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sábado, 9 de marzo de 2024

Diálogo de la correctora

Hay que andarse con ojo si pones en manos de un corrector, o correctora, tu querido manuscrito, aunque esté escrito a ordenador. No debes fiarte de las promesas de seriedad y profesionalidad de la editorial, que sólo piensa en sacarte el dinero y olvidarse de ti en cuanto termines de pagar. Todo tiene un precio, incluso la fama. Recuerdo la primera valoración editorial, un informe, que me hicieron por una novela, que me costó una pasta, (¿qué imaginabas, que se la leen gratis?). Una señora me envió una carta con algunas correcciones y consideraciones que debía llevar a cabo para hacer viable el proyecto, y que yo leí con atención. Lo primero que descubrí es que uno de mis personajes, que se llamaba Paris, como el héroe homérico, se había convertido en París, la ciudad de la luz. El detalle me resultó chocante. La tilde no sólo aparecía en una sino en todas las palabras en las que se mentaba al personaje, no era un error. En ese momento empecé a recelar del terreno que pisaba. Después, la correctora señalaba otros detalles más que discutibles. Por ejemplo, que las mujeres de la nobleza persa no podían pensar ni expresarse como yo exponía. De entrada, eso es una cosa que nadie puede demostrar, porque no poseemos fuentes que lo permitan y las que tenemos son textos escritos por extranjeros y de clase acomodada en la mayoría de los casos, por tanto, podía tomarme ciertas licencias, cosa que hice hasta cierto punto. Como soy amigo del detalle, para dar verosimilitud al argumento y hacer creíble mi alegato, lo que se dice componer la escena, había recurrido a Eurípides y Séneca, por sus dramas sobre las troyanas, aquellas mujeres que padecieron la ira de los aqueos y de nobles pasaron a convertirse en esclavas. Pocos imaginan que las tragedias griegas se representaban en Persépolis y Susa, pero así era. También, confieso, me detuve en Aristófanes y sus mujeres rebeldes. Deduje, por las señas que me indicaba la correctora, que los aludidos no son autores muy leídos en las editoriales al uso, puesto que no le sonaron los diálogos. Parece ser que los antiguos no eran tan inteligentes como nosotros y no podían sugerir ciertas cosas, según su criterio. Fue con estas y otras perlas similares como fui descubriendo que iba a perder mucho tiempo y dinero en hacer algo al gusto de su ignorancia y sus bolsillos. Decidí entonces ser más cauto y con el tiempo he preferido ir a mi bola. Soy de vicios solitarios, lo he mentado más de una vez. Siempre queda la lotería, pero es que soy ateo de la diosa Fortuna.


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