, por otra parte, se despachó a gusto del poeta en sus memorias, (cuyas palabras reproduje aquí en una entrada hace años, por una desavenencia que tuvieron). Y lo digo porque me ha llamado mucho la atención descubrir que Ruano estaba al cargo del seguimiento y publicidad en España, a través de la revista Crónica, de los éxitos de Federico en EEUU. Y sus opiniones siempre eran positivas al respecto: "¡Mago Federico García Lorca!". Supongo que ese "olvido" en las biografías al uso del poeta granadino tendrá una motivación evidente. Ruano fue siempre un personaje controvertido, trepa y vividor, un trilero; pero sobre todo un simpatizante de los gobiernos totalitarios de Italia y Alemania, países donde estuvo trabajando como corresponsal. También monárquico y falangista, (con ambos casaba). Bien es cierto que durante los años en los que permaneció en París, durante la II G.M., los nazis lo encarcelaron por negocios turbios, que no eran otros sino el engaño a judíos que pretendían huir de la persecución, con promesas de hacerlo a España. Pero después, al final del conflicto, regresó a casa y desarrolló una carrera extraordinaria en el terreno de la crónica periodística, convirtiéndose en maestro de Cela y Umbral, (y también de aupar a Coll, el de Tip, por citar algunos). Sorprende además el enorme parecido físico que existía entre Ruano y Dalí.

Está claro que en la biografía de Fede sobran incómodos "camaradas".
Y otro dato interesante es que Ruano entrevistó a la primera mujer futbolista y periodista, Ana María Martínez Sagi. Famosa también porque se inventó el estreno de Doña Rosita la Soltera en Barcelona, (revista La Rambla), pues en lugar de asistir al evento como le correspondía prefirió irse a esquiar y envió la crónica a imprenta, que se publicó, sin saber que aquel había sido cancelado. Después Federico le echó un capote diciendo a sus jefes que todo había sido una estrategia comercial. El mundo es un pañuelo.


lunes, 15 de abril de 2024

Lorca: otra mirada

Un librazo sobre Lorca ha caído en mis manos, que no es otro que el del controvertido profesor José A. Fortes, (Lorca: otra mirada. Fraude y Leyenda).

Es una obra muy interesante por la documentación que aporta y pone a disposición del curioso. Estamos muy habituados a que, tal vez influidos por el periodismo, se preste poca atención a las fuentes administrativas, de oficio, pero mucha a los testimonios orales de difícil comprobación y confrontación. Existe cierta relajación en la tarea del historiador. En lugar de comprobar el origen de un concepto y su contenido, se prefiere, en la mayoría de los casos y por comodidad, o interés, fiarse del trabajo de otros, (que en teoría han andado el mismo camino y gozan de cierto ascendiente en el mundo académico o de la cultura). Hay que retornar a los archivos, que es una tarea ardua pero necesaria, si se pretende conocer la verdad y no reincidir en la leyenda. Y eso es lo que ha hecho el profesor Fortes. En lugar de sumarse a la dinámica de lo que no conviene remover prefiere rastrear en el origen del asunto y recurre a algo tan sencillo como la revisión de la documentación de oficio, expedientes administrativos y consecuentes resoluciones en asuntos de censura, pero también de notas publicadas en prensa y revistas del régimen. De este modo viene a demostrar que la obra literaria de F. G. Lorca circuló libremente durante la Dictadura y pudo adquirirse en librerías o representarse, en el caso de la dramática, en los teatros, pero desde fecha muy temprana, apenas terminada la contienda. Y del mismo modo demuestra que el aparato del régimen quiso hacer suyo al autor, por considerar su obra expresión clara de la España tradicional, (porque realmente la de Lorca puede tener dos lecturas, simplemente dependiendo de la puesta en escena), por lo que no estimó necesaria la prohibición o persecución de su trabajo o divulgación de este; y que siempre existió entendimiento entre los jerarcas del régimen y la familia del artista en las direcciones descritas. E incide en la manipulación y comercio de la vida del personaje y su creación, según las circunstancias políticas, que las convierten en un gran negocio.

El libro no es de lectura fácil, especialmente al principio, porque emplea el sarcasmo y abusa de la terminología marxista, pero después, cuando se detiene y aporta el dato, se convierte en algo verdaderamente interesante y difícil de obviar.


domingo, 14 de abril de 2024

Alhambra es una marca

Hay gente que presume de que los echaron de Facebook, poca cosa. Yo podría ahora mismo estar alardeando de haber sido expulsado de la Alhambra, ayer, sin ir más lejos. Pero no pudo ser. Bien es cierto que propósito no tenía, intención no había, que no lo buscaba, pero los astros se conjuraron en mi contra.  Por suerte supe torear y salir por piernas del lance, todo quedó en aviso de la autoridad competente. De lo cuál me arrepiento porque he perdió ocasión de ganarme otra medalla que acreciente mi negra leyenda, esta vez sin el edding 500 en la mano.

Tiempo ha, cada cual, hijo de su padre o de su madre, podía entrar en la Alhambra como Pedro por su casa, y sentarse en las bancadas a comer pipas o fumar unos canutos. Entonces se veía a los leones del patio más sonrientes. Era un espacio donde no existía el tiempo sino el estar. El sol se detenía en su viaje y uno se perdía en los atauriques que conducen a la nada o al dios más ininteligible. Ahora la Alhambra es un pasillo, por el que circulan seres humanos como las vacas que conducen al matadero. Todo son prisas, está prohibido detenerse. ¡Vamos, vamos! Para organizar tan asoladora tarea se reparten sujetos de ambos sexos, armados de acreditación, que vigilan atentos al revoltoso, que es aquel que se distrae en demasía, retrocede o alza la voz y comenta, o emite juicio alguno, ilustra, o discrepa, con compañero o amigos. Basta con que uno de aquellos del pinganillo sospeche, o se figure que eres guía, para señalarte con el dedo acusador y recordarte que hay normas que respetar, que no son otras que callar y seguir adelante, como borrego o niño, (video de Pink Floyd), que se precipita en la máquina que lo convierte en carne picada. Fueron momentos tensos, instantes en los que uno se descubre en el túnel y olvida el resto, se defiende como minotauro herido y busca la luz para escapar. Mas todo quedó en vaga amenaza, aunque me siguieron hasta la puerta, (lo cual tenía cierta gracia, por lo ridículo), por si abría otra vez la boca y decía alguna nueva indiscreción. Matarán la gallina de los huevos de oro o vendrá un Cristo que los saque a latigazos del templo.


martes, 9 de abril de 2024

Catábasis y otros lances

Del faraón Rampsinito, si es que existió alguno con ese nombre, daban razón Heródoto y contaba que volvió a la vida después de ganar a los dados a Démeter, que estaba en los infiernos. El asunto demuestra varias cosas, la primera que la diosa no controlaba a la Suerte, ni a la Fortuna, sino que se sometía al Azar del Destino, por lo que deducimos que sus poderes eran limitados. La segunda viene a colación del dato de que Démeter estaba en el Hades, que es donde vivía su hija, Perséfone, lo que significa que podía verla a diario y no sólo seis meses como nos cuentan otras versiones, todo ese rollo de la primavera y el invierno. Y la tercera es que tenía buen perder, porque de lo contrario, si hubiese sido una Atenea, por ejemplo, hubiese convertido a Rampsinito en taba o algo por el estilo, que era lo que solían hacer los dioses cuando alguien les tocaba las narices, véase Aracne o Marsias. Claro que todas estas variantes son cosa de un poeta romano llamado Ovidio. Este Ovidio hizo mucho daño, porque inventó lo que quiso y probablemente en favor propio, para hacerse el interesante. Si de lo que se trataba era de poner en tela de juicio a los olímpicos, mejor las versiones de Luciano el de Samósata, que son tan chistosas como la historia de Heródoto.


lunes, 8 de abril de 2024

No se equivocó la paloma, sino nosotros

Lo de la paloma, que no era mensajera, me sucedió en Florencia y lo cuento para que se note que viajo. Fue un día veraniego que subimos a San Miniato al Monte, desde donde hay unas vistas panorámicas de la ciudad espectaculares, y de allí bajamos andando hasta el Arno, y paramos a la altura de la Piazza Nicola Demidoff, que hay un giardino público. Por supuesto que fue una paliza, que llegamos buscando desesperadamente un banco donde sentarnos y recuperar el resuello. Allí hicimos un alto, bebimos agua y aprovechamos para emprenderla con unas galletas maría que guardábamos para las situaciones extremas, como los hobbits las suyas. No me extenderé mentando lo a gusto que estábamos en tales circunstancias, recostados y estirados sobre los listones de madera mientras veíamos a lo lejos el puente Vecchio.  Era un momento único que invitaba al ensueño y la fantasía. En esto que acude una paloma a nuestro entorno caminando a saltitos porque, ¡oh, triste destino!, no tenía más que una pata, pero sin perder la dignidad del ave emblemática. Blanca como la de la paz, pero sucia de polvo y barro.  El pobre animalito acudía renqueando en busca de un oasis como nosotros habíamos hecho. Comprenderéis lo enternecedor de la escena. Aquella pobre ave era digna de misericordia. Miraba de lado, con timidez o miedo contenido, apoyada en su única extremidad igual que el flamenco para dormitar. Cada uno de nosotros imaginó una triste historia en la que la pobre perdía la pata: un cepo traicionero, un gato agresivo, una malformación de nacimiento… Y allí estaba, a nuestra merced, buscando amparo, sembrando de incertidumbre nuestro corazón satisfecho. Para paliar su triste existencia, decidimos compartir unas migajas con ella, facilitarle el tránsito por este valle de lágrimas que nos condiciona a todas las criaturas vivas, seamos de la taxonomía que seamos. Ella comprendió nuestro propósito y se acercó alegre, picoteando aquí y allá, sin preocuparse ya por nuestros propósitos que identificó como bondadosos. Y nosotros, felices por nuestra buena acción, seguíamos facilitándole pedacitos de galletas, que no le faltasen, que ese día fuese un día de fiesta para ella y redención para nosotros.

