He de confesar que con el tiempo fui cogiendo cariño a José María, el de Totem. Con “cariño” no quiero decir una estrecha amistad, sino que le busqué un hueco en la parte de la memoria donde se refugia la nostalgia, que es algo que endulza el pasado y lo hace parecer mejor y perdido. Ahora puedo decir que le tomé afecto y lo echo en falta. Pero hasta ese momento El Gordo no era sino un tipo singular en el devenir de mi lejana juventud comiquera, algo así como tratar con Polifemo e intentar escapar de sus garras con algún subterfugio. Recuerdo aquella vez, una de las primeras, que me presenté en la tienda que regentaba en busca del tomo HP y Giuseppe Bergman, de Milo Manara, aquel de la biblioteca Totem, con la esperanza de que lo tuviese y la intención de comprarlo. Fantástico aquel recopilatorio del gran dibujante italiano, con historietas que no tenían ni pies ni cabeza, pero que resultaban muy chistosas y exhibían seductoras mujeres. Una obra que inició una grata relación entre sus heroínas y mi persona, tan impresionable al grafismo erótico, ese singular antro de las sirenas que todo aprendiz de dibujante explora.
Pero retornemos
a la gruta del cíclope, que es donde estábamos al inicio, otro día hablaremos
de mujeres ponderadas. Era una de aquellas tardes en las que Josemari estaba en
su mejor estado de febrilidad comercial. Ojo avizor, despiertos los oídos, atento
al menor gesto, en mitad de la tienda como el domador en la jaula de los
leones. Así como me vio entrar y solicitar mi demanda debieron pitarle todas
las alarmas.
- Claro que lo
tengo – afirmó, con la energía que le caracterizaba en aquellas lides y no
tardó un segundo en sacar de entre un montón de tebeos el susodicho, igual que
el que tira a fijo porque sabe dónde está el centro de la diana.
Para mí fue una
sorpresa su eficiencia, entonces lo conocía poco. Pero mayor fue descubrir que
lo que me ofrecía era un ejemplar sin pastas, de bordes erosionados y páginas
manchadas por alguna incomprensible razón que no detalló. Y aquello no parecía
importarle, pero yo lo consideré una mierda.
- Toma,
llévatelo, está de puta madre – expuso sin pudor.
En ese instante
no comprendí si me hablaba en serio o yo estaba soñando.
Por fortuna,
tal vez por tratarse de un comic, objeto por el que siempre he sentido una
especial devoción, reaccioné como debía en circunstancias tan adversas como las
mentadas pese a mi bisoñez.
- Es que ahora
no tengo dinero – respondí entrecortado, encogiendo los hombros y confiado en
que tal abracadabra me salvaría del asalto del fenicio.
- No importa,
no importa. Te lo llevas y ya me lo pagarás – insistía, como si no existiese
problema alguno en cuanto a crédito o confianza, esgrimiéndolo como una espada afilada
y clavándomelo en el pecho igual que si estuviésemos en un duelo a muerte y se
imaginase vencedor. Touché.
El álbum estaba
para tirarlo directamente a la cesta de la basura y yo no estaba dispuesto a
pagar el mismo precio que si estuviese nuevo, que era, como yo temía, lo que
pretendía cobrarme.
Era habilidoso
y persuasivo como la serpiente, no escatimaba excusas para colocarme el producto.
- ¿Esto? Esto
no es nada – señalaba -. Está un poco usado, nada más.
Y abría y
cerraba sus páginas delante de mis narices, igual que el mago que enseña el
interior de su sombrero, como si así pudiese disimular que estaba para tirarlo.
A la vista de
su actitud no tuve otra que reforzar mi objeción.
- Que no, que
no… Es que no voy a tener dinero en mucho tiempo, … en muchísimo – recalqué con
los ojos tan abiertos y carita desangelada como niño de Paracuellos, de lo
mucho que me costó decírselo, porque me cuesta mucho mentir, he de confesar. Conociéndome,
que siempre claudico al asalto de los trepas, aún me sorprendo de mi
atrevimiento. Un cómic es un cómic, para otras cosas trago sapos.
Por fortuna,
tal maniobra afectó a su instinto comercial y modificó su actitud, para mi
alivio.
- Ah, bueno –
me respondió muy serio y se volvió cabizbajo para depositarlo justo de donde lo
sacó. Ya probaría con otro pardillo, leí en su calva.
Respiré aliviado.
Había salido bien parado de aquel primer combate. Pero hubo muchos más,
Josemari daba para un serial. De hecho, fueron tantos a lo largo de los años
que no perdí la ocasión de llevarlos al papel y se convirtieron en una buena retahíla
de chistes con él como protagonista. Desgraciadamente pasarán al olvido, salvo
para algunos privilegiados que tuvieron ocasión de leerlos, o mejor, de
vivirlos.
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