Yo tuve un tío abuelo lejano que apodaron Bocarrayo. El mote se lo pusieron en una comida familiar los primos con los que se sentó a la mesa, movidos por su audacia. El marco temporal de la efeméride podemos fijarlo durante la posguerra, cuando los menús no eran tan sofisticados como en los días que corren, aunque sean de hamburguesa con patatas. De primero había huevo frito. De segundo y tercero, si lo hubo, no tengo noticia por la anécdota. Esta sigue por cuando pasó el camarero a su altura y fue poniendo un huevo frito a cada uno en el plato. Este tío abuelo, que llamaré Miguel, ni corto ni perezoso, agachó la cabeza y se tragó el huevo de un sorbetón, así, sin anestesia. Al instante se levantó, pidió vena al que iba sirviendo y le aviso de que a él no le había puesto, levantando su plato, limpio como una patena, como testimonio del olvido. El camarero manifestó su sorpresa e incredulidad por el suceso, pero eran tantos los invitados y el trabajo que tenía por delante que no se detuvo a más averiguaciones y le puso otro. Y fue así como Miguel se ganó el mote. Andando el tiempo, mi hermano y yo, probablemente algún que otro primo-hermano, tras haber oído tantas veces la anécdota de boca de la abuela, hicimos intentona de emularlo, sin éxito y con el resultado de alguna que otra condecoración inoportuna que desagradó profundamente a mi madre.
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sábado, 30 de marzo de 2024
jueves, 28 de marzo de 2024
Atípicos
Estaba en la calle Arquitecto Berges, justo donde hace esquina con la peatonal de Joaquina de Verd, el quiosco que captó mi atención una de las primeras veces que visité Jaén, porque estaba repleto de tebeos, pero de los interesantes. Por aquel entonces yo no sospechaba los años que me quedaban por delante para detenerme no una sino muchas veces frente a su escaparate. Lo regentaba un hombre que cojeaba de un pie, - debía tener alguna minusvalía -, pero que tenía mucha vista para los negocios. No recuerdo su nombre, tal vez Antonio. Andando el tiempo se mudaría a Granada, muy a pesar mío, es busca de nuevas perspectivas económicas que Jaén no le proporcionaba; pero eso fue años después. En la ciudad de la que hablo inició un atisbo de expansión. No sé qué tratos tuvo ni con quién, pero no tarde en verlo involucrado en un nuevo negocio de prensa y revistas que se abrió junto al hotel Condestable. La tienda en cuestión se llamaba Atípicos y como su nombre indica se salía de la norma de lo que en una ciudad de provincias podía uno encontrar en lo relativo a publicaciones. Allí, además de acceder a muchos comics y fanzines, tuve ocasión de conocer a Javier de Automatics, que era un grupo musical de Linares con mucha proyección en los años 90 y que no ha dejado de dar guerra desde entonces, aunque de forma intermitente. La verdad es que de música hablábamos poco, para mí era sólo el dependiente de la tienda, y lo hacíamos básicamente de cómics. Me enteré de que tocaba en Automatics por casualidad, porque lo reconocí en una foto de una revista musical, (ya no recuerdo en cual), que se repartía o vendía por los pubs de Jaén, vaya usted a saber. Por desgracia, la tienda terminó cerrando, como todo en esta vida, y a Javier le fui perdiendo la pista. La última vez que lo vi trabajaba en el cine Avenida, reconvertido en área recreativa, que también terminaron cerrando. Charlamos de la tienda con nostalgia y también del futuro, tenía ganas de hacer nuevas cosas y sueños.
Recuerdo que su socio, el tipo
del que hablé al principio, el que se embarcó en la aventura de Atípicos con él
y decidió buscarse la vida en Granada, siempre se quejó de que a Javier la
música lo había apartado del negocio.
Todo este rollo viene a cuento de
que sigo pasando con cierta frecuencia por donde estuvo aquel quiosco, y de él no
queda más que el cimiento de hormigón, una base cuadrada de unos veinte
centímetros de altura, de lo que sobre él hubo. Una especie de lapida moderna o
testimonio de una era que se la llevará el olvido como las lluvias de primavera
a las primeras flores, porque aquellas también lo fueron.
