Visité al viejo que en la montaña habita con la intención ver con mis propios ojos las maravillas que según algunos viajeros había en su palacio.
No me pareció aquel lugar distinto a cualquier otro castillo. Muros de frías piedras, plazas vacías y habitaciones oscuras.
Pero cuando me dio a probar sus hiervas las paredes se poblaron de bellos azulejos y mosaicos, los patios se llenaron de flores y fuentes, las habitaciones de luces y ricos muebles, y numerosas esclavas acudieron a saciar mis apetitos.
Era tal mi dicha que decidí no abandonar jamás al viejo ni aquel extraordinario lugar. Pero un día el anciano me dijo que para permanecer allí era necesario superar unas pruebas. Entonces me puso en la puerta y me conminó a traerle la cabeza de un sultán.
Desde aquel día no duermo, no bebo y no como. Cabalgo sin cesar. En mi mente sólo hay un deseo, las hiervas de aquel lugar.