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lunes, 5 de febrero de 2024

Sempronia Graca o Fátima

La Conjura de Catilina me dio mucha guerra en primero de carrera. Como no me entraba el latín opté por leerme el libro varias veces, pues era el obligatorio, hasta hacerme con el argumento, personajes y en concreto con algún que otro episodio, gracias a lo cual acerté en el examen de septiembre con el párrafo a traducir. Eso y también, en honor a la verdad, al apoyo de mi compañero Victoriano, que tuvo el detalle de soplarme alguna que otra línea de la traducción, de mi propio manual, sin mi permiso, aunque no toda.

Aunando ambos recursos superé el tropiezo. También es cierto y no menos importante que la profesora, doña Fátima, a esas alturas de curso había migrado a otra facultad y nos la corrigió un becario, que por alguna inconfesable razón debió decidir dar un aprobado general para nuestra satisfacción 

Pero al margen de todo eso, aprovechando que de Gredos han reeditado sus textos clásicos en edición barata, me he hecho con un ejemplar de la obra en cuestión y he vuelto a repasarla. Ahí en sus páginas se menciona a Sempronia, de la familia de los Gracos, que según Salustio "sabía escribir versos, hacer chanzas, llevar una conversación ya seria, ya distendida o procaz; y tenía en fin mucha sal y encanto", pero también que "era versada en la lengua griega y latina, tocaba la lira y bailaba con más elegancia de lo que una mujer honesta necesita, y poseía muchas cualidades que son instrumento de la disipación"; y añade "su pasión era tan encendida que cortejaba ella a los hombres con más frecuencia de lo que era cortejada". Podrás comprender, atento lector, que, con tales lecturas, anudé la imagen de Sempronia a la de Fátima, y si bien es cierto que la última era un tanto repelente y estirada, quizás como corresponde a  maestra de latines, no pude evitar desde entonces imaginarla coronada de yedra, tocando la lira, aposentada en un diván, enseñando una pierna desnuda más allá de la cintura y poner sus ojos miopes sobre los míos mientras le ofrecía un racimo de uvas, que hacía desaparecer una a una entre sus bermejos labios.

Pero todo eso no lo imaginaba en clase, sino en el patio de los naranjos de la mezquita, porque acostumbraba a fumármela mientras mi amigo Marcos hacía lo propio con la maría.

 

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