lunes, 25 de marzo de 2024
Por Ventura
Ha muerto la otra mitad del tándem Ventura&Nieto. Siempre será recordado por su personal recreación de Groucho Marx, bastante más poético que el original. Yo, sin embargo, prefería su lado gamberro, cuando ridiculizaba con su primo la programación de la TV de los 70 o nos avisaban de lo locos que íbamos por la vida. Una de mis historietas favoritas, siendo niño, fue la que publicaron en Trinca, Maremagnum. Tuve que esperar a estudiar latín en el bachillerato para comprender su significado. También aquella de La fantasía viaja en metro, que me tocó en una rifa del cole y leí cientos de veces en el mejor rincón que invita a la lectura, y que no mentaré para evitar comentarios jocosos. Un día triste para recibir una noticia así. Lo recordaremos como mejor nos enseñó, echando unas risas.
domingo, 24 de marzo de 2024
La primera en la barbería
Contaría cinco años, o seis tal vez, cuando visité por primera vez una barbería. Lo recuerdo perfectamente porque los detalles tempranos se quedan en la memoria para toda la vida. La peluquería estaba en el barrio de Valdezarza, en la calle de Artajona, la que conduce al parque de la Dehesa de la Villa si vienes desde Saconia. Entonces había que salvar un enorme descampado, que ahora se llama avenida Antonio Machado. A Valdezarza se sube, porque Saconia está a menor altitud. La calle Artajona es empinada. El negocio ya no existe, aunque en la acera de enfrente hay un barbershop de esos de ahora. Nos dimos un buen paseo mi madre, mi hermano y yo desde San Andrés hasta allí. Supongo que el pequeño iba en un carrito. Mi madre ya me había aleccionado de que tenía que portarme muy bien, y no moverme mientras me pelaban. Hasta ese día los trasquilones me los había hecho ella. Entrar en el establecimiento, algo oscuro, y ver a tantos señores esperando su turno me intimidó bastante. No menos los sillones de forja tan aparatosos en los que el cliente, previo ajuste hidráulico, se exponía al ataque de la tijera o la navaja. Yo estuve muy atento al ritual del que usaba aquellos y el peine, porque a esa edad uno se fija en todo lo que le parece nuevo, y me aprendí los movimientos del peluquero, y el modo en que debía poner la cabeza cuando me tocase, que no fue tarde. Creo que nos colaron como favor a mi madre. Así, de la nada surgió una silla de madera que el fígaro puso sobre el asiento ergonómico y me invitó a trepar por éste hasta aquella, de tal modo que me situé a una considerable altura del personal que aguardaba y pude verme reflejado en la luna que recorría la pared de lado a lado, y sentirme rey por un día. Me anudó una enorme sábana alrededor, como a imagen religiosa, y se empleó a fondo en corregir el desorden de mi cabeza y enderezarme la raya. Antes de que el peluquero me dijese nada, atento a su evolución, movía yo la cabeza para facilitarle el trabajo, cosa que agradeció con algún que otro “qué niño tan bueno”, para regocijo de mi madre. Nadie diría que era mi primera vez, sino que parecía experto en tales lides. Terminado el servicio, volvimos a nuestros quehaceres. Hubo otras muchas veces después de ésta, pero ya no tuvieron tanto sitio en la memoria sino menos.
viernes, 22 de marzo de 2024
La procesión va en el recuerdo
Recién peinado, el pantalón corto nuevo y los zapatos limpios. Acompañado de mi hermano y mi primo, con los bolsillos repletos de duros. Nos poníamos a media mañana en la calle para ir a ver los santos. El desayuno había sido de churros de los gordos, remojados en unos cuadernillos del Guerrero del Antifaz con los que mi padre nos obsequiaba en tales fechas, los días que pasábamos en Úbeda, y vendía de saldo un hombre al lado de la torre octogonal que linda con la ferretería de los Biedma. Por la calle ya se veían capirotes, unos puestos y otros al sobaco, de color oliva. Los paisanos deambulaban sin orden ni concierto o iban buscando acomodo en las estrechas aceras. La gente que se conocía y no se veía desde hacía meses se saludaba, y se preguntaba por cómo iban las cosas por Madrid o Barcelona. Los carrillos de chuches se apropiaban de la vía cortada al tráfico y hacían negocio. Las almendras garrapiñadas brillaban al sol. El purito americano de caramelo parecía un cohete a punto de despegar. El del paloduz extendía un pañuelo sobre los adoquines y colocaba la mercancía a la vista de los menos pudientes o los que buscaban remedio para el dolor de muelas. A un lado y otro de la calle las pelotas atadas a una goma iban y venían a un ritmo frenético, o competían con peonzas bailarinas. Se oían trompetas a lo lejos, tambores y repiques de campana. En la plaza no cabía un alfiler y los curiosos se repartía por los balcones. A sabiendas, pero sin darte cuenta, te atrapaba el paso, donde menos lo esperabas, y buscabas refugio de inmediato, muy pegado a la pared, temeroso