Al chiquitajo del Dúo Dinámico le arrearon un puñetazo al final de un concierto. Fue uno que Manolo y Ramón dieron en Málaga hace un porrón de años, a finales de los 60; lo digo por situarlo, porque le hicieron volar, ni más ni menos.
El suceso vino a cuento de un comentario desafortunado, cuenta mi padre, que hizo el más feucho de los dos que no fue del agrado de un compañero suyo de la milicia.
Se habían juntado unos pocos de estos últimos con las novias o amigas respectivas, el que la tuviese, para acudir al show que en la ciudad citada fueron a dar Manolo y Ramón, que eran muy populares entonces por aquello de los 15 años que tenía su amor, cosas que hoy día no podrían ni mentarse pero entonces se cantaban y se bailaban muy a lo loco o yeyé.
Así como digo acudieron al concierto los aspirantes, vestidos de paisano y en alegre compañía, para echar la tarde de permiso, tomarse un copazo y darse unos bailoteos al ritmo del dúo que hacía su agosto de tal guisa ese mismo verano.
El espectáculo, como todos los de los catalanes, fue un éxito apoteósico. Al término del mismo se organizó el inevitable peregrinaje de incondicionales féminas en busca de su autógrafo o un recuerdo de los míticos, entonces jóvenes, cantantes, que tanto habían escuchado por la radio o visto en las películas de Marisol o Rocío Dúrcal, por mencionar alguna de las menos malas. El follón era indescriptible, más que el espectáculo previo, con ese ir de venir de jovencitas histéricas gritando y desmayándose en la fila, perdiendo zapatos, lazos y horquillas.
Como es natural, estas cosas se contagian, he aquí que la novia de uno de los militares en prácticas no quiso quedarse sin su souvenir y lo reclamó. Su acompañante, hombre complaciente, por demostrar su hombría ante la amiga, cogió al vuelo la propuesta y se ofreció a conseguirla en su lugar, porque la multitud amenazaba tempestad y era seguro el naufragio.
De este modo, el fulano en cuestión, respaldado por el resto de la guarnición, (en la mili se hacen amigos de verdad), se abrió paso hasta el escenario apartando docenas de fanáticas devotas. En lo alto de la tarima Manolo y Ramón satisfacían las exigencias garabateando firmas en papeles, revistas, fotos y cualquier superficie que las interesadas facilitaban.
Conseguido parcialmente el objetivo marcado, después de una dura competencia con las elementas, el pelotón rodeó a uno de los cantantes, el pequeño como queda dicho, que tenía menos cola, para que dejase por escrito la culminación de la hazaña.
Antes de que Manolo pusiese el ojo donde estampar el nombre, quizás a la vista del equipo, tuvo el detalle de hacerles una confesión por ser de su mismo sexo, sonriendo con malicia.
- Tenemos a todas las tías locas.
Aseveración que movió a disgusto al Jabato que había llegado hasta su altura.
- ¿A esa también? – preguntó al divo mientras señalaba a la que lo había enviado.
El Manolo, en pleno jaleo, sin mirar donde le apuntaban, que estaría pensando en largarse de allí de una vez, respondió muy alegre pero con poco tacto.
- También, también.
Terminar de decir aquello y llevarse un derechazo en la mandíbula como los que daba entonces Muhammad Ali, Cassius Clay para los amantes del boxeo. El dinámico no lo había sido tanto antes ni lo sería después del directo. Todo se volvió negro.
Comenta mi padre que Manolín salió disparado y dio dos o tres vueltas de campana por el escenario, que casi se lleva por delante la batería.
Ni te cuento el jaleo que se organizó allí arriba entonces, gritos y carreras, confusión y estupor, que, por su gravedad, movió a la intervención del orden público, gente con muy mala sombra, apartando niñas y repartiendo palos en medio de un guirigay inaudito que podría calificarse de estampida.
Menos mal que el equipo A, me refiero a los aspirantes, rodearon a su líder y salieron como pudieron del San Quintín que habían organizado.
De cómo terminó la relación con la novia no queda constancia.