Seguidores

jueves, 22 de septiembre de 2022

Mientras decide Putin

Hoy me he despertado con la novedad de que, por el asunto de la feria, han habilitado un espacio para el mercadillo junto al instituto. Unos primos descargaban cajas de una camioneta y otros levantaban unos toldillos. <<Niña, niña >> gritaban unas payas. Nunca había visto tanto ambiente en el barrio. Hoy tienen mis pupilos un atractivo argumento para saltarse unas clases. El caso es que cuando he llegado al Centro la mayoría hacía cola en la puerta de secretaría para justificar la huelga que hay convocada mañana.

- ¿Huelga de qué? - pregunto a uno de mis entrañables repetidores, al que ya considero de la familia y, para más inri, lleva mi nombre y apellido.

- No sé.

Allí lo he dejado y he salido a comprar un melón a unos moros. ¿A quién le asusta el fin del mundo?



miércoles, 21 de septiembre de 2022

Una de Paco Umbral

Por un par de euros he pillado una novela de Umbral, La forja de un ladrón, en una de esas tiendas que ahora llaman de antigüedades y no son más que de basura, de todo aquello que nadie quiere en casa, especialmente si son las cosas de algún familiar difunto. Hay mucha gente reacia a comprar libros de segunda mano, yo no soy de esa clase. Se escudan afirmado que no saben en qué manos pudieron haber estado y les da grima hojear uno. Bien es cierto que entre sus hojas puedes encontrarte cosas muy singulares, tal vez normales: una dedicatoria a una señora que no conoces, un número de teléfono escrito en un margen, un calendario de 1986, un décimo de la ONCE con un nombre escrito, la momia de una flor de jazmín, una mosca aplastada, un moco, una mancha sospechosa... No se suele encontrar dinero. Creo que todo esto ya lo he contado en otra ocasión.

Pero no hay que exagerar, lo cierto es que la mayoría de los libros no son leídos más que una vez y muchos ni siquiera alcanzan el objetivo para el que salieron de la imprenta, por lo que suelen estar impolutos, aunque amarillos. Más de uno he comprado envuelto en su plástico, con la ventaja de que no caducan como los donuts, para mi propio asombro y satisfacción posterior.

El caso es que, volviendo al de Umbral, me hice con él, ya digo. En los créditos del libro aparece impresa una máxima: <<Está prohibida la venta de este libro a personas que no pertenezcan al Círculo de Lectores>>. Ah, vanidad de vanidades. Te da cierta satisfacción haberlo conseguido una vez leído aquello y por tan poco: dos euros. Estos del Círculo hacían buenas ediciones, aunque eran algo pesados. A mí me gustaba dejarlos entrar en casa y hablar, y que me sacasen el catálogo o me prometiesen un regalo, durante horas, pese al cabreo de mi mujer. Me presentaban las obras completas de Valle Inclán o las de Gómez de la Serna, los dos Ramones, mientras en mi mente tocaban los otros. Eran como los Testigos pero con otros textos sagrados, con la diferencia de que no los conocían más que por el título. (Otro día hablaré de los mormones también). Y mucha saliva después, entusiasmados, cuando ya sacaban el formulario y clicaban el boli para que le saliese la punta y yo firmase, que me creían captado, les decía con educación que no, que mi padre ya era socio y que con él me ponía de acuerdo cuando me encaprichaba con uno, o que él me lo echaba para reyes o el cumpleaños y que no era cuestión de quitarle al hombre la ilusión, y otras mentiras muy bien dichas y moduladas. Y el liante o lianta, que también las había, aunque se resistía al principio, se resignaba finalmente, agachaba la cabeza y buscaba la puerta para asaltar a otro incauto, lamentando el tiempo perdido. Con los años perfeccioné la comedia y le enseñaba las estanterías de mi estudio repletas de publicaciones, la mayoría tebeos, y compungido le decía que ya no tenía sitio dónde meter más, cosa que, por otra parte, he incumplido meticulosamente siempre. Hay que tener en cuenta que entonces no tenía ni internet ni hijos y en algo tenía que echar la tarde, lo digo por no parecer un hijoputa.

Pues, volviendo al motivo de la entrada, que el libro es de Paco Umbral y fue Premio Planeta en el 97. Entre los miembros del jurado estaba, por supuesto, Nando Lara y otros como Terenci Moix o Juan Eslava, el del unicornio y los templarios. Es volumen de esos que te lees de una sentada y puedes presumir al día siguiente de que has leído a Umbral. Creo que a Terenci le gustó porque hay una primera parte dedicada a la gran pantalla, a las películas y estrellas del blanco y negro que el prota veía en el cine de su barrio acompañado de su madre, y resume. De todo esto se deduce que es en parte autobiográfico, porque Umbral, por lo que cuentan y contaba tenía una madre muy maja, republicana y eso. La novela reproduce el estilo de las de la época, aquellas de realismo social con las que varias generaciones se castigaron hasta que llegó Juan Benet con sus regiones extrañas pero celebradas. Hay en la de Umbral un atractivo retrato de la posguerra que tiene cierto regusto a cartón piedra, a CIFESA. Soy de la opinión de que Umbral, a la hora de recrear su infancia y juventud, recurrió a las imágenes del NODO como escenario, o dulcificó las suyas con estas, e inventó otras, y por eso su novela, como varias del mismo autor, sabe a noticiario cinematográfico y no a realidad. Algo así como Malditos Bastardos pero literario. Creo que el cine se come la realidad y la suplanta en la memoria. Y eso era lo que quería decir al respecto e igual me quedo corto. Pero, vamos, que la novela me ha gustado.


viernes, 9 de septiembre de 2022

Isabel II, pero la inglesa.

