Empezó a barruntar aquella misma noche que tal vez no había sido buena idea alquilar por un par de meses la vieja mansión del pueblo. Pero el precio y las condiciones le habían disuadido de cualquier cuento de viejas como los que por aquellos contornos circulaban. Y es que decían que el viejo marqués, famoso por su puntería, había muerto a dentelladas en su propia cama sin dejar señal alguna que indicase cual había sido la alimaña causante de tal carnicería salvo el tamaño de los dientes.
También contaban que en el bosque cercano vivía un lobo blanco y que muchas veces el marques había intentado darle caza sin éxito. Lo cierto es que el día anterior a su muerte, avisó a sus criados para que preparasen una gran comilona pues quería celebrar el cobro de una importante pieza.
Permaneció inmóvil observando atentamente el extraño haz de luna que iluminaba la escalera y lamentó no tener a mano en ese momento su carnet de socio de la protectora de animales o una pistola con balas de plata.