Pero he aquí que no tardó en acudir otra avecilla, pariente suya, y otra más, y muchas más, a participar del improvisado festín, milagro de la multiplicación de los panes, que aquello empezó a salirse de madre como partido de fin de liga. Fue entonces, siendo muchas a repartir, cuando nuestra amiga sacó la pata que le faltaba, que escondía muy bien la traicionera, y se enzarzó con sus hermanas por lo que consideraba suyo, pero ya sin vergüenza ni consideraciones, sin mirarnos a la cara siquiera, que parecía otra, sino interesada sólo por lo que concierne al estómago, en este caso el suyo. Aprovechando la batalla salimos por piernas, a riesgo de llevarnos una mugrienta condecoración de recuerdo. Esto de las palomas es un desengaño. No te puedes fiar de ellas. Qué os voy a contar si todos conocemos el cuento.


domingo, 7 de abril de 2024

La culpa la tuvo Ramsés

Con esto de la calima se acuerda uno de Los diez mandamientos, aquella película de Cecil B. De Mille con Charlton Heston haciendo de Moisés, antes de que cambiase las tablas de la ley por el winchester, o se pelease con unos monos parlanchines. Amenazaba el patriarca bíblico a su hermanastro el faraón con convertir el agua del Nilo en sangre, y lo conseguía, como cuando un palo se volvió serpiente. Luego nos hemos enterado por la ciencia que no era cuestión de glóbulos rojos sino de barro que arrastra el viento del Sáhara y lo pone todo perdido. Así está el cielo ahora que no se ve un burro volando, ni a los políticos. La culpa de lo de Gaza lo tienen los faraones, que se dejaron engañar por los judíos. Si Ramsés hubiese tenido ocasión de leer la Biblia no los hubiese dejado salir de Egipto hasta que apareciese Jesucristo, que hubiese convertido el agua en vino y el futuro habría sido más divertido.


sábado, 6 de abril de 2024

El cuerpo de Lorca, Carabanchel

Leo que han hecho un muñeco de Lorca y lo han enterrado en Carabanchel, pero para que todo el mundo pueda verlo y pisarlo. Por eso la tapa del sarcófago es de cristal, algo así como la caja que guarda la figura del Cristo muerto que sacan a deambular por las calles en la Semana Santa, y que no pase frío. Es un Lorca muy formalito, como niño en foto de la escuela de pago que va a hacer la confirmación y espera la sagrada forma con los brazos sobre la barriguita, vestido a la antigua, que parece el general Torrijos, pero con los ojos cerrados. No se le ven los orificios de las balas. Claro que eso de que lo fusilaron es cosa que se cuenta, pero de lo que no hay prueba mientras no aparezca el cuerpo, o lo que quede de él. Cuesta trabajo llamarlo desaparecido. Dice el artista, (que se llama como el cura Merino), que ha querido homenajear al mejor poeta de la historia. Es verdad que al poeta le gustaba hacerse el muerto, lo contaba Dalí, pero porque le gustaba estar vivo. Ya solo falta que acudan los de la memoria a ponerle una corona de flores y lo den por bueno. Es este, el negocio de los santos, cosa que viene de antiguo, de los egipcios, porque genera pingües beneficios en torno al santuario y las reliquias. En esta ocasión los granadinos no han estado despiertos, la peregrinación será a Madrid. Se han quedado sin romería.


viernes, 5 de abril de 2024

Los godos, genio y leyenda

De godos siempre hay leyendas que gusta uno de repasar y ampliar, inventar si se presta. No falta ocasión para añadir detalle a alguna y retrotraerse a Hércules si se tercia. Tienen estos godos, lejanos parientes nuestros, un empedernido acento a fake new que arrojan desde antes del romancero sobre nuestras cabezas. Tipos altos y rubios, de ojos azules y coletas hasta las tetillas, y señoras como aquellos, pero recias, capaces de llevar a hombros una vaca; algo así como unos extraterrestres venidos de otro mundo, pero en catanga. Sin embargo, eran muy brutos, pero con una idea muy clara de lo que querían: un reino cristiano que se perpetuase por los siglos de los siglos en el confín del mundo. Ellos, sin saberlo, ya querían formar España, guiados por la providencia divina, como bien vaticinaran los teólogos de entonces, Orosio e Isidoro, por mencionar los más populares. Pese a todas las señales, estos godos anduvieron despistados, matándose entre ellos por mandar sobre el resto. He aquí, y siempre guiados por la doctrina católica, que, por no hacer acto de contrición, Dios los mandó al purgatorio en forma de musulmanes que estuvieron de paso unos ocho siglos, y dos más de ocupas, pero sin mezclarse en todo ese tiempo con los hispanos que nunca dejaron de ser romanos. Luego a los godos se les perdió la pista, pero dejaron buen recuerdo, como ese tío lejano que se fue a las indias y se quedó en ellas, y mandó una foto fumándose un puro. El resto es historia.

miércoles, 3 de abril de 2024

Protestones

Tiene miga que en los tiempos que corren tenga que ser un abuelete el que aporte un discurso disruptivo y provocador contra lo establecido. En la época en la que yo me críe eran los jóvenes los que ponían en tela de juicio cuanto les rodeaba. Los de ahora tragan lo que les echen, sobre todo si llega por la red. Claro que he terminado descubriendo que aquellos jóvenes rebeldes son los mismos de antaño, pero ya octogenarios. Es decir, que la protesta estaba en su naturaleza y siguen haciendo uso de ella, como Unamuno: contra esto y aquello. Y además poseen una notable biblioteca y la han leído. Temblad cuarenñoñes.





sábado, 30 de marzo de 2024

Bocarrayo

 Yo tuve un tío abuelo lejano que apodaron Bocarrayo. El mote se lo pusieron en una comida familiar los primos con los que se sentó a la mesa, movidos por su audacia. El marco temporal de la efeméride podemos fijarlo durante la posguerra, cuando los menús no eran tan sofisticados como en los días que corren, aunque sean de hamburguesa con patatas. De primero había huevo frito. De segundo y tercero, si lo hubo, no tengo noticia por la anécdota. Esta sigue por cuando pasó el camarero a su altura y fue poniendo un huevo frito a cada uno en el plato. Este tío abuelo, que llamaré Miguel, ni corto ni perezoso, agachó la cabeza y se tragó el huevo de un sorbetón, así, sin anestesia. Al instante se levantó, pidió vena al que iba sirviendo y le aviso de que a él no le había puesto, levantando su plato, limpio como una patena, como testimonio del olvido. El camarero manifestó su sorpresa e incredulidad por el suceso, pero eran tantos los invitados y el trabajo que tenía por delante que no se detuvo a más averiguaciones y le puso otro. Y fue así como Miguel se ganó el mote. Andando el tiempo, mi hermano y yo, probablemente algún que otro primo-hermano, tras haber oído tantas veces la anécdota de boca de la abuela, hicimos intentona de emularlo, sin éxito y con el resultado de alguna que otra condecoración inoportuna que desagradó profundamente a mi madre.


jueves, 28 de marzo de 2024

Atípicos

Estaba en la calle Arquitecto Berges, justo donde hace esquina con la peatonal de Joaquina de Verd, el quiosco que captó mi atención una de las primeras veces que visité Jaén, porque estaba repleto de tebeos, pero de los interesantes. Por aquel entonces yo no sospechaba los años que me quedaban por delante para detenerme no una sino muchas veces frente a su escaparate. Lo regentaba un hombre que cojeaba de un pie, - debía tener alguna minusvalía -, pero que tenía mucha vista para los negocios. No recuerdo su nombre, tal vez Antonio. Andando el tiempo se mudaría a Granada, muy a pesar mío, es busca de nuevas perspectivas económicas que Jaén no le proporcionaba; pero eso fue años después. En la ciudad de la que hablo inició un atisbo de expansión. No sé qué tratos tuvo ni con quién, pero no tarde en verlo involucrado en un nuevo negocio de prensa y revistas que se abrió junto al hotel Condestable. La tienda en cuestión se llamaba Atípicos y como su nombre indica se salía de la norma de lo que en una ciudad de provincias podía uno encontrar en lo relativo a publicaciones. Allí, además de acceder a muchos comics y fanzines, tuve ocasión de conocer a Javier de Automatics, que era un grupo musical de Linares con mucha proyección en los años 90 y que no ha dejado de dar guerra desde entonces, aunque de forma intermitente. La verdad es que de música hablábamos poco, para mí era sólo el dependiente de la tienda, y lo hacíamos básicamente de cómics. Me enteré de que tocaba en Automatics por casualidad, porque lo reconocí en una foto de una revista musical, (ya no recuerdo en cual), que se repartía o vendía por los pubs de Jaén, vaya usted a saber. Por desgracia, la tienda terminó cerrando, como todo en esta vida, y a Javier le fui perdiendo la pista. La última vez que lo vi trabajaba en el cine Avenida, reconvertido en área recreativa, que también terminaron cerrando. Charlamos de la tienda con nostalgia y también del futuro, tenía ganas de hacer nuevas cosas y sueños.

