Al paso de la oca desfilaba con marcialidad la Wehrmacht por los Campos Elíseos, ahogando con el estruendo de sus botas el silencio de los franceses. París había sido ocupado. Las banderas rojas con la cruz gamada ondeaban al viento sobre el arco de la Victoria que conmemoraba las batallas en las que participó el ejército napoleónico y soportaba con estoicismo la humillación germana.
Subido a uno de los árboles del paseo imperial, un individuo gesticulaba y gritaba frases ininteligibles. Rápidamente, un grupo numeroso de gendarmes y algunos miembros de las SS lo rodearon. A punta de pistola le obligaron a bajar. Acto seguido lo esposaron y se lo llevaron preso.
Era un tipo alto, de enorme cabeza y que apestaba a alcohol.
- ¿Cuál es su nombre?
- Oscar Domínguez.
- ¿Es usted español?
- Así es.
- ¿Qué hacia usted subido al árbol?
- Una proclama.
- ¿Contra el Fürher?
- Señor, yo soy un artista - respondió el detenido.
Un coronel alemán entró en el despacho y todos los presentes excepto Domínguez se cuadraron en un estruendo.
- ¿Es usted el pintor?
- El mismo.
- Quiero que haga un retrato de mi esposa.
Oscar Domínguez perdió el aplomo demostrado hasta el momento y desvió los ojos al suelo.
- Señor, ... yo soy un surrealista.
- ¿Arte degenerado?
Oscar asintió con la cabeza en silencio.
- Eso es precisamente lo que quiero - dijo el alemán y le dio una tarjeta con sus señas.
La mujer estuvo pocos días en París, el suficiente para que Domínguez le hiciese el retrato.
Su talento fue reconocido con la cantidad de diez mil francos de entonces, nadie volvió a importunarle en lo que quedaba de guerra.
J.F.P.R. Tales.