del énfasis de las baquetas que atacaban sin compasión el parche, la piel del tambor, con miedo a llevarte un palo en la frente. Pasaban los del tamborileo y después lo hacían los del mazo, golpeando con intención de hacer trizas el bombo. Tras estos, las escandalosas trompetas y estandartes romanos, mástiles, cordones y borlas. Luego el desfile de penitronchos, de variada etiqueta: el de la túnica descolorida, el del capirote torcido, al que le queda corta o larga la túnica, el descalzo, la de los tacones, el gafotas, el canijo, el del cirio apagado, el que no lleva, el que tiene guantes, al que se le ve el reloj, el tito Cristino que te saluda, el que pone orden o te echa a un lado. Ahora el manojo de chiquillos cogidos de la mano y disfrazados de Belén o los diez mandamientos. Incienso. El cura con los monaguillos. El trono con los santos durmiendo entre las flores y los fanales. El ángel como la sota de copas subido a un olivo, tan clásico que no mira al Cristo. Las zapatillas deportivas de los costaleros, o las ruedas de camión. Las autoridades, de toda ideología, con sus varas y estolas, manípulos y becas. Los civiles. La Virgen bajo el palio y el manto de flores. Un pelotón de mantillas de alta peineta. Más penitronchos. Y para rematar, la banda, con mucho trombón y platillo, seguida de una multitud que se descomponía por calles adyacentes, como el potaje que sobra y se tira. Era entonces cuando corríamos a los billares Elis, a gastarnos nuestra pequeña fortuna en marcianitos. No existían las consolas. Eran días de santidad e inocencia, perdidos en el remolino del recuerdo.
jueves, 21 de marzo de 2024
Izquierda, izquierda. Izquierda, derecha, izquierda... ¡Paaaso!
Ha dicho Margarita, con esa cara tan vaga como imprecisa, indefinida e indefinible, que caracteriza a los políticos patrios, que la mili no va a regresar. Ni se les ha pasado por la cabeza. Es decir, que está a la vuelta de la esquina. Ya estamos más que acostumbrados a verle las orejas al lobo y cuando dicen que no viene es que está ahí. El negocio de la guerra, acordada, va a levantar la economía. Por supuesto que habrá víctimas, como en todas, pero generará mucho trabajo y mucho dinero, sobre todo negocios turbios. Atrás quedaron las buenas intenciones expresadas durante la pandemia, (otra guerra), todo aquel rollo de que el mundo no volvería a ser el mismo y esos murales con el unicornio del arco iris viajando en una nube, como el Goku. El mundo sigue igual, existe una falta de originalidad espeluznante. Por otra parte, nuestro parlamento se convierte en un patio de vecinos, un sainete de los Quintero. Las marujas sacan a relucir sus trapos sucios y los chulos el ven aquí si tienes huevos y me lo dices a la cara. El bipartidismo se ha reinstalado, ya conocemos el argumento, que nos devuelvan el dinero.
martes, 19 de marzo de 2024
De cuando se descamisaba al conejo
Experiencia no menos gratificante, de aquellas que adornan el pasado de algunos de nosotros y hoy día serían difíciles de digerir, era la de quitarle la camiseta al conejo. Probablemente alguna mente calenturienta, (y no quiero señalar a mi amigo Alberto), esté imaginándose otra cosa cuando lea esto, pero no guarda semejanza en absoluto. En este caso estoy refiriéndome al momento en que se despellejaba al conejo, es decir, cuando se le libraba de su peluda piel. En las matanzas de animales que iban a terminar en la cazuela había un aspecto educativo nada desdeñable. Por ejemplo, si se mataba al cerdo, no sólo se admiraba uno de los litros de sangre que llenaba el barreño que se ponía a la altura de su cuello sino de la colección de órganos que sacaban de dentro, y bien daban para una clase de anatomía veterinaria. En el caso del conejo lo más llamativo, quizás por el tamaño, no eran sus órganos sino el hecho de verlo en cueros. El proceso era sencillo, pero no exento de técnica. Se le hacían al lagomorfo unos cortecillos a la altura de las patas traseras y se empezaba a tirar de la piel hasta sacársela, como el que le da la vuelta al calcetín. No se empleaba mucho tiempo, pero era un rato muy intenso. Lo mejor era ver la cara que se le quedaba al conejo. Aunque ya estaba muerto, de un certero coscorrón o puñetazo en la nuca, (que administraba con habilidad la abuela o el tío de turno), cuando quedaba desnudo por completo del pijama, parecía sorprenderse. He de confesar que era el instante más esperado por los niños. Después, con la piel podías hacerte un teleñeco metiendo la mano dentro. Mientras la cocinera se entretenía en trocearlo, nosotros asistíamos al macabro guiñol. Ya digo que son cosas que, al día de hoy, pocos disfrutan. Hay mucho móvil y muchas tables, los conejos ya vienen en pedacitos dentro de una caja de plástico. Otra tarde os cuento lo de los patos que terminaban en el arroz, como los pollitos de colores.