Recuerdo que su socio, el tipo del que hablé al principio, el que se embarcó en la aventura de Atípicos con él y decidió buscarse la vida en Granada, siempre se quejó de que a Javier la música lo había apartado del negocio.

Todo este rollo viene a cuento de que sigo pasando con cierta frecuencia por donde estuvo aquel quiosco, y de él no queda más que el cimiento de hormigón, una base cuadrada de unos veinte centímetros de altura, de lo que sobre él hubo. Una especie de lapida moderna o testimonio de una era que se la llevará el olvido como las lluvias de primavera a las primeras flores, porque aquellas también lo fueron.


lunes, 25 de marzo de 2024

Por Ventura

Ha muerto la otra mitad del tándem Ventura&Nieto. Siempre será recordado por su personal recreación de Groucho Marx, bastante más poético que el original. Yo, sin embargo, prefería su lado gamberro, cuando ridiculizaba con su primo la programación de la TV de los 70 o nos avisaban de lo locos que íbamos por la vida. Una de mis historietas favoritas, siendo niño, fue la que publicaron en Trinca, Maremagnum. Tuve que esperar a estudiar latín en el bachillerato para comprender su significado. También aquella de La fantasía viaja en metro, que me tocó en una rifa del cole y leí cientos de veces en el mejor rincón que invita a la lectura, y que no mentaré para evitar comentarios jocosos. Un día triste para recibir una noticia así. Lo recordaremos como mejor nos enseñó, echando unas risas.


domingo, 24 de marzo de 2024

La primera en la barbería

Contaría cinco años, o seis tal vez, cuando visité por primera vez una barbería. Lo recuerdo perfectamente porque los detalles tempranos se quedan en la memoria para toda la vida. La peluquería estaba en el barrio de Valdezarza, en la calle de Artajona, la que conduce al parque de la Dehesa de la Villa si vienes desde Saconia. Entonces había que salvar un enorme descampado, que ahora se llama avenida Antonio Machado. A Valdezarza se sube, porque Saconia está a menor altitud. La calle Artajona es empinada. El negocio ya no existe, aunque en la acera de enfrente hay un barbershop de esos de ahora. Nos dimos un buen paseo mi madre, mi hermano y yo desde San Andrés hasta allí. Supongo que el pequeño iba en un carrito. Mi madre ya me había aleccionado de que tenía que portarme muy bien, y no moverme mientras me pelaban. Hasta ese día los trasquilones me los había hecho ella. Entrar en el establecimiento, algo oscuro, y ver a tantos señores esperando su turno me intimidó bastante. No menos los sillones de forja tan aparatosos en los que el cliente, previo ajuste hidráulico, se exponía al ataque de la tijera o la navaja. Yo estuve muy atento al ritual del que usaba aquellos y el peine, porque a esa edad uno se fija en todo lo que le parece nuevo, y me aprendí los movimientos del peluquero, y el modo en que debía poner la cabeza cuando me tocase, que no fue tarde. Creo que nos colaron como favor a mi madre. Así, de la nada surgió una silla de madera que el fígaro puso sobre el asiento ergonómico y me invitó a trepar por éste hasta aquella, de tal modo que me situé a una considerable altura del personal que aguardaba y pude verme reflejado en la luna que recorría la pared de lado a lado, y sentirme rey por un día. Me anudó una enorme sábana alrededor, como a imagen religiosa, y se empleó a fondo en corregir el desorden de mi cabeza y enderezarme la raya. Antes de que el peluquero me dijese nada, atento a su evolución, movía yo la cabeza para facilitarle el trabajo, cosa que agradeció con algún que otro “qué niño tan bueno”, para regocijo de mi madre. Nadie diría que era mi primera vez, sino que parecía experto en tales lides. Terminado el servicio, volvimos a nuestros quehaceres. Hubo otras muchas veces después de ésta, pero ya no tuvieron tanto sitio en la memoria sino menos.


viernes, 22 de marzo de 2024

La procesión va en el recuerdo

Recién peinado, el pantalón corto nuevo y los zapatos limpios. Acompañado de mi hermano y mi primo, con los bolsillos repletos de duros. Nos poníamos a media mañana en la calle para ir a ver los santos. El desayuno había sido de churros de los gordos, remojados en unos cuadernillos del Guerrero del Antifaz con los que mi padre nos obsequiaba en tales fechas, los días que pasábamos en Úbeda, y vendía de saldo un hombre al lado de la torre octogonal que linda con la ferretería de los Biedma. Por la calle ya se veían capirotes, unos puestos y otros al sobaco, de color oliva. Los paisanos deambulaban sin orden ni concierto o iban buscando acomodo en las estrechas aceras. La gente que se conocía y no se veía desde hacía meses se saludaba, y se preguntaba por cómo iban las cosas por Madrid o Barcelona. Los carrillos de chuches se apropiaban de la vía cortada al tráfico y hacían negocio. Las almendras garrapiñadas brillaban al sol. El purito americano de caramelo parecía un cohete a punto de despegar. El del paloduz extendía un pañuelo sobre los adoquines y colocaba la mercancía a la vista de los menos pudientes o los que buscaban remedio para el dolor de muelas. A un lado y otro de la calle las pelotas atadas a una goma iban y venían a un ritmo frenético, o competían con peonzas bailarinas.  Se oían trompetas a lo lejos, tambores y repiques de campana. En la plaza no cabía un alfiler y los curiosos se repartía por los balcones. A sabiendas, pero sin darte cuenta, te atrapaba el paso, donde menos lo esperabas, y buscabas refugio de inmediato, muy pegado a la pared, temeroso del énfasis de las baquetas que atacaban sin compasión el parche, la piel del tambor, con miedo a llevarte un palo en la frente. Pasaban los del tamborileo y después lo hacían los del mazo, golpeando con intención de hacer trizas el bombo. Tras estos, las escandalosas trompetas y estandartes romanos, mástiles, cordones y borlas. Luego el desfile de penitronchos, de variada etiqueta: el de la túnica descolorida, el del capirote torcido, al que le queda corta o larga la túnica, el descalzo, la de los tacones, el gafotas, el canijo, el del cirio apagado, el que no lleva, el que tiene guantes, al que se le ve el reloj, el tito Cristino que te saluda, el que pone orden o te echa a un lado. Ahora el manojo de chiquillos cogidos de la mano y disfrazados de Belén o los diez mandamientos. Incienso. El cura con los monaguillos. El trono con los santos durmiendo entre las flores y los fanales. El ángel como la sota de copas subido a un olivo, tan clásico que no mira al Cristo. Las zapatillas deportivas de los costaleros, o las ruedas de camión. Las autoridades, de toda ideología, con sus varas y estolas, manípulos y becas. Los civiles. La Virgen bajo el palio y el manto de flores. Un pelotón de mantillas de alta peineta. Más penitronchos. Y para rematar, la banda, con mucho trombón y platillo, seguida de una multitud que se descomponía por calles adyacentes, como el potaje que sobra y se tira. Era entonces cuando corríamos a los billares Elis, a gastarnos nuestra pequeña fortuna en marcianitos. No existían las consolas. Eran días de santidad e inocencia, perdidos en el remolino del recuerdo.

jueves, 21 de marzo de 2024

Izquierda, izquierda. Izquierda, derecha, izquierda... ¡Paaaso!

Ha dicho Margarita, con esa cara tan vaga como imprecisa, indefinida e indefinible, que caracteriza a los políticos patrios, que la mili no va a regresar. Ni se les ha pasado por la cabeza. Es decir, que está a la vuelta de la esquina. Ya estamos más que acostumbrados a verle las orejas al lobo y cuando dicen que no viene es que está ahí. El negocio de la guerra, acordada, va a levantar la economía. Por supuesto que habrá víctimas, como en todas, pero generará mucho trabajo y mucho dinero, sobre todo negocios turbios. Atrás quedaron las buenas intenciones expresadas durante la pandemia, (otra guerra), todo aquel rollo de que el mundo no volvería a ser el mismo y esos murales con el unicornio del arco iris viajando en una nube, como el Goku. El mundo sigue igual, existe una falta de originalidad espeluznante. Por otra parte, nuestro parlamento se convierte en un patio de vecinos, un sainete de los Quintero. Las marujas sacan a relucir sus trapos sucios y los chulos el ven aquí si tienes huevos y me lo dices a la cara. El bipartidismo se ha reinstalado, ya conocemos el argumento, que nos devuelvan el dinero.


