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sábado, 30 de diciembre de 2023

Napoleón vino y se fue

Hay quien para desmitificar a Napoleón recurre al episodio narrado por Stendhal en La Cartuja de Parma, en el que el emperador huye a caballo tras el desastre de Waterloo. Son un par de líneas, casi la descripción del paso y desintegración de una estrella fugaz sobre la atmósfera terrícola. Pero es mejor repasar Guerra y Paz de León, (Liev para los culturetas), Tolstoi. Es en ese tocho de páginas y letras, libro tercero, en el que se hace la mejor caricatura del corso y de lo que algunos denominan “el arte de la guerra”, que no deja de ser un caprichoso juego del destino, según el prolífico escritor ruso. Esto viene al caso de que, acabándose el año, y tras darle un repaso a la actualidad internacional, uno también gusta de presumir de lecturas y otros vicios, la vida no es sólo pornografía y onanismo. Pero puestos a desmitificar del todo, me quedo con aquella historieta de Bernet Toledano, el padre del dibujante de Torpedo, que se titulaba Los Guerrilleros, que daba caña a los gabachos y se publicaba en Trinca, aquella revista del régimen que presentaba a grandes dibujantes patrios y vaticinaba el boom del cómic de los 80. Hoy día los guerrilleros están muy mal vistos, porque se confunden con los terroristas, o eso nos quieren hacer creer. Es delgada la línea que los separa, según nos dictan los pudientes de Wall Street. Pero la historia enseña que los imperios caen porque los miserables luchan para salvar el pellejo, que es lo único que les queda, por no hablar de mucha hambre.

 

martes, 26 de diciembre de 2023

El mono que vino de Ecuador

 Mi abuelo detenía el seiscientos en la cuenta y nos animaba a bajar corriendo. El objetivo de la parada era coger a toda prisa unas mazorcas de maíz o unas matas de garbanzos, según la temporada o la curva. Los encargados del hurto éramos mi hermano y yo, mientras él permanecía al volante, con el auto en marcha. Aquel vehículo no tenía más que dos puertas, pero gracias a nuestra similitud con los cércopes sorteábamos con agilidad el obstáculo que significaba el asiento abatible y salíamos al borde del firme. En poco menos de un suspiro nos hacíamos con el preciado botín antes de que el guarda o el dueño del sembrado nos descubriese. Si pasaba lo contrario la excusa era siempre la misma, que habíamos parado a orinar y, ya se sabe, los chiquillos son así, no habíamos controlado la tentación. Pero el caso es que pocas veces hubo que recurrir a ella. Mi abuelo se reía sin pudor, por lo bajini y con ojillos entornados, cada vez que regresábamos impunes del saqueo, al tiempo que pisaba con fuerza el acelerado y retomaba la carretera, la que unía Úbeda con Torreblascopedro, su patria chica. Y era en esta donde dábamos cuenta de nuestro botín, a un mono que trajo un sobrino, tocayo suyo, que había sido misionero en Ecuador. El mico estaba atado con una larga cadena a un poste que había en el patio, junto a las cuadras. Al bicho se le iban los ojos al reconocer el maíz o los garbanzos, y usaba con avidez las manos y los dientes para hacerse con ellos, con el frenesí del que sobrevive a un naufragio o al calor del desierto. Nosotros lo observábamos un rato, viéndolo devorar las golosinas; después sus monerías, hasta que nos cansábamos. Yo le había pedido a mi tío el cura un leopardo, pero no pudo ser. Se ve que en aquellas selvas centroamericanas no había y optó por el mono, manjar para los indígenas, del que no recuerdo el nombre, pero sí sus ojos oscuros. Era más divertido que la cabeza de jíbaro que mi tía abuela guardaba en una caja y nadie había pedido a mi tío. Cuando murió, el patio perdió parte de la selva que lo llenaba.


viernes, 22 de diciembre de 2023

Pasó el gordo

Un año más pasó el gordo, también el flaco. Sin duda la mejor mentira urdida por hacienda para sacarnos unos cuartos. Ahora toca convertir el décimo en un montón de papelitos o, siendo más práctico, en un señalador para los libros que trae la Noche Buena. Habrá quién recorte el cuadro religioso por superstición y lo guarde en una cajita de madera o plateada para tales menesteres, también hay mucho coleccionista empedernido. No faltará el que se haga un canuto con él, quizás unas rayas sobre su superficie, para soñar, o consolarse, con lo que no fue. 