viernes, 15 de marzo de 2024
La madre inesperada
Recuerdo, con cierto amargo sabor de boca, que cuando era niño y estaba tan inmerso en mi mundo de fantasía, (un mundo que corría paralelo al real), llegaba a casa del colegio y no reconocía a mi madre. Era una situación muy chocante que se repetía con cierta asiduidad. Entraba por la puerta, como si lo hiciese a la gruta de Alí Babá o la de Polifemo, y de repente descubría a una desconocida haciéndome preguntas, lo cual me desconcertaba por completo. Necesitaba unos minutos para situarme y asimilar el encuentro. Eran unos instantes aterradores porque en mi cerebro no hacía sino preguntarme que quién era aquella mujer tan cariñosa, sin acertar a descubrirlo, pese a que reconocía perfectamente mi casa y sabía que a mi lado estaba mi hermano. Por fortuna, el aterrizaje forzoso duraba poco, y el pan con chocolate de la merienda ayudaba en la reconciliación con la realidad. El resto de la tarde volvía a las andadas y ya andaba en otra historia, o varias, hasta la noche, provocadas por los personajes de Un globo, dos globos, tres globos u otros imaginarios. Al día siguiente vendrían nuevas aventuras. Aquellos años eran una avalancha de novedades, estaba tan perdido como ahora, pero ni me daba cuenta ni me importaba.
La Academia apestaba
Cuenta Juan de Salisbury que Platón levantó la Academia en un lugar de Atenas que apestaba, para que sus discípulos no se distrajesen en cosas que no fuesen prestarle la atención debida. Con esta artimaña pensaba apartarlos de la conscupiscencia y otros vicios. Pero este es dato que viene de Jerónimo que era cristiano y enemigo de los paganos. Es seguro que en la Academia se respiraba aire puro, en sus alrededores crecían olivos y plátanos, y estaba más allá de los límites de la ciudad. Jerónimo era contrario a los baños, probablemente imaginó un Platón a su hechura.
lunes, 11 de marzo de 2024
Balaam y la burra parlanchina
A estas alturas de la comedia a Balaam lo acusarían de maltratar animales. Su historia está escrita en la Biblia, ese libro de libros. En concreto en el de los Números. La de Balaam era una burra que recibía los golpes de su cayado. Balaam quería que fuese derecha por el camino y ella no hacía sino salirse del mismo. Como el amo no sabía el motivo de su tozudez, la golpeaba con más fuerza. Llegó un punto, después de recibir por tres veces el mismo castigo, que la burra se revolvió y rompió a hablar.
- ¿Por qué me pegas? ¿Te he pegado yo alguna vez?
Lejos de sorprenderse por oír la voz del asno, (asna en este caso), la amenazó con cambiar el bastón por la espada y matarla allí mismo.
He aquí que asomó un ángel del Señor y le dijo al hombre.
- ¿Por qué no haces caso a la burra? Si sigues por este sendero vas a sufrir un terrible accidente. Por tres veces te ha apartado del peligro y otras tantas has vuelto por donde no debías.
Balaam advirtió el milagro, cayó arrodillado y pidió perdón.
- He pecado. Regresaré a mi casa.
- No -, le dijo el ángel -, sigue tu ruta y completa tu misión.
Siguió Balaam el viaje hasta Moab, subió al ágora y acomodó a su burra en una cátedra.
- Escuchadla - gritó.
Se reunió la gente de la ciudad y la oyeron hablar de las cosas de Dios, y todos quedaron maravillados.