martes, 19 de marzo de 2024

De cuando se descamisaba al conejo

Experiencia no menos gratificante, de aquellas que adornan el pasado de algunos de nosotros y hoy día serían difíciles de digerir, era la de quitarle la camiseta al conejo. Probablemente alguna mente calenturienta, (y no quiero señalar a mi amigo Alberto), esté imaginándose otra cosa cuando lea esto, pero no guarda semejanza en absoluto. En este caso estoy refiriéndome al momento en que se despellejaba al conejo, es decir, cuando se le libraba de su peluda piel. En las matanzas de animales que iban a terminar en la cazuela había un aspecto educativo nada desdeñable. Por ejemplo, si se mataba al cerdo, no sólo se admiraba uno de los litros de sangre que llenaba el barreño que se ponía a la altura de su cuello sino de la colección de órganos que sacaban de dentro, y bien daban para una clase de anatomía veterinaria. En el caso del conejo lo más llamativo, quizás por el tamaño, no eran sus órganos sino el hecho de verlo en cueros. El proceso era sencillo, pero no exento de técnica. Se le hacían al lagomorfo unos cortecillos a la altura de las patas traseras y se empezaba a tirar de la piel hasta sacársela, como el que le da la vuelta al calcetín. No se empleaba mucho tiempo, pero era un rato muy intenso. Lo mejor era ver la cara que se le quedaba al conejo. Aunque ya estaba muerto, de un certero coscorrón o puñetazo en la nuca, (que administraba con habilidad la abuela o el tío de turno), cuando quedaba desnudo por completo del pijama, parecía sorprenderse. He de confesar que era el instante más esperado por los niños. Después, con la piel podías hacerte un teleñeco metiendo la mano dentro. Mientras la cocinera se entretenía en trocearlo, nosotros asistíamos al macabro guiñol. Ya digo que son cosas que, al día de hoy, pocos disfrutan. Hay mucho móvil y muchas tables, los conejos ya vienen en pedacitos dentro de una caja de plástico. Otra tarde os cuento lo de los patos que terminaban en el arroz, como los pollitos de colores.


viernes, 15 de marzo de 2024

La madre inesperada

Recuerdo, con cierto amargo sabor de boca, que cuando era niño y estaba tan inmerso en mi mundo de fantasía, (un mundo que corría paralelo al real), llegaba a casa del colegio y no reconocía a mi madre. Era una situación muy chocante que se repetía con cierta asiduidad. Entraba por la puerta, como si lo hiciese a la gruta de Alí Babá o la de Polifemo, y de repente descubría a una desconocida haciéndome preguntas, lo cual me desconcertaba por completo. Necesitaba unos minutos para situarme y asimilar el encuentro. Eran unos instantes aterradores porque en mi cerebro no hacía sino preguntarme que quién era aquella mujer tan cariñosa, sin acertar a descubrirlo, pese a que reconocía perfectamente mi casa y sabía que a mi lado estaba mi hermano. Por fortuna, el aterrizaje forzoso duraba poco, y el pan con chocolate de la merienda ayudaba en la reconciliación con la realidad. El resto de la tarde volvía a las andadas y ya andaba en otra historia, o varias, hasta la noche, provocadas por los personajes de Un globo, dos globos, tres globos u otros imaginarios. Al día siguiente vendrían nuevas aventuras. Aquellos años eran una avalancha de novedades, estaba tan perdido como ahora, pero ni me daba cuenta ni me importaba.



La Academia apestaba

Cuenta Juan de Salisbury que Platón levantó la Academia en un lugar de Atenas que apestaba, para que sus discípulos no se distrajesen en cosas que no fuesen prestarle la atención debida. Con esta artimaña pensaba apartarlos de la conscupiscencia y otros vicios. Pero este es dato que viene de Jerónimo que era cristiano y enemigo de los paganos. Es seguro que en la Academia se respiraba aire puro, en sus alrededores crecían olivos y plátanos, y estaba más allá de los límites de la ciudad. Jerónimo era contrario a los baños, probablemente imaginó un Platón a su hechura.



lunes, 11 de marzo de 2024

Balaam y la burra parlanchina

A estas alturas de la comedia a Balaam lo acusarían de maltratar animales. Su historia está escrita en la Biblia, ese libro de libros. En concreto en el de los Números. La de Balaam era una burra que recibía los golpes de su cayado. Balaam quería que fuese derecha por el camino y ella no hacía sino salirse del mismo. Como el amo no sabía el motivo de su tozudez, la golpeaba con más fuerza. Llegó un punto, después de recibir por tres veces el mismo castigo, que la burra se revolvió y rompió a hablar.

- ¿Por qué me pegas? ¿Te he pegado yo alguna vez?

Lejos de sorprenderse por oír la voz del asno, (asna en este caso), la amenazó con cambiar el bastón por la espada y matarla allí mismo.

He aquí que asomó un ángel del Señor y le dijo al hombre.

- ¿Por qué no haces caso a la burra? Si sigues por este sendero vas a sufrir un terrible accidente. Por tres veces te ha apartado del peligro y otras tantas has vuelto por donde no debías.

Balaam advirtió el milagro, cayó arrodillado y pidió perdón.

- He pecado. Regresaré a mi casa.

- No -, le dijo el ángel -, sigue tu ruta y completa tu misión.

Siguió Balaam el viaje hasta Moab, subió al ágora y acomodó a su burra en una cátedra.

- Escuchadla - gritó.

Se reunió la gente de la ciudad y la oyeron hablar de las cosas de Dios, y todos quedaron maravillados.

(En la Biblia el final es otro).

domingo, 10 de marzo de 2024

El hombre invisible

He conseguido, después de muchos años de práctica, gozar de la invisibilidad. No fue tarea sencilla, pero con un poco de paciencia, hábitos y trucos, he conseguido que nadie repare en mi presencia. La idea de llevar a la práctica tal habilidad me la sugirió una película sobre las tribus del Amazonas que vi hace una eternidad, donde se mencionaba a la de “los hombres invisibles”. Eran estos individuos expertos en el camuflaje y difíciles de identificar en la selva, hasta tal punto de que muchos dudaban de su existencia. Admirado por su destreza decidí imitarlos y aplicarme para pasar desapercibido en esa otra jungla que es la de la civilización urbana. Observando y estudiando a mis semejantes he averiguado el modo de pasar desapercibido, incluso estando presente en reuniones de pocas personas, donde nadie me atiende, (bien es cierto que la práctica docente da mucha experiencia en estas lides). O cruzándome y caminado al lado de alguien conocido, sin que me perciba. Basta con adoptar una postura inusual al andar o poner una cara extraña. De esta manera he estado pegado como una sombra a quien no me imagina a su lado, sin decir ni mu. Con estas y otras artimañas que no desvelaré por aquí para no ser cazado, me he apartado lentamente de la vida pública y el ruido de fondo, y he disfrutado de la soledad, aunque no tanto como deseara. Estoy convencido de que con unos pocos años más de práctica muchos me olvidarán por completo o dudarán de mi existencia, y me tendrán por personaje imaginario, un duende o demonio. No deja de ser un atractivo futuro.


sábado, 9 de marzo de 2024

La Batalla de Simancas

Extraordinario el trabajo gráfico de Raúl Cáceres para el no menos sugestivo relato de Rafael Jiménez; me refiero a La batalla de Simancas, el álbum de la editorial Cascaborra que ha visto la luz recientemente. Hasta ahora la referencia obligada en la recreación del medioevo peninsular eran los comics del inefable Hernández Palacios. Historietas novedosas y arriesgadas por su estilo, color y narrativa, que vieron la luz a mediados de los 70 del siglo pasado en la celebrada revista Trinca, un aperitivo de lo que fue el boom de los cómics en la década posterior. El Cid, Roncesvalles, y otras se convirtieron en referente obligado para nuevas obras no menos ambiciosas, pero que no gozaron del prestigio de aquellas. Palacios era un complicado rival por batir. Sin embargo, estoy convencido de que esta recreación histórica originada por el genio y magnífico pincel de Raúlo no pasará desapercibida y provocará un importante revulsivo respecto a lo que el cómic aún puede ofrecer a la hora de retratar la historia. Es su estilo barroco y detallista, violento y dinámico, el que se acomoda a inesperadas composiciones de página, originales en cuanto al ritmo narrativo, que no da descanso al ojo del lector y le obliga a gozar del poder de la imagen del conjunto, abigarrada pero efectista. Es imposible no dejarse seducir por un arte tan singular e inesperado en un terreno como es el histórico, de rutinas depuradas y clasicistas. La representación de la etapa del Califato, sus protagonistas y escenarios, es tan sugestiva como podría serlo la invasión de los hunos ejecutada por los artistas del romanticismo, donde prima lo sensacionalista y chocante sobre lo racional y equilibrado. Aunque, hay que reconocerlo, nada de lo que dibuja Raúlo obedece al capricho y la casualidad sino al estudio y análisis detenido del proceso para obtener el mejor resultado.

El único defecto que le encuentro a la edición es el de que el álbum debiera haber tenido unos centímetros más, de alto y ancho. Es un cómic que merece un formato más grande, para poder ser apreciado como le corresponde. Y tampoco estaría de más mejorar la calidad de la impresión en las futuras reediciones, que en ocasiones el blanco y negro se convierte en blanco y gris. Por lo demás, una obra muy recomendable a la que auguro un espacio significativo en la historia del cómic patrio.


