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sábado, 24 de febrero de 2024

Un Moranco en el gym

Un día asomó por el gimnasio de mi barrio el gay de los Morancos. El gimnasio Olimpia estaba donde acababa Jaén y ponían la feria, y ahora se asienta el bulevar. Por entonces estaban levantando bloques y trazando calles, que es el orden en el que en este país se urbaniza. El letrero del Olimpia mostraba al hombre vitruviano metido en un círculo y un cubo, el mismo que popularizó Leonardo. Aunque hace tanto de aquello que igual me lo imagino. Allí estuve yendo unos años, cuando no era padre, tenía tiempo libre y ninguna preocupación. Se ve que me puse en forma porque mi amigo Vicente me comentó que parecía un monigote de los de Tom of Finland. Entre sus paredes me hinchaba de hacer bicicleta estática, abdominales y pesas, hora y media todos los días, excepto los domingos. Podría contar muchas anécdotas de aquel sitio, pero por esta vez tendréis que conformaros con la que empecé esta entrada.

Ya digo que una tarde apareció por allí el Moranco. En realidad, me lo encontré haciendo dorsales. Al pronto me resultó familiar y no tardé en caer en la cuenta de quien era. Estaba el hombre muy seriote, a lo suyo, abierto de patas y tirando de la cuerda, subiendo y bajando placas de acero entre resoplido y resoplido. La verdad es que no tenía ni pizca de gracia, y se le notaba algo cohibido, cortado, porque supongo que era consciente de que todo el mundo se estaba fijando en él, lo cual era cierto; no era muy normal entonces, supongo que ahora tampoco, encontrarte con un Moranco en un gimnasio de Jaén haciendo pesas. Aunque todo es posible.

Por entonces Jorge andaba algo tocado por el asunto del Arny, que traía cola, el famoso pub sevillano que amargó la vida a más de uno, y mantenía muy entretenidos a los televidentes que no son sino votantes, mientras en la política se sucedían los escándalos.

No creo que aquello fuese razón de peso, pero ya digo que nadie se le acercó, al verlo tan callado y tan apartado de la multitud. En aquel gimnasio la gente acostumbraba a hacer tertulia entre aparato y aparato. Ibas para una hora y te tirabas dos. Siempre había alguien con quien charlar. Y como aquel fulano miraba al infinito y parecía tan estirado nadie quiso romper el hielo a su favor. Lo que sí se rompió fue un espejo, cosa habitual porque uno de los musculitos que allí acudían se había olvidado de la pinza y una pesa había salido rodando a verse. Factor que desvió la atención que hasta ese momento había provocado el humorista en off. Para completar el surrealista cuadro se arrejuntaron allí unos cuantos con pinta de costaleros, de esos de las clases más populares, pero tradicionalistas, con dotación deportiva de lo más singular, acompañados de perro y todo, (allí ya entraban cuadrúpedo, mucho antes de que se inventasen lo del bienestar animal y esas cosas de ahora), un dóberman sonriente y sin orejas, tan afable y sociable como el que más. Liaron un jaleo impresionante y no sólo no se percataron de la presencia del Moranco, o le hicieron el vacío, sino que además se convirtieron ellos en los protagonistas de la tarde con sus voces, ladridos y chascarrillos. Yo creo que Jorge se marchó de allí muy contrariado, con poca moral, o a lo mejor con más chistes para la actuación que tenía esa noche para Canal Sur, con motivo de inicio del año televisivo. De todo esto me enteré después, porque me lo dijo Francis, el coach, (como se dice ahora), del gym, y porque además me lo contó después mi peluquero de entonces, Tony, que se enteraba de todo lo concerniente a los famosos que se hospedaban en el recién inaugurado Infanta Cristina, y conservaba como trofeo junto a su título de peluquero una foto con Marlen Mourreau, de un día que la rubia explosiva acudió a retocarse el flequillo. Siempre se le ponían los ojillos maliciosos cuando relataba la anécdota y aprovechaba para hacer un comentario sobre sus formas más sobresalientes.

Y eso es todo. La vida, incluso en Jaén, da para un puñado de anécdotas.

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