(En la Biblia el final es otro).
domingo, 10 de marzo de 2024
El hombre invisible
He conseguido, después de muchos años de práctica, gozar de la invisibilidad. No fue tarea sencilla, pero con un poco de paciencia, hábitos y trucos, he conseguido que nadie repare en mi presencia. La idea de llevar a la práctica tal habilidad me la sugirió una película sobre las tribus del Amazonas que vi hace una eternidad, donde se mencionaba a la de “los hombres invisibles”. Eran estos individuos expertos en el camuflaje y difíciles de identificar en la selva, hasta tal punto de que muchos dudaban de su existencia. Admirado por su destreza decidí imitarlos y aplicarme para pasar desapercibido en esa otra jungla que es la de la civilización urbana. Observando y estudiando a mis semejantes he averiguado el modo de pasar desapercibido, incluso estando presente en reuniones de pocas personas, donde nadie me atiende, (bien es cierto que la práctica docente da mucha experiencia en estas lides). O cruzándome y caminado al lado de alguien conocido, sin que me perciba. Basta con adoptar una postura inusual al andar o poner una cara extraña. De esta manera he estado pegado como una sombra a quien no me imagina a su lado, sin decir ni mu. Con estas y otras artimañas que no desvelaré por aquí para no ser cazado, me he apartado lentamente de la vida pública y el ruido de fondo, y he disfrutado de la soledad, aunque no tanto como deseara. Estoy convencido de que con unos pocos años más de práctica muchos me olvidarán por completo o dudarán de mi existencia, y me tendrán por personaje imaginario, un duende o demonio. No deja de ser un atractivo futuro.
sábado, 9 de marzo de 2024
La Batalla de Simancas
Extraordinario el trabajo gráfico
de Raúl Cáceres para el no menos sugestivo relato de Rafael Jiménez; me refiero
a La batalla de Simancas, el álbum de la editorial Cascaborra que ha visto la
luz recientemente. Hasta ahora la referencia obligada en la recreación del
medioevo peninsular eran los comics del inefable Hernández Palacios. Historietas
novedosas y arriesgadas por su estilo, color y narrativa, que vieron la luz a mediados
de los 70 del siglo pasado en la celebrada revista Trinca, un aperitivo de lo
que fue el boom de los cómics en la década posterior. El Cid, Roncesvalles, y
otras se convirtieron en referente obligado para nuevas obras no menos
ambiciosas, pero que no gozaron del prestigio de aquellas. Palacios era un
complicado rival por batir. Sin embargo, estoy convencido de que esta
recreación histórica originada por el genio y magnífico pincel de Raúlo no pasará
desapercibida y provocará un importante revulsivo respecto a lo que el cómic
aún puede ofrecer a la hora de retratar la historia. Es su estilo barroco y
detallista, violento y dinámico, el que se acomoda a inesperadas composiciones
de página, originales en cuanto al ritmo narrativo, que no da descanso al ojo
del lector y le obliga a gozar del poder de la imagen del conjunto, abigarrada
pero efectista. Es imposible no dejarse seducir por un arte tan singular e inesperado
en un terreno como es el histórico, de rutinas depuradas y clasicistas. La
representación de la etapa del Califato, sus protagonistas y escenarios, es tan
sugestiva como podría serlo la invasión de los hunos ejecutada por los artistas
del romanticismo, donde prima lo sensacionalista y chocante sobre lo racional y
equilibrado. Aunque, hay que reconocerlo, nada de lo que dibuja Raúlo obedece
al capricho y la casualidad sino al estudio y análisis detenido del proceso para
obtener el mejor resultado.
El único defecto que le encuentro
a la edición es el de que el álbum debiera haber tenido unos centímetros más,
de alto y ancho. Es un cómic que merece un formato más grande, para poder ser
apreciado como le corresponde. Y tampoco estaría de más mejorar la calidad de
la impresión en las futuras reediciones, que en ocasiones el blanco y negro se
convierte en blanco y gris. Por lo demás, una obra muy recomendable a la que
auguro un espacio significativo en la historia del cómic patrio.