Diálogo de la correctora

Hay que andarse con ojo si pones en manos de un corrector, o correctora, tu querido manuscrito, aunque esté escrito a ordenador. No debes fiarte de las promesas de seriedad y profesionalidad de la editorial, que sólo piensa en sacarte el dinero y olvidarse de ti en cuanto termines de pagar. Todo tiene un precio, incluso la fama. Recuerdo la primera valoración editorial, un informe, que me hicieron por una novela, que me costó una pasta, (¿qué imaginabas, que se la leen gratis?). Una señora me envió una carta con algunas correcciones y consideraciones que debía llevar a cabo para hacer viable el proyecto, y que yo leí con atención. Lo primero que descubrí es que uno de mis personajes, que se llamaba Paris, como el héroe homérico, se había convertido en París, la ciudad de la luz. El detalle me resultó chocante. La tilde no sólo aparecía en una sino en todas las palabras en las que se mentaba al personaje, no era un error. En ese momento empecé a recelar del terreno que pisaba. Después, la correctora señalaba otros detalles más que discutibles. Por ejemplo, que las mujeres de la nobleza persa no podían pensar ni expresarse como yo exponía. De entrada, eso es una cosa que nadie puede demostrar, porque no poseemos fuentes que lo permitan y las que tenemos son textos escritos por extranjeros y de clase acomodada en la mayoría de los casos, por tanto, podía tomarme ciertas licencias, cosa que hice hasta cierto punto. Como soy amigo del detalle, para dar verosimilitud al argumento y hacer creíble mi alegato, lo que se dice componer la escena, había recurrido a Eurípides y Séneca, por sus dramas sobre las troyanas, aquellas mujeres que padecieron la ira de los aqueos y de nobles pasaron a convertirse en esclavas. Pocos imaginan que las tragedias griegas se representaban en Persépolis y Susa, pero así era. También, confieso, me detuve en Aristófanes y sus mujeres rebeldes. Deduje, por las señas que me indicaba la correctora, que los aludidos no son autores muy leídos en las editoriales al uso, puesto que no le sonaron los diálogos. Parece ser que los antiguos no eran tan inteligentes como nosotros y no podían sugerir ciertas cosas, según su criterio. Fue con estas y otras perlas similares como fui descubriendo que iba a perder mucho tiempo y dinero en hacer algo al gusto de su ignorancia y sus bolsillos. Decidí entonces ser más cauto y con el tiempo he preferido ir a mi bola. Soy de vicios solitarios, lo he mentado más de una vez. Siempre queda la lotería, pero es que soy ateo de la diosa Fortuna.


viernes, 8 de marzo de 2024

Toriyama inolvidable

Triste noticia la de la muerte de Akira Toriyama, autor de personajes y mundos inclasificables e inolvidables, singulares e irrepetibles, originales, que ya forman parte del imaginario popular y de nuestra historia mas reciente. Conocí su obra a finales de los 80 y desde el primer momento no pude resistirme a su magnetismo. Los hay que que crecieron con el anime, en mi caso fueron sus historietas las que me sedujeron. Dragón Ball representó un cambio significativo en lo que entendíamos por manga, porque estaba salpicado de buen humor y referencias al mundo del video juego y la religiosidad oriental, el retorno a la vida, ese eterno retorno al inicio, o incluso al futuro, de edades o etapas imprevisibles de mundos imaginarios. Conocíamos las andanzas del rey mono gracias a las viñetas de Milo Manara, pero las de Goku nos hicieron inclinarnos por el héroe de Toriyama y anhelar episodio a episodio el hallazgo de las célebres bolas de dragón, que dieron para tantos chistes y tardes inolvidables. ¿Qué decir de Bulma o de Tortuga Duende? o de toda aquella larga serie de enemigos-amigos y villanos invencibles. Admiré la obra, por su grafismo y contenido, y aprendí a disfrutar y respetar el manga, y sufrí la incomprensión de las voces críticas con aquella serie popular entonces, de culto hoy, semejantes a las que padeció aquella otra de Mazinger Z en mi más tierna infancia. Donde hay ignorancia existe intolerancia. Guardaremos el recuerdo de una edad más libertaria, aunque lluevan improperios y censuren lo que consideran incorrecto los popes de la modernidad.


jueves, 7 de marzo de 2024

Cuando Doraemon era hermano

Era uno de esos hermanos de La Salle que hacía relleno o estaba de adorno en el conjunto del claustro o de la comunidad religiosa a la que pertenecía.  Por edad, y porque sus facultades habían menguado, daba pocas clases y siempre a los alumnos más pequeños. Su aspecto era risueño, como el del niño que se entusiasma con cualquier detalle, y no era raro verlo confundirse con el alumnado, pero sin ejercer el papel de corrector que las normas le otorgaban sino más bien como uno de tantos. Pese a todo, le delataba su aspecto de anciano y una bata blanca que vestía a diario, cuyas mangas habían limpiado muchas pizarras. A este hermano le llamaban El Quiosco, porque siempre tenía a mano lo más oportuno o necesario que la ocasión exigiese y, naturalmente, lo sacaba de cualquiera de los bolsillos de la prenda mentada. Podían ser, entre otras cosas, lápices, caramelos, pipas, tijeras, esparadrapo, chinchetas, grapas, envoltorios de magdalenas, insectos e incluso, en cierta ocasión, una lagartija muerta. Hay que aclarar que aquellas alforjas no las llenaba sólo él, sus discípulos más cercanos y juguetones gustaban de rellenarlas, para contar el lance en el recreo. El año que tuve ocasión de conocerlo, o tal vez el siguiente, fue el mismo que acudieron al colegio unos observadores provenientes de Japón, el país del sol naciente, imagino que de la misma orden; los cuales llamaron mucho la atención en el patio porque no se cansaban de sacar fotos a cuanto se les ponía por delante. El director del colegio, El Botijo, que daba física y era un figura en la NASA, decían, los acompañó en su recorrido, repartiendo sonrisas y quedándose con las caras de algunos para repartir galletas después. Los nipones confraternizaron con todo el mundo y estoy convencido de que no quedaron indiferentes al conglomerado de sujetos que pululaban por aquellas aulas, y que no paraban de decir Kasio, Kasio, (por el reloj Casio), a su paso. En ese ir y venir tuvieron que tropezar inevitablemente con El Quiosco en más de un rellano. No quiero ser mal pensado, pero siempre que tengo oportunidad de ver un episodio de Doraemon me acuerdo de El Quiosco y barrunto si alguno de los visitantes no se quedó con la copla y andando el tiempo cuajó al personaje que acompaña a Nobita. Ya sé que alguno de vosotros, entendidos del manga, me vais a contradecir, señalando que el gato cósmico nació en el 69 y que por tanto es imposible mi conjetura. Por supuesto que tenéis razón, pero eso no lo sabe la mayoría de los que leen estas líneas y por tanto me acojo al beneficio de su ignorancia. El caso es que antes de conocer a Doraemon yo conocí al Quiosco y esta tarde me acordaba de él. Ahí queda.


miércoles, 6 de marzo de 2024

El ARCO a la ley

Ya se ha inaugurado ARCO que es esa feria de arte contemporáneo no exenta de humor; la nuestra. Lo que se expone es más o menos lo de siempre, pero es necesario cumplir con el rito y asomar la nariz aunque sea postiza, roja mejor, y quedar bien. Y, lo más importante, es que en ella se hacen grandes negocios, pese al olor a trementina. El rey va vestido, como en el cuento, si tú lo ves desnudo es tu problema, quizás debas aprender corte y confección. Ahí están, por ejemplo, algunos haciéndose un traje a la medida, en el Congreso, hasta que pase la moda. Es una operación más artística que cualquiera de las de la feria; religiosa, una cuestión de fe. Para conmemorar la efeméride yo soltaría un botafumeiro en el momento de la proclama, como el que lanza una paloma, y que oscilase por todo el hemiciclo y lo perfumase. Siempre he sospechado que debe oler a pinreles ahí dentro. Igual es que los políticos piensan con estos. Creo recordar que fue Ramón Gomez de la Serna el que me sugirió la idea. Era un tipo muy ingenioso que, aunque marchó al exilio, no se ganó el respeto de la crítica militante. Pero, volviendo a la feria, mientras a ellos les sudan los quesos, a nosotros las manos. No hacemos planes, contamos las perras y vivimos al día. La cesta de la compra no hay quien la llene, los precios van camino de alcanzar al Voyager, pero, como consuelo, nos va a quedar una convivencia cojonuda, eso sí, en Cataluña. Después, Dios dirá. Por lo pronto lo saca la Legión a hombros en un par de semanas a ritmo de Diana. Esas cosas no se ven por ARCO, pese a lo escandalosas que resultan y el toque lorquiano que indudablemente tienen. ¿Te gusta España?, preguntaba el poeta a su amigo Morla Lynch mientras se chupaban unas procesiones. El caso es que al final el segundo terminó en Alemania.


lunes, 4 de marzo de 2024

Camino entre las letras

No acostumbro a leer recomendaciones. Por mucho que me las publiciten o vendan. - Ésta te va a gustar - me dicen. No suele gustarme. Y su lectura se convierte en un suplicio que evito con prontitud, devolviendo el libro con alguna excusa o simulando que lo he leído sin consultar más que el índice o la contraportada. Soy de la opinión de que la lectura es un vicio solitario y un camino que ha de transitar uno solo, como hace el descubridor de la ciudad perdida en la selva o el náufrago que ve a lo lejos el continente que confunde con otro. Detenerse a escuchar pregones es perder el tiempo, te conducen por sendas equivocadas. Por eso tampoco recomiendo libros, que cada cual encuentre lo que busca, si tiene suerte, pero sin lazarillo. Y si no, que se pierda; perderse tiene su atractivo. Yo llevo perdido toda una vida y no quiero preguntar al que encuentro en la carretera, porque sé de buena tinta que me va a indicar la dirección menos conveniente, que es donde termina todo el mundo. Está vida se hace al andar, dijo el poeta. Y atrás dejas escrito, en cada revuelta, el mensaje de tu desconcierto, con la vaga ilusión de que no lo borrará el viento.



domingo, 3 de marzo de 2024

Soñando en un cuadro

He soñado despierto, no una sino mil veces, perderme en un cuadro. Es una sensación placentera que dura lo que un suspiro, porque cuando siento que caigo al abismo me sujeto y pregunto a dónde voy. Puedo jurar que es un instante lo que estoy dentro, pero lo suficiente para sentir que lo he andado despacio para observarlo con detenimiento, especialmente los detalles que hay detrás de cada figura, geométrica o natural, que no son sino de tizne.

