Desterrado Tarquinio el soberbio, Bruto, apoyado por la plebe, instauró la República en Roma. El poder pasó a manos de dos cónsules, Bruto y Colatino, y al Senado.
Los partidarios del rey, descontentos con las reformas, prepararon una conspiración contra Bruto. En ella participaron los propios hijos del cónsul.
Se reunieron aquellos en la casa de Vitelio para tratar de los detalles de la sedición. Y un esclavo allí presente se decidió a denunciarles.
Detenidos los traidores, tocole en suerte al mismo Bruto juzgar y castigar a sus hijos. El veredicto fue culpables, la condena a muerte y la ejecución pública.
Los lictores los desnudaron y procedieron a azotarlos con varas, después a herirlos con hachas hasta su muerte. Los ojos del pueblo no contemplaban el suplicio sino el rostro del padre, donde los sentimientos luchaban contra el cargo que representaba. Bruto se mantuvo firme hasta que cesaron los lamentos y con toda dignidad recompensó, como era su obligación, al delator con dinero público, la libertad y la ciudadanía.