Diálogo de la correctora
Hay que andarse con ojo si pones en manos de un corrector, o correctora, tu querido manuscrito, aunque esté escrito a ordenador. No debes fiarte de las promesas de seriedad y profesionalidad de la editorial, que sólo piensa en sacarte el dinero y olvidarse de ti en cuanto termines de pagar. Todo tiene un precio, incluso la fama. Recuerdo la primera valoración editorial, un informe, que me hicieron por una novela, que me costó una pasta, (¿qué imaginabas, que se la leen gratis?). Una señora me envió una carta con algunas correcciones y consideraciones que debía llevar a cabo para hacer viable el proyecto, y que yo leí con atención. Lo primero que descubrí es que uno de mis personajes, que se llamaba Paris, como el héroe homérico, se había convertido en París, la ciudad de la luz. El detalle me resultó chocante. La tilde no sólo aparecía en una sino en todas las palabras en las que se mentaba al personaje, no era un error. En ese momento empecé a recelar del terreno que pisaba. Después, la correctora señalaba otros detalles más que discutibles. Por ejemplo, que las mujeres de la nobleza persa no podían pensar ni expresarse como yo exponía. De entrada, eso es una cosa que nadie puede demostrar, porque no poseemos fuentes que lo permitan y las que tenemos son textos escritos por extranjeros y de clase acomodada en la mayoría de los casos, por tanto, podía tomarme ciertas licencias, cosa que hice hasta cierto punto. Como soy amigo del detalle, para dar verosimilitud al argumento y hacer creíble mi alegato, lo que se dice componer la escena, había recurrido a Eurípides y Séneca, por sus dramas sobre las troyanas, aquellas mujeres que padecieron la ira de los aqueos y de nobles pasaron a convertirse en esclavas. Pocos imaginan que las tragedias griegas se representaban en Persépolis y Susa, pero así era. También, confieso, me detuve en Aristófanes y sus mujeres rebeldes. Deduje, por las señas que me indicaba la correctora, que los aludidos no son autores muy leídos en las editoriales al uso, puesto que no le sonaron los diálogos. Parece ser que los antiguos no eran tan inteligentes como nosotros y no podían sugerir ciertas cosas, según su criterio. Fue con estas y otras perlas similares como fui descubriendo que iba a perder mucho tiempo y dinero en hacer algo al gusto de su ignorancia y sus bolsillos. Decidí entonces ser más cauto y con el tiempo he preferido ir a mi bola. Soy de vicios solitarios, lo he mentado más de una vez. Siempre queda la lotería, pero es que soy ateo de la diosa Fortuna.
viernes, 8 de marzo de 2024
Toriyama inolvidable
Triste noticia la de la muerte de Akira Toriyama, autor de personajes y mundos inclasificables e inolvidables, singulares e irrepetibles, originales, que ya forman parte del imaginario popular y de nuestra historia mas reciente. Conocí su obra a finales de los 80 y desde el primer momento no pude resistirme a su magnetismo. Los hay que que crecieron con el anime, en mi caso fueron sus historietas las que me sedujeron. Dragón Ball representó un cambio significativo en lo que entendíamos por manga, porque estaba salpicado de buen humor y referencias al mundo del video juego y la religiosidad oriental, el retorno a la vida, ese eterno retorno al inicio, o incluso al futuro, de edades o etapas imprevisibles de mundos imaginarios. Conocíamos las andanzas del rey mono gracias a las viñetas de Milo Manara, pero las de Goku nos hicieron inclinarnos por el héroe de Toriyama y anhelar episodio a episodio el hallazgo de las célebres bolas de dragón, que dieron para tantos chistes y tardes inolvidables. ¿Qué decir de Bulma o de Tortuga Duende? o de toda aquella larga serie de enemigos-amigos y villanos invencibles. Admiré la obra, por su grafismo y contenido, y aprendí a disfrutar y respetar el manga, y sufrí la incomprensión de las voces críticas con aquella serie popular entonces, de culto hoy, semejantes a las que padeció aquella otra de Mazinger Z en mi más tierna infancia. Donde hay ignorancia existe intolerancia. Guardaremos el recuerdo de una edad más libertaria, aunque lluevan improperios y censuren lo que consideran incorrecto los popes de la modernidad.