Recuerdo el dato de la existencia de un hechizo de bruja que atrapaba niños en cuadros, niños malos que en realidad eran traviesos, y allí se hacían hombres y viejos, sin solución a su condena. Estoy convencido de que alguna de aquellas me la tiene jugada y más de una vez ha intentado fijarme en los límites de un marco. Pero debe ser una bruja sin mucha magia o muy torpe. Yo dejo que lo intente, me gusta curiosear en el interior de cualquier estampa, por carcomida que esté. Estoy esperando a que dé con el cuadro adecuado para dejarme caer, simulando que no puedo evitarlo, y quedarme dentro. Un día le daré una alegría, se imaginará que por fin me ha capturado, aunque, en realidad, estaré andando al fin por donde me plazca.



sábado, 2 de marzo de 2024

Liberación rima con balón

Yo tenía la esperanza de que llegase el día en que pudiese ver los estadios de futbol convertidos en eriales y en estos creciesen las hierbas, y las ovejas paciesen plácidas y los niños correteasen como locos, como se ve en las estampas dieciochescas del Coliseo romano por donde además pasean unos nobles muy emperifollados y se encabritan los caballos. Pero no tendré esa dicha. El futbol goza de buena salud y extiende su poderoso influjo a todos los ámbitos. Por eso, el feminismo que triunfa, que debe hacerlo, es el que corre detrás de un balón, para que no lo controlen los hombres, que no lo pasan, y las mujeres puedan meter también goles. Mientras el partido acaba, que promete prórrogas, volveré a mis estampas. Tengo otra del Louvre convertido en ruinas, obra de Hubert Robert. Creo que esta última es más acertada, según Putin.


viernes, 1 de marzo de 2024

Hay que tenerlo en Cuenca

Por una reciente visita a Cuenca, y mediante la oportuna intervención de una guía que pille al vuelo en un recodo, confundiéndome con uno del rebaño, me he enterado de que las casas colgantes de la mencionada ciudad no son colgantes sino colgadas. Que los conquenses se irritan y mucho si uno les pregunta por las colgantes y no por las colgadas. A mi me gusta escuchar con atención a los guías que guían turistas, sean de la ciudad que sean, porque cuentan cosas pintureras que ni los naturales conocen. Yo no creo que a estas alturas los conquenses se alteren por que les preguntes por las colgantes y no por las colgadas, no debe ser la primera vez ni la última que les interroguen en estos términos, ya tienen que estar más que aburridos y vacunados. Claro que siempre puedes encontrar a un puntilloso o a alguien con ganas de charlar o sacarte unos euros. De todas maneras, si nos ponemos en plan técnico, ni colgantes, ni colgadas, ni siquiera en suspensión porque en realidad los cimientos de estas casas son sólidos y están firmemente afianzados sobre la roca de la peña en la que la ciudad se asienta. Otra cosa es que las viguetas de madera, en ocasiones, asomen al abismo por la parte en la que no pueden hacerlo a la calle, y sobre aquellas se levanten balcones o pisos, porque así se elevaban varias plantas los pisos del medievo e incluso otros posteriores que mantenían la ciencia aprendida por generaciones. En fin, un asunto secundario que no merece más líneas.  Por mi parte andaba más interesado por encontrar una calle dedicada a José Luis Coll, o una placita, (luego me enteré de la existencia de un mirador), que discutir sobre el estado de las casas, demasiado ruinosas o convertidas en pisos turísticos las más lustrosas, según mi criterio. Seguro que el amigo de Tip tendría algún chiste al respecto, sobre colgadas y colgados.


martes, 27 de febrero de 2024

Días de invierno

Cuando hace este frío me acuerdo de Madrid y de cómo lo sentía en los pies. Una actividad muy divertida camino del colegio era patinar sobre los charcos, o quebrarlos. Si no te andabas con ojo te mojabas. El agua cortaba como el filo de una navaja. Cuando entrábamos en el aula nos quitábamos los zapatos y poníamos los pies sobre el radiador, si había, el poco rato antes de que entrase el maestro. Un día mi hermano se mojó más de la cuenta y volvimos a casa acompañados del ruido de sus suelas. Íbamos muy sorprendidos porque eso sólo lo habíamos visto en los dibujos animados. Ya no hay inviernos de aquellos más que en un rincón del recuerdo, pero a ratos creo escuchar el lamento de sus zapatos.


domingo, 25 de febrero de 2024

Simón Bisley, a modo de oda a

De mis dibujantes favoritos he de destacar a Simon Bisley, cuyo estilo, sin duda, no va con el mío, por ser más barroco el suyo, pero que no ha hecho, conforme lo he ido conociendo mejor, sino provocarme admiración y respeto, para acabar calificándolo de artista genial, imprescindible e inolvidable. Es el diseño arriesgado de sus personajes, esa violencia contenida e incómoda, y el color fuerte y vigoroso de sus ilustraciones lo que me ha subyugado desde que tuve oportunidad de descubrir su obra; pero también su sutil sentido del humor para ridiculiza a aquellos galanes del cómic tradicional, introduciendo así una ruptura con la mitificación del héroe, que no deja de ser lo que en el fondo más me gusta. Cualquiera de sus ilustraciones posee ese equilibrio o armonía, tan clásica por otro lado, entre lo elevado y lo cómico, por exagerado, que bien serviría para demostrar palpablemente lo que discuto. Nunca me deja indiferente la lectura de los cuadernillos que dedicó a Lobo, el extraordinario personaje de la DC que crearon Slifer y Giffen allá por el lejano 83 del siglo pasado. Bien es cierto que el guion era de Grant, pero el arte de Bisley fue el que materializó el resultado final, tan irreverente. (A Lobo le debo el pensamiento de no querer estar ni en el cielo ni en el infierno, tampoco en el purgatorio).  Bisley es colosal, en ocasiones lo saco a pasear y le permito guantear a Hergé. En las estanterías de mi casa se libran combates a muerte entre los dioses del arte gráfico. El comic hace soñar y también provoca Quijotes, temblad si encuentro una capa.


sábado, 24 de febrero de 2024

Un Moranco en el gym

Un día asomó por el gimnasio de mi barrio el gay de los Morancos. El gimnasio Olimpia estaba donde acababa Jaén y ponían la feria, y ahora se asienta el bulevar. Por entonces estaban levantando bloques y trazando calles, que es el orden en el que en este país se urbaniza. El letrero del Olimpia mostraba al hombre vitruviano metido en un círculo y un cubo, el mismo que popularizó Leonardo. Aunque hace tanto de aquello que igual me lo imagino. Allí estuve yendo unos años, cuando no era padre, tenía tiempo libre y ninguna preocupación. Se ve que me puse en forma porque mi amigo Vicente me comentó que parecía un monigote de los de Tom of Finland. Entre sus paredes me hinchaba de hacer bicicleta estática, abdominales y pesas, hora y media todos los días, excepto los domingos. Podría contar muchas anécdotas de aquel sitio, pero por esta vez tendréis que conformaros con la que empecé esta entrada.

Ya digo que una tarde apareció por allí el Moranco. En realidad, me lo encontré haciendo dorsales. Al pronto me resultó familiar y no tardé en caer en la cuenta de quien era. Estaba el hombre muy seriote, a lo suyo, abierto de patas y tirando de la cuerda, subiendo y bajando placas de acero entre resoplido y resoplido. La verdad es que no tenía ni pizca de gracia, y se le notaba algo cohibido, cortado, porque supongo que era consciente de que todo el mundo se estaba fijando en él, lo cual era cierto; no era muy normal entonces, supongo que ahora tampoco, encontrarte con un Moranco en un gimnasio de Jaén haciendo pesas. Aunque todo es posible.

Por entonces Jorge andaba algo tocado por el asunto del Arny, que traía cola, el famoso pub sevillano que amargó la vida a más de uno, y mantenía muy entretenidos a los televidentes que no son sino votantes, mientras en la política se sucedían los escándalos.

No creo que aquello fuese razón de peso, pero ya digo que nadie se le acercó, al verlo tan callado y tan apartado de la multitud. En aquel gimnasio la gente acostumbraba a hacer tertulia entre aparato y aparato. Ibas para una hora y te tirabas dos. Siempre había alguien con quien charlar. Y como aquel fulano miraba al infinito y parecía tan estirado nadie quiso romper el hielo a su favor. Lo que sí se rompió fue un espejo, cosa habitual porque uno de los musculitos que allí acudían se había olvidado de la pinza y una pesa había salido rodando a verse. Factor que desvió la atención que hasta ese momento había provocado el humorista en off. Para completar el surrealista cuadro se arrejuntaron allí unos cuantos con pinta de costaleros, de esos de las clases más populares, pero tradicionalistas, con dotación deportiva de lo más singular, acompañados de perro y todo, (allí ya entraban cuadrúpedo, mucho antes de que se inventasen lo del bienestar animal y esas cosas de ahora), un dóberman sonriente y sin orejas, tan afable y sociable como el que más. Liaron un jaleo impresionante y no sólo no se percataron de la presencia del Moranco, o le hicieron el vacío, sino que además se convirtieron ellos en los protagonistas de la tarde con sus voces, ladridos y chascarrillos. Yo creo que Jorge se marchó de allí muy contrariado, con poca moral, o a lo mejor con más chistes para la actuación que tenía esa noche para Canal Sur, con motivo de inicio del año televisivo. De todo esto me enteré después, porque me lo dijo Francis, el coach, (como se dice ahora), del gym, y porque además me lo contó después mi peluquero de entonces, Tony, que se enteraba de todo lo concerniente a los famosos que se hospedaban en el recién inaugurado Infanta Cristina, y conservaba como trofeo junto a su título de peluquero una foto con Marlen Mourreau, de un día que la rubia explosiva acudió a retocarse el flequillo. Siempre se le ponían los ojillos maliciosos cuando relataba la anécdota y aprovechaba para hacer un comentario sobre sus formas más sobresalientes.

