Redy tenía un taller de reparación de motocicletas y un perro albino. Un día apareció un tipo esmirriado y le dejó una vespa con las tuercas doradas para que le cambiase los amortiguadores. Esa misma noche alguien se coló en el taller y se llevó el vehículo. Aquello no tenía precedentes y Redy se lo tomó como una cuestión personal. Guiada por su fiel amigo atravesó la ciudad y cruzó las cordilleras más altas hasta alcanzar el Reino de los Herreros. Aquellos tipejos habían reunido cientos de motos en su antro y su jefe presumía ahora de tener una Vespa de piezas de oro.
Redy no lo pensó dos veces, agarró su arma favorita y dio su merecido a todos aquellos fulanos. Después de un baño de alaridos y sangre, Redy regresó a su casa y devolvió la máquina a su propietario. El esmirriado resultó ser un mago y como recompensa le obsequió con las tuercas de oro que adornaban la moto. Con esta fortuna compró el castillo de los Herreros y montó una fabrica de osos de trapo. Ya estaba cansada de llenarse las uñas de grasa.