Ya pasó. Ahí queda eso, para el niño quedan menos ganas, o dinero, en esta vida todo es gastar.


domingo, 17 de diciembre de 2023

La de un viejo que se meaba en la catedral hace dos años

Esta mañana he sorprendido a un viejo orinando en la catedral. Con el cuidado que están poniendo en hacerla Patrimonio de la Humanidad, viene un abuelo y se mea encima. ¡Es una vergüenza! Se ha aprovechado de que están de obras y que han levantado un andamio y una grúa enorme entre la puerta de la cripta, la que da al monumento de Vandelvira mirando a otro lado, y el Colegio de Arquitectos, el palacio de los Vélez, que da a la calle Almenas, dejando un hueco muy cuco, tras un contrafuerte, ideal para el alivio. Ahí sólo puede verte la mona o un despistado que callejea, mi menda. He estado tentado de llamarle la atención, decirle algo así como: << ¡Vaya con la tercera edad! >>. Pero, como yo también me estaba orinado, me he retenido. He pensado que tal vez el día de mañana me vea en una situación semejante, por lo que he callado y he seguido mi camino impertérrito, aunque envidioso. Era un abuelo con un abrigo negro hasta los pies y con garrota, un arquetipo de novela de Jesús Tíscar. La suya ha sido una meada como las del nacimiento del Guadalquivir en la sierra próxima al santuario, a lo grande. No he cambiado el ritmo al franquearlo, no fuese que al sacarlo de su tarea me salpicase, por fortuna no ha ventoseado también. Por otra parte, no puedo negar que el sitio era cojonudo, tentado he estado de rodear la catedral, (ponte en mi situación), y volver por si ya lo había dejado libre. Bien pensado, no es lo mismo mear en cualquier rincón que tras el altar mayor de la catedral. Esto último puede parecer muy anticlerical o revolucionario, pero igual no, (creo que para recibir la Gran Cruz de Carlos III hay que ser como mínimo ministro, valga la redundancia). Quizás debía haberle preguntado por su filiación ideológica. He pensado en Franco, que está siempre de actualidad, porque tenía fama de retener la orina durante las horas que duraban los consejos de ministros, aunque luego nos enteramos de que sufría próstata, y más tarde de que tenía un huevo menos. Así he distraído la atención y con impasible ademán he conseguido llegar a mi casa, que cae lejos.

Clavileño

Era un caballo de metal, blanco, del tamaño de una mano. En un lateral tenía una llave. Si la girabas hasta un tope el caballo empezaba a vibrar y, al hacerlo, a moverse. Se desplazaba a ciegas, traqueteando de un lado a otro. Esa era toda su gracia, suficiente para un niño de pocos años. Fue uno de los primeros juguetes que tuve. De él solo recuerdo la primera vez que lo vi en acción sobre una mesita de madera, abducido por su ruidoso temblor. Creo que no llegué a ponerle nombre. Clavileño le hubiese venido bien, por lo mucho que debí viajar con él a lugares tan remotos como fascinantes, olvidados ya, y ahora amontonados en el infinito saco de la nada.

Esa AI

 A cuento de la Inteligencia Artificial se plantea la cuestión de si será posible que ésta nos gobierne. Los políticos callan. Para bien o para mal a nadie escapa que la AI no se pronuncia sobre su ideario, si es de izquierdas o de derechas. Es asunto que más que preocupar a los programadores preocupa a los empresarios, no es cuestión de que la AI ponga los puntos sobre las íes y estime que sobran directivos y haya que repartir beneficios. Por eso ya hay quien prepara un virus, por si se pone tonta y tiene ideas propias en lo social, en lo justo e injusto, en si existe o no Dios, en si la patria es o no un invento y esas minucias. Claro que también hay quien trabaja buscando un antídoto, para evitarlo, no hay que dejar un cabo suelto. Al final lo de la Inteligencia Artificial va a convertirse en una tomadura de pelo, igual termina jugando sola.


martes, 12 de diciembre de 2023

Una ganga de castillo

Su apellido es Mónaco, aunque pudiera ser cualquier otro, y no diré su nombre para no dar más pistas de las necesarias. Hay cosas que escuecen cuando se hacen públicas, no quiero romper una buena amistad.

Este amigo en cuestión se hizo con un castillo no hace mucho, una ganga inmobiliaria según él. No quise darle mi opinión cuando me lo expuso por no arruinarle el entusiasmo que manifestaba y, además, confiaba en que las copas las pagase él. Le seguí el rollo. Tenía, me confesó, grandes proyectos para el inmueble, confiaba en unas subvenciones destinadas a restaurar el patrimonio. Pero sus planes eran gastar el dinero en otras actividades, poseía información fehaciente sobre la manifestación de fenómenos paranormales entre aquellos muros. Su verdadero propósito era hacer una película, tal vez un documental, sobre fantasmas, un proyecto fin de carrera, que está terminando y le dirigen desde Madrid. Me confesó que estaba bloqueado y no acertaba con el final adecuado para el guion. No quería hacer la típica película de terror sino algo más novedoso, añadiendo detalles pintorescos relacionados con la memoria histórica, el cine de Samuel Bronston y los filmes de James Bond. Creo que mencionó también algo de un toro mecánico, pero no le presté mayor atención y no tardé en despedirme de él, dejándolo abandonado en una calle cualquiera como es mi costumbre.

El asunto de la entrada es que durante la siesta he soñado con su película. Espero que no se ruede nunca. Ha sido una experiencia terrorífica que no recomiendo a nadie. He estado tentado de llamarlo por teléfono para convencerlo de que abandone la idea, que venda cuanto antes el castillo, que su vida corre un gran peligro. Pero después me lo he pensado mejor. Pase lo que pase se lo tiene bien merecido, he recordado que al final pagué yo la consumición. 


Vida de Esopo

Esopo es ese personaje semilegendario de mediados del siglo VI a. C. que hacen autor de numerosas fábulas, ya celebradas