Y eso es todo. La vida, incluso en Jaén, da para un puñado de anécdotas.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Manara en el antro del cíclope

He de confesar que con el tiempo fui cogiendo cariño a José María, el de Totem. Con “cariño” no quiero decir una estrecha amistad, sino que le busqué un hueco en la parte de la memoria donde se refugia la nostalgia, que es algo que endulza el pasado y lo hace parecer mejor y perdido. Ahora puedo decir que le tomé afecto y lo echo en falta. Pero hasta ese momento El Gordo no era sino un tipo singular en el devenir de mi lejana juventud comiquera, algo así como tratar con Polifemo e intentar escapar de sus garras con algún subterfugio. Recuerdo aquella vez, una de las primeras, que me presenté en la tienda que regentaba en busca del tomo HP y Giuseppe Bergman, de Milo Manara, aquel de la biblioteca Totem, con la esperanza de que lo tuviese y la intención de comprarlo. Fantástico aquel recopilatorio del gran dibujante italiano, con historietas que no tenían ni pies ni cabeza, pero que resultaban muy chistosas y exhibían seductoras mujeres. Una obra que inició una grata relación entre sus heroínas y mi persona, tan impresionable al grafismo erótico, ese singular antro de las sirenas que todo aprendiz de dibujante explora.

Pero retornemos a la gruta del cíclope, que es donde estábamos al inicio, otro día hablaremos de mujeres ponderadas. Era una de aquellas tardes en las que Josemari estaba en su mejor estado de febrilidad comercial. Ojo avizor, despiertos los oídos, atento al menor gesto, en mitad de la tienda como el domador en la jaula de los leones. Así como me vio entrar y solicitar mi demanda debieron pitarle todas las alarmas.

- Claro que lo tengo – afirmó, con la energía que le caracterizaba en aquellas lides y no tardó un segundo en sacar de entre un montón de tebeos el susodicho, igual que el que tira a fijo porque sabe dónde está el centro de la diana.

Para mí fue una sorpresa su eficiencia, entonces lo conocía poco. Pero mayor fue descubrir que lo que me ofrecía era un ejemplar sin pastas, de bordes erosionados y páginas manchadas por alguna incomprensible razón que no detalló. Y aquello no parecía importarle, pero yo lo consideré una mierda.

- Toma, llévatelo, está de puta madre – expuso sin pudor.

En ese instante no comprendí si me hablaba en serio o yo estaba soñando.

Por fortuna, tal vez por tratarse de un comic, objeto por el que siempre he sentido una especial devoción, reaccioné como debía en circunstancias tan adversas como las mentadas pese a mi bisoñez.

- Es que ahora no tengo dinero – respondí entrecortado, encogiendo los hombros y confiado en que tal abracadabra me salvaría del asalto del fenicio.

- No importa, no importa. Te lo llevas y ya me lo pagarás – insistía, como si no existiese problema alguno en cuanto a crédito o confianza, esgrimiéndolo como una espada afilada y clavándomelo en el pecho igual que si estuviésemos en un duelo a muerte y se imaginase vencedor. Touché.

El álbum estaba para tirarlo directamente a la cesta de la basura y yo no estaba dispuesto a pagar el mismo precio que si estuviese nuevo, que era, como yo temía, lo que pretendía cobrarme.

Era habilidoso y persuasivo como la serpiente, no escatimaba excusas para colocarme el producto.

- ¿Esto? Esto no es nada – señalaba -. Está un poco usado, nada más.

Y abría y cerraba sus páginas delante de mis narices, igual que el mago que enseña el interior de su sombrero, como si así pudiese disimular que estaba para tirarlo.

A la vista de su actitud no tuve otra que reforzar mi objeción.

- Que no, que no… Es que no voy a tener dinero en mucho tiempo, … en muchísimo – recalqué con los ojos tan abiertos y carita desangelada como niño de Paracuellos, de lo mucho que me costó decírselo, porque me cuesta mucho mentir, he de confesar. Conociéndome, que siempre claudico al asalto de los trepas, aún me sorprendo de mi atrevimiento. Un cómic es un cómic, para otras cosas trago sapos.

Por fortuna, tal maniobra afectó a su instinto comercial y modificó su actitud, para mi alivio.

- Ah, bueno – me respondió muy serio y se volvió cabizbajo para depositarlo justo de donde lo sacó. Ya probaría con otro pardillo, leí en su calva.

Respiré aliviado. Había salido bien parado de aquel primer combate. Pero hubo muchos más, Josemari daba para un serial. De hecho, fueron tantos a lo largo de los años que no perdí la ocasión de llevarlos al papel y se convirtieron en una buena retahíla de chistes con él como protagonista. Desgraciadamente pasarán al olvido, salvo para algunos privilegiados que tuvieron ocasión de leerlos, o mejor, de vivirlos.


martes, 20 de febrero de 2024

El Javi y su espectáculo

Se llamaba Javi y era muy popular en el barrio de Saconia aunque no era de allí sino de las casas que había donde acababa aquél. EL Javi era algo mayor que todos nosotros, más o menos un par de años, que en esas edades de la infancia parecen siglos y te convierten en un hombre, aunque no pases de los 12. Se había ganado la fama por su singular entretenta que consistía en sentarse en un murete y reírse de todo el que pasaba. Así, si pasaba un hombre calvo y con lentes de gruesa montura empezaba a gritar “Mortadelo, Mortadelo”, como si pregonase la llegada del superagente de la CIA; y provocaba regocijo y risas entre los que le rodeábamos. Si en una nueva ocasión aparecía por nuestro lado una señora gruesa, indicaba con el mismo desparpajo y voz sonora: “la Ramona, la Ramona”; y aquello se convertía en el despiporre. Venga niños rodando y partiéndose de risa por los suelos.

Era de esta guisa tan poco convencional cómo nos distraíamos algunas de las largas tardes de verano. Pero como nada en este mundo es eterno, resultó que en una de sus explosiones de similitudes fisionómicas tropezó con uno que le prestó la suficiente atención como para comprender que se refería a él, y Javi se llevó de recuerdo un par de guantazos muy bien dados, de lado a lado, de esos que son difíciles de olvidar.

Pudimos verlo tras el resultado lloriqueando de un rincón a otro el resto de la tarde, en plan víctima, a él que siempre había gustado de ser juez y verdugo con las burlas. Era verdaderamente chocante aquel espectáculo. Tras la experiencia perdió mucho atractivo e influjo entre los menores. Después de aquello al Javi no es que dejásemos de verlo, sino que empezó a asomarse menos por el barrio, hasta desaparecer definitivamente y no darnos ni cuenta.

Pero he de confesar que, algunas veces, cuando me pongo a recordar, me crecen las orejas de diablillo y me parece estar subido al poyete donde él se sentaba, en pantalón corto y con las piernas recogidas como si fuese un escriba egipcio, y llamo Torrebruno a uno porque pasa y se le parece. Y después echo a correr, que no me pase lo que al Javi.


lunes, 19 de febrero de 2024

La Odisea de la lectura

Si bien es cierto que soy un enganchado a la lectura, he de reconocer que no soy un lector atento a lo que leo. La prueba es que cuando me pongo a leer también empiezo a imaginar, de ahí a enlazar unas cosas con otras, recuerdos y experiencias, o invenciones mías; y cuando quiero acordar, me he leído tres páginas y no me he enterado de nada porque estaba en otra historia. Por lo que he de volver al principio y descubrir dónde y por qué motivo perdí la brújula. No es éste asunto que me preocupe, pues forma parte de mi programación, la que tenga inserta en el ADN. Pero sí que me fastidia cuando lo que seguía era interesante y descuidé en el camino. Por otra parte, muchas veces, al terminar el libro, dudo respecto a lo leído y con el tiempo, si retomo sus páginas, descubro que allí no está lo recordado, sino otra cosa, mucho menos interesante que lo imaginado. Por lo que deduzco que cualquier lectura no es sino nave que sale de un puerto, sin destino definido, al acomodo del lector y sus años de polizonte en navegaciones semejantes. Toda lectura es un viaje a lo desconocido. Ni siquiera el patrón sabe con seguridad dónde atracará su barco.


domingo, 18 de febrero de 2024

Audiencia con el príncipe

Yo tuve un compañero en el colegio que se llamaba Heredia, pero acudía al nombre de Charly. Charly tenía el pelo oscuro y algo rizado. Su melena, que le llegaba hasta los hombros, lo asemejaba a los Austrias menores. En un dedo tenía una enorme verruga, como anillo de obispo, que provocaba cierto rechazo al detectarla, pero no le impedía tener una letra impecable.