jueves, 7 de marzo de 2024
Cuando Doraemon era hermano
Era uno de esos hermanos de La Salle que hacía relleno o estaba de adorno en el conjunto del claustro o de la comunidad religiosa a la que pertenecía. Por edad, y porque sus facultades habían menguado, daba pocas clases y siempre a los alumnos más pequeños. Su aspecto era risueño, como el del niño que se entusiasma con cualquier detalle, y no era raro verlo confundirse con el alumnado, pero sin ejercer el papel de corrector que las normas le otorgaban sino más bien como uno de tantos. Pese a todo, le delataba su aspecto de anciano y una bata blanca que vestía a diario, cuyas mangas habían limpiado muchas pizarras. A este hermano le llamaban El Quiosco, porque siempre tenía a mano lo más oportuno o necesario que la ocasión exigiese y, naturalmente, lo sacaba de cualquiera de los bolsillos de la prenda mentada. Podían ser, entre otras cosas, lápices, caramelos, pipas, tijeras, esparadrapo, chinchetas, grapas, envoltorios de magdalenas, insectos e incluso, en cierta ocasión, una lagartija muerta. Hay que aclarar que aquellas alforjas no las llenaba sólo él, sus discípulos más cercanos y juguetones gustaban de rellenarlas, para contar el lance en el recreo. El año que tuve ocasión de conocerlo, o tal vez el siguiente, fue el mismo que acudieron al colegio unos observadores provenientes de Japón, el país del sol naciente, imagino que de la misma orden; los cuales llamaron mucho la atención en el patio porque no se cansaban de sacar fotos a cuanto se les ponía por delante. El director del colegio, El Botijo, que daba física y era un figura en la NASA, decían, los acompañó en su recorrido, repartiendo sonrisas y quedándose con las caras de algunos para repartir galletas después. Los nipones confraternizaron con todo el mundo y estoy convencido de que no quedaron indiferentes al conglomerado de sujetos que pululaban por aquellas aulas, y que no paraban de decir Kasio, Kasio, (por el reloj Casio), a su paso. En ese ir y venir tuvieron que tropezar inevitablemente con El Quiosco en más de un rellano. No quiero ser mal pensado, pero siempre que tengo oportunidad de ver un episodio de Doraemon me acuerdo de El Quiosco y barrunto si alguno de los visitantes no se quedó con la copla y andando el tiempo cuajó al personaje que acompaña a Nobita. Ya sé que alguno de vosotros, entendidos del manga, me vais a contradecir, señalando que el gato cósmico nació en el 69 y que por tanto es imposible mi conjetura. Por supuesto que tenéis razón, pero eso no lo sabe la mayoría de los que leen estas líneas y por tanto me acojo al beneficio de su ignorancia. El caso es que antes de conocer a Doraemon yo conocí al Quiosco y esta tarde me acordaba de él. Ahí queda.
miércoles, 6 de marzo de 2024
El ARCO a la ley
Ya se ha inaugurado ARCO que es esa feria de arte contemporáneo no exenta de humor; la nuestra. Lo que se expone es más o menos lo de siempre, pero es necesario cumplir con el rito y asomar la nariz aunque sea postiza, roja mejor, y quedar bien. Y, lo más importante, es que en ella se hacen grandes negocios, pese al olor a trementina. El rey va vestido, como en el cuento, si tú lo ves desnudo es tu problema, quizás debas aprender corte y confección. Ahí están, por ejemplo, algunos haciéndose un traje a la medida, en el Congreso, hasta que pase la moda. Es una operación más artística que cualquiera de las de la feria; religiosa, una cuestión de fe. Para conmemorar la efeméride yo soltaría un botafumeiro en el momento de la proclama, como el que lanza una paloma, y que oscilase por todo el hemiciclo y lo perfumase. Siempre he sospechado que debe oler a pinreles ahí dentro. Igual es que los políticos piensan con estos. Creo recordar que fue Ramón Gomez de la Serna el que me sugirió la idea. Era un tipo muy ingenioso que, aunque marchó al exilio, no se ganó el respeto de la crítica militante. Pero, volviendo a la feria, mientras a ellos les sudan los quesos, a nosotros las manos. No hacemos planes, contamos las perras y vivimos al día. La cesta de la compra no hay quien la llene, los precios van camino de alcanzar al Voyager, pero, como consuelo, nos va a quedar una convivencia cojonuda, eso sí, en Cataluña. Después, Dios dirá. Por lo pronto lo saca la Legión a hombros en un par de semanas a ritmo de Diana. Esas cosas no se ven por ARCO, pese a lo escandalosas que resultan y el toque lorquiano que indudablemente tienen. ¿Te gusta España?, preguntaba el poeta a su amigo Morla Lynch mientras se chupaban unas procesiones. El caso es que al final el segundo terminó en Alemania.
lunes, 4 de marzo de 2024
Camino entre las letras
No acostumbro a leer recomendaciones. Por mucho que me las publiciten o vendan. - Ésta te va a gustar - me dicen. No suele gustarme. Y su lectura se convierte en un suplicio que evito con prontitud, devolviendo el libro con alguna excusa o simulando que lo he leído sin consultar más que el índice o la contraportada. Soy de la opinión de que la lectura es un vicio solitario y un camino que ha de transitar uno solo, como hace el descubridor de la ciudad perdida en la selva o el náufrago que ve a lo lejos el continente que confunde con otro. Detenerse a escuchar pregones es perder el tiempo, te conducen por sendas equivocadas. Por eso tampoco recomiendo libros, que cada cual encuentre lo que busca, si tiene suerte, pero sin lazarillo. Y si no, que se pierda; perderse tiene su atractivo. Yo llevo perdido toda una vida y no quiero preguntar al que encuentro en la carretera, porque sé de buena tinta que me va a indicar la dirección menos conveniente, que es donde termina todo el mundo. Está vida se hace al andar, dijo el poeta. Y atrás dejas escrito, en cada revuelta, el mensaje de tu desconcierto, con la vaga ilusión de que no lo borrará el viento.