 

Yo de Isabel II voy a recordar lo del jamón serrano. Resulta que en los inicios de este siglo saltó la alarma por lo de la gripe porcina, que es un virus que de cuando en cuando asoma y se lleva por delante miles de cerdos a cambio de miles de euros de las aseguradoras, es cíclico. Eso no impide que su carne termine convertida en embutidos y se consuma alegremente; <<lo que no mata engorda>>, dice la sabiduría popular. Pues bien, en aquella ocasión los británicos se pusieron muy serios, y estirados, y prohibieron la entrada en sus fronteras de productos cárnicos provenientes de España, es decir de los chorizos y jamones, para disgusto de los ganaderos y Carlos Herrera, que hablaba en la COPE. Aquello era un asunto muy serio, según los contertulios, que tuvo cierto alcance diplomático, pataletas y poco más, lo de la Armada Invencible, Gibraltar y todo eso. No llegó la sangre al río. La cuestión es que el gobierno inglés no había valorado lo suficiente las consecuencias de la medida. Es bien sabido que la reina de Inglaterra degustaba con asiduidad el jamón de Jabugo, no perdía ocasión de llevarse a la boca una loncha de jamón de bellota, con la corona puesta, que se le deshacía en la boca entre babas y lengua con riesgo para esta. Todo el mundo que lo ha probado sabe la sopa que origina entre los dientes. Verse privada de tal deleite era sin duda una cuestión de Estado y para tal circunstancia la Casa Real se buscó un subterfugio para que la monarca pudiera satisfacer su gastronómico capricho. No sé con exactitud cuál era, tal vez no se trataba más que de un bulo, el caso es que a Buckingham llegaron dos jamones de pata negra que sirvieron de consuelo a la reina hasta que se levantó la veda. Es difícil que creer que el duque o el Carlos no se llevasen algún que otro taco a escondidas. El caso es que con los dos perniles soportaron el chaparrón sin que se enterasen más que los criados y los que escuchaban la COPE. Con eso y con algún que otro viaje a Mallorca a visitar a los primos, a sabiendas de que en la casa de estos nunca faltaba un plato; de hecho, a Arabia también llega, pese al Corán. Por lo que se deduce, a modo de conclusión, que los de la casa de York, (de Windsor no rima), alguna excepción, no han sido nunca vegetarianos.


jueves, 1 de septiembre de 2022

Cucarachas y literatura

Cucarachas o corredoras, porque así se las llamaba en las novelas del 98 y primera mitad del s.20. Eran habituales en los cafés de las tertulias, donde se reunían los literatos, unos más viejos y otros más jóvenes, entonces, (ahora todos están muertos). Estos insectos que no respetan nuestra intimidad y asoman las antenas por el desagüe de la ducha o detrás del inodoro, para llevarse un pisotón o, con suerte, un susto, compartieron en el pasado asiento con las grandes figuras de nuestra Edad de Plata. No era raro verlas corretear por los divanes de Fornos, Antiguo o Pombo, y refugiarse en los pliegues que les ofrecían los asientos corridos o, en arriesgado equilibrio, bajo las mesas de mármol y patas de hierro; y también, hay que decirlo, en las selváticas barbas de los bohemios o el sobaco de las prostitutas que los acompañaban. Allí se alimentaban de los posos de café, las manchas de chocolate o la pringue aceitosa de los churros. Ah, dichosa criatura, amiga de la miseria humana y visitante nocturno, pequeño vampiro que nos susurras al oído pesadillas o te cagas en nuestro cepillo de dientes. ¿Cuántas de ellas no debieron anidar en el viejo abrigo de Alejandro Sawa, la boina de Pío Baroja o las pelucas de Ramón Gómez, (de la Serna)? ¿Cuántas no correrían por los hombros de Unamuno o a los pies de Lorca y José Antonio? ¿Acaso no se refirió Cansinos Assens en alguna ocasión a ellas mientras Borges, cegado por su maestro, no las veía? Ruano aplastaría colillas sobre sus cabezas.

¿Pero, por qué, te estarás preguntando paciente lector, (tal vez lectora feminista), presento a este bichejo, que no acogería en su casa ni siquiera un incondicional de una sociedad protectora de animales, con tanto adorno y tanta letra? Tú también sufres de blatofobia, lo sé.

Es por lo que sigue, por una de esas lecciones crueles que te da la naturaleza cuando menos te lo esperas, ese bofetón de madre que sabe que le debes la vida y se aprovecha. Le dicen sabia, pero es muy cruel. Y es que andaba yo hoy perdido por la calle, mirando por donde ponía los pies, (cosa extraña pues siempre busco las azoteas), y tropecé con una estampa inaudita, por mi corta experiencia en tales lides, que no olvidaré. Dos avispas habían paralizado con su aguijón a una cucaracha que las doblaba en tamaño y envergadura, y la estaban devorando con ahínco. Era extraordinario el contraste entre el amarillo limón de ellas y el meloso de su presa, tanto como dramático. La escena podría servir como excusa para un escudo, de estar en el Renacimiento, si uno sirviese a un poderoso señor, o, también, en los tiempos que corren para dedicarle unas letras a la víctima, porque no es cuestión de guardarla entre las páginas de un libro , seamos serios, a menos que sea de Francesc Español Coll.