Charly vestía con elegancia, pero a la antigua. Al pronto te daba la sensación de verlo salir de las páginas de un folletín decimonónico, nunca perdió el aura de cuento que lo caracterizaba, pero sin sombrero de copa. El cuello de sus camisas era de un blanco impecable y en ocasiones lo rodeaba con corbata de nudo pequeño. Juraría, si no me la juega la memoria, que las mangas terminaban en puñetas, como las de un juez del supremo. Calzaba botas camperas, de tacón alto, aunque después se popularizaron, pero hay que reconocer que fue pionero al respecto.

Charly no se juntaba con mucha gente durante el recreo. Rara vez se le veía dar patadas a un balón. Prefería sentarse a la sombra de un falso plátano que había en el patio y charlar con los de su reducido círculo, entre los que terminé, sin darme cuenta. La tertulia de Charly versaba sobre temas diversos, pero modernos, elevados para mi coeficiente intelectual, y creo que ahí residía el secreto de su éxito, pues me hipnotizaba. Nunca tuve ocasión de mantener una conversación larga con él, me limitaba a oír su discreto discurso y creo que me aceptó entre los suyos por eso, por saber escuchar. Aunque es posible que también fuese porque de chico yo era muy moreno y me confundían con Mowgly.

Charly se portaba muy bien en clase, era de los que atendían y sabía, copiarse de él era garantía de éxito. Los maestros lo trataban con respeto, como si se las entendiesen con una persona importante. Parecían dudar cuando lo llamaban al orden. Y si alguna vez tuvieron necesidad de imponerle un castigo, este fue suave, nunca lo vi recibir un golpe.

Un día, el que mejor se entendía con él me hizo una confesión sorprendente. Charly era un príncipe gitano.

Al curso siguiente, cuando subimos a sexto de EGB, dejó de venir al colegio. Debió de cambiar de residencia y de colegio. O tal vez volvió al cuento del que imaginé que salió.


sábado, 17 de febrero de 2024

Mañanas fugaces

 No hay nada más prometedor que la mañana de un día soleado, sobre todo si es un sábado, mejor que el domingo, porque el domingo es un otoño y el sábado siempre una primavera. Te levantas con ganas de vivir y te arrepientes de haber pensado en la muerte la noche anterior. Deseas correr como un loco y no perderte nada, porque imaginas que hay mucho que ver. Subes, bajas, vas y vienes. Que si hay que poner orden en la casa, que si la compra, que si el niño, que si un arreglo... Cuando quieres acordar es ya la una y eres consciente de que no has hecho nada, nada de lo que considerabas tan importante. Te paras a la cañita y adviertes que se hace tarde para comer. Así lo haces y te atrapa la siesta. Pasó esa estrella fugaz que imaginaste eterna. La felicidad es una caja de fósforos, conviene encenderlos uno a uno.


viernes, 16 de febrero de 2024

La biblioteca de un infame

Observo mi biblioteca y advierto lo distinta que es de la de los famosos que se fotografían delante de la suya. Hubo un tiempo en el que proliferaban en las revistas del corazón las fotos del chalé, la piscina, las caballerizas, la pista de tenis, la bodega o el salón comedor de las personas más populares del mundo de la farándula, la política y el ámbito empresarial. Y aquellos señores y señoras levitaban por aquellos espacios muy bien vestidos y muy contentos, en una especie de limbo inalcanzable para los que esperaban su turno en el practicante o la peluquería. Ahora aquella costumbre la han completado, o sustituido según el caso, por la de enseñar la biblioteca. Te ponen unas fotos en blanco y negro, que le da como más seriedad al asunto, y se ve al propietario, o propietaria, iluminado por unos dientes de dentífrico que muestra sin pudor, vestido como de andar por casa, pero bien, (arreglado pero informal que decía la canción), posando como quien hace una gracia espontánea y presumiendo  con la existencia a sus espaldas de una estantería impresionante, de firmes paredes, baldas y listones de roble, cristal o metacrilato, que ocupa toda una pared o varias, repleta de gruesos volúmenes uniformados, de cubiertas en piel o tela, ediciones de lujo o muy antiguas, adornadas con dedicatorias empalagosas o farragosas de algún figura de la literatura que todavía colea, y algún que otro incunable que, naturalmente, no se va a parar a leer con todo lo ocupado que está salvo para salir en la foto. Todo muy limpio y ordenado, como papel de pared o fresco florentino, de anuncio en pocas palabras.

La mía, por el contrario, me refiero a mi biblioteca, es un desbarajuste de estanterías y baldas de distintas procedencias, estilos y colores, materiales y condición, de esas de móntelo usted mismo, con o sin instrucciones, modulares o fruto de la unión artesanal de varias hábilmente engarzadas, y recodos de pladur de cuando tiene uno algo de pasta, que dan mucho color a la casa porque se van repartiendo por toda ella, sea pasillo, dormitorio, cocina o cuarto de baño. Todo vale.

En ellas se apiñan del mismo modo, para no romper con la anarquía dominante, libros, librillos, libretas y librotes, incluso revistas y tebeos, de todas las formas y diseños. Colecciones incompletas o mutiladas, solteras, libros de quiosco, de ocasión, de segunda mano, distraídos y sustraídos, olvidados, recogidos del autobús o el metro, rescatados del contenedor de la basura o recibidos como obsequio del amigo que sabe que lees y cree que cualquier cosa, con o sin pastas, con hojas repetidas o sin algunas, de esta y aquella otra editorial, y también de ediciones respetables, pero en franca minoría, y que además, con los años, parecen terminar empatizando con los otros y camuflándose definitivamente entre ellos. Comparten espacio con las fotos de los niños de comunión, la niña en la graduación, los abuelos en un viaje por el extranjero y alguna que otra de la mascota que pasó a mejor vida; pero también con el recuerdo, el muñequito, el calendario, el reloj o un mando a distancia, incluso la caja de lata de costura. Se van amontonando, (todo ello), sobre las diferentes y repartidas baldas, en varias filas, según la profundidad de estas, derechos o tumbados por su altura, lo que les da cierto aspecto de cordilleras caprichosas o escalones de vagas mesetas. Pasando el dedo por alguno de ellos, sorprende el interés del polvo por la lectura, pues pese a la repetida acción del plumero recupera en pocas horas su bancada predilecta y se convierten en la nieve del relieve descrito. 

Dicho esto. Lo que quería decir es que cualquier día le pego fuego a todo.



jueves, 15 de febrero de 2024

San Juan, el Limosnero

Un comerciante, por precaución, para asegurar la vida de su propio hijo y los productos que pensaba trasladar al puerto de Constantinopla, y evitar que terminasen ambos en el fondo del mar, puso a disposición de san Juan el Limosnero, santo como no había otro entonces, tres kilos de oro, para que los gastase en obras de caridad y lo que estimase oportuno a cambio de un viaje sin contratiempos. Convencido de que el negocio sería un éxito no pudo soportar que sucediese lo contrario, que el barco naufragase y su hijo muriese ahogado apenas abandonó el puerto de Alejandría. Indignado por la incapacidad del santo, fuese a donde éste tenía asiento y se le encaró afeándole su gestión y exigiéndole responsabilidad por el desastre. El santo, sin perder la compostura, afirmó que había cumplido su palabra y no pensaba devolver el oro. Quedó perplejo el comerciante y le preguntó que cómo era aquello. San Juan le respondió que había visto en sueños que su hijo iba a vender toda la mercancía en Tarso y con las ganancias huir a Persia, para darse una vida de lujo y libertinaje entre los adoradores de Mitra, por lo que había rogado a Dios por su salvación eterna y éste lo había acogido en su seno antes de que pecase. Mudó el rostro del comerciante que se vio así, sin hijo, barco y oro. Y no tuvo otra que agradecer el milagro y retirarse a la Tebaida, a vivir de ermitaño y comer saltamontes. San Juan siguió de patriarca en Alejandría, hasta que un día invadieron la ciudad los persas y no le quedó más remedio que escapar con lo puesto y refugiarse en Chipre. El caso es que a final el oro se gastó en Persia.


martes, 13 de febrero de 2024

Arsénico en la manzana

Siempre he tenido por costumbre comerme las manzanas hasta el rabo, a riesgo de soportar el chiste fácil de mi amigo Alberto, es decir, con piel y semillas, sin desperdiciar más que la etiqueta, por tener pegamentos de origen químico incierto. Hay gente que me conoce bien y se preocupa por mi salud empeñada en que no lo haga, porque las semillas de la fruta del Paraíso, (si es que no fue un higo), poseen arsénico, me repiten cada vez que me ven con una en la mano en intención de hincarle el diente. No comprenden estas almas bienintencionadas que imbuido como estoy de lecturas clásicas la mención del veneno me trae a la memoria el método de Mitrídates, el rey del Ponto, para sobrevivir a las conjuras contra su persona, tras las cuales estaba Roma. Nos cuentan los autores antiguos en las fuentes escritas que el mentado monarca tomaba a diario pequeñas cantidades de arsénico para inmunizarse de posibles envenenamientos, y llegó un momento en que su organismo toleraba más cantidad de arsénico de lo que para cualquier ser humano hubiese significado la muerte; y para sus enemigos tal efecto significaba la inmortalidad de su peor pesadilla. Al final a Roma no le quedó más remedio que recurrir a la traición, lo que mejor entendía, para acabar con lo que significaba su figura para la supervivencia de la República.

Por supuesto que no soy Mitrídates, pero en ocasiones me disfrazo del mismo.