De Antonio Gala, pues…, que fue muy popular durante la transición, porque lo comparaban con Lorca y los fachas querían darle una somanta de palos, o eso contaban. ¿Por qué corres Ulises? y aquel teatro transgresor. OTAN no y la tentación sociata. La tele lo popularizó bastante con su Paisaje con figuras o las tertulias literarias, sus charlas con el Quintero, incluso con La Veneno. Su discurso arrastraba poesía de imágenes evocadoras, bellas y vanas. Después vino lo del Planeta y la fundación, sus paseos con Castillejo a la sombra de los arcos de la Mezquita. Continuó con las visitas a Vicente Núñez o Tomás Egea, para hablar mal de Almodóvar. Aquellos acertados pero escondidos y diminutos artículos en la prensa, su presencia en la boda de la hija de Aznar, o compitiendo en firmas con Paz Padilla durante una feria del libro. Nos contó la vida de Boabdil y los trapos sucios de los reyes de antaño. Ah, el beneficio de la duda. Se metió en el cine con la Velasco. Publicó sus memorias. Y luego lo vimos por La puerta del sol, entre los indignados, y se fue apagando poco a poco, en un descenso lento, muy lento, sin temer a la muerte porque la hizo su compañera o un espejo donde se disipaba su ser.
En la galería superior del colegio de La Salle de Córdoba, en una de las paredes, había, entre otras muchas, una orla con él y los compañeros de su promoción. Allí se asomaban los alumnos ociosos, cuando esquivaban al hermano José Luis, a ver su foto. El semblante en blanco y negro de Antonio gozaba de cierta iluminación de inmortalidad o ilusión. El resto de las caras decían poco o nada.