Cumplí once veranos y los ancianos estimaron que ya era el momento de convertirme en un hombre.
El hacedor de magia me llevó a la cueva y me enseñó a bailar como los animales. Así podría acercarme a ellos como si fuese uno más de la manada, y me dejarían compartir su carne y sus pieles. Ese día descubrí también que mi sueño tiene forma de cuervo; y desde lo más alto los hombres sólo parecen hormigas.
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