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miércoles, 21 de febrero de 2024

Manara en el antro del cíclope

He de confesar que con el tiempo fui cogiendo cariño a José María, el de Totem. Con “cariño” no quiero decir una estrecha amistad, sino que le busqué un hueco en la parte de la memoria donde se refugia la nostalgia, que es algo que endulza el pasado y lo hace parecer mejor y perdido. Ahora puedo decir que le tomé afecto y lo echo en falta. Pero hasta ese momento El Gordo no era sino un tipo singular en el devenir de mi lejana juventud comiquera, algo así como tratar con Polifemo e intentar escapar de sus garras con algún subterfugio. Recuerdo aquella vez, una de las primeras, que me presenté en la tienda que regentaba en busca del tomo HP y Giuseppe Bergman, de Milo Manara, aquel de la biblioteca Totem, con la esperanza de que lo tuviese y la intención de comprarlo. Fantástico aquel recopilatorio del gran dibujante italiano, con historietas que no tenían ni pies ni cabeza, pero que resultaban muy chistosas y exhibían seductoras mujeres. Una obra que inició una grata relación entre sus heroínas y mi persona, tan impresionable al grafismo erótico, ese singular antro de las sirenas que todo aprendiz de dibujante explora.

Pero retornemos a la gruta del cíclope, que es donde estábamos al inicio, otro día hablaremos de mujeres ponderadas. Era una de aquellas tardes en las que Josemari estaba en su mejor estado de febrilidad comercial. Ojo avizor, despiertos los oídos, atento al menor gesto, en mitad de la tienda como el domador en la jaula de los leones. Así como me vio entrar y solicitar mi demanda debieron pitarle todas las alarmas.

- Claro que lo tengo – afirmó, con la energía que le caracterizaba en aquellas lides y no tardó un segundo en sacar de entre un montón de tebeos el susodicho, igual que el que tira a fijo porque sabe dónde está el centro de la diana.

Para mí fue una sorpresa su eficiencia, entonces lo conocía poco. Pero mayor fue descubrir que lo que me ofrecía era un ejemplar sin pastas, de bordes erosionados y páginas manchadas por alguna incomprensible razón que no detalló. Y aquello no parecía importarle, pero yo lo consideré una mierda.

- Toma, llévatelo, está de puta madre – expuso sin pudor.

En ese instante no comprendí si me hablaba en serio o yo estaba soñando.

Por fortuna, tal vez por tratarse de un comic, objeto por el que siempre he sentido una especial devoción, reaccioné como debía en circunstancias tan adversas como las mentadas pese a mi bisoñez.

- Es que ahora no tengo dinero – respondí entrecortado, encogiendo los hombros y confiado en que tal abracadabra me salvaría del asalto del fenicio.

- No importa, no importa. Te lo llevas y ya me lo pagarás – insistía, como si no existiese problema alguno en cuanto a crédito o confianza, esgrimiéndolo como una espada afilada y clavándomelo en el pecho igual que si estuviésemos en un duelo a muerte y se imaginase vencedor. Touché.

El álbum estaba para tirarlo directamente a la cesta de la basura y yo no estaba dispuesto a pagar el mismo precio que si estuviese nuevo, que era, como yo temía, lo que pretendía cobrarme.

Era habilidoso y persuasivo como la serpiente, no escatimaba excusas para colocarme el producto.

- ¿Esto? Esto no es nada – señalaba -. Está un poco usado, nada más.

Y abría y cerraba sus páginas delante de mis narices, igual que el mago que enseña el interior de su sombrero, como si así pudiese disimular que estaba para tirarlo.

A la vista de su actitud no tuve otra que reforzar mi objeción.

- Que no, que no… Es que no voy a tener dinero en mucho tiempo, … en muchísimo – recalqué con los ojos tan abiertos y carita desangelada como niño de Paracuellos, de lo mucho que me costó decírselo, porque me cuesta mucho mentir, he de confesar. Conociéndome, que siempre claudico al asalto de los trepas, aún me sorprendo de mi atrevimiento. Un cómic es un cómic, para otras cosas trago sapos.

Por fortuna, tal maniobra afectó a su instinto comercial y modificó su actitud, para mi alivio.

- Ah, bueno – me respondió muy serio y se volvió cabizbajo para depositarlo justo de donde lo sacó. Ya probaría con otro pardillo, leí en su calva.

Respiré aliviado. Había salido bien parado de aquel primer combate. Pero hubo muchos más, Josemari daba para un serial. De hecho, fueron tantos a lo largo de los años que no perdí la ocasión de llevarlos al papel y se convirtieron en una buena retahíla de chistes con él como protagonista. Desgraciadamente pasarán al olvido, salvo para algunos privilegiados que tuvieron ocasión de leerlos, o mejor, de vivirlos.


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