domingo, 3 de marzo de 2024
Soñando en un cuadro
He soñado despierto, no una sino mil veces, perderme en un cuadro. Es una sensación placentera que dura lo que un suspiro, porque cuando siento que caigo al abismo me sujeto y pregunto a dónde voy. Puedo jurar que es un instante lo que estoy dentro, pero lo suficiente para sentir que lo he andado despacio para observarlo con detenimiento, especialmente los detalles que hay detrás de cada figura, geométrica o natural, que no son sino de tizne.
Recuerdo el dato de la existencia de un hechizo de bruja que atrapaba niños en cuadros, niños malos que en realidad eran traviesos, y allí se hacían hombres y viejos, sin solución a su condena. Estoy convencido de que alguna de aquellas me la tiene jugada y más de una vez ha intentado fijarme en los límites de un marco. Pero debe ser una bruja sin mucha magia o muy torpe. Yo dejo que lo intente, me gusta curiosear en el interior de cualquier estampa, por carcomida que esté. Estoy esperando a que dé con el cuadro adecuado para dejarme caer, simulando que no puedo evitarlo, y quedarme dentro. Un día le daré una alegría, se imaginará que por fin me ha capturado, aunque, en realidad, estaré andando al fin por donde me plazca.
sábado, 2 de marzo de 2024
Liberación rima con balón
Yo tenía la esperanza de que llegase el día en que pudiese ver los estadios de futbol convertidos en eriales y en estos creciesen las hierbas, y las ovejas paciesen plácidas y los niños correteasen como locos, como se ve en las estampas dieciochescas del Coliseo romano por donde además pasean unos nobles muy emperifollados y se encabritan los caballos. Pero no tendré esa dicha. El futbol goza de buena salud y extiende su poderoso influjo a todos los ámbitos. Por eso, el feminismo que triunfa, que debe hacerlo, es el que corre detrás de un balón, para que no lo controlen los hombres, que no lo pasan, y las mujeres puedan meter también goles. Mientras el partido acaba, que promete prórrogas, volveré a mis estampas. Tengo otra del Louvre convertido en ruinas, obra de Hubert Robert. Creo que esta última es más acertada, según Putin.
viernes, 1 de marzo de 2024
Hay que tenerlo en Cuenca
Por una reciente visita a Cuenca, y mediante la oportuna intervención de una guía que pille al vuelo en un recodo, confundiéndome con uno del rebaño, me he enterado de que las casas colgantes de la mencionada ciudad no son colgantes sino colgadas. Que los conquenses se irritan y mucho si uno les pregunta por las colgantes y no por las colgadas. A mi me gusta escuchar con atención a los guías que guían turistas, sean de la ciudad que sean, porque cuentan cosas pintureras que ni los naturales conocen. Yo no creo que a estas alturas los conquenses se alteren por que les preguntes por las colgantes y no por las colgadas, no debe ser la primera vez ni la última que les interroguen en estos términos, ya tienen que estar más que aburridos y vacunados. Claro que siempre puedes encontrar a un puntilloso o a alguien con ganas de charlar o sacarte unos euros. De todas maneras, si nos ponemos en plan técnico, ni colgantes, ni colgadas, ni siquiera en suspensión porque en realidad los cimientos de estas casas son sólidos y están firmemente afianzados sobre la roca de la peña en la que la ciudad se asienta. Otra cosa es que las viguetas de madera, en ocasiones, asomen al abismo por la parte en la que no pueden hacerlo a la calle, y sobre aquellas se levanten balcones o pisos, porque así se elevaban varias plantas los pisos del medievo e incluso otros posteriores que mantenían la ciencia aprendida por generaciones. En fin, un asunto secundario que no merece más líneas. Por mi parte andaba más interesado por encontrar una calle dedicada a José Luis Coll, o una placita, (luego me enteré de la existencia de un mirador), que discutir sobre el estado de las casas, demasiado ruinosas o convertidas en pisos turísticos las más lustrosas, según mi criterio. Seguro que el amigo de Tip tendría algún chiste al respecto, sobre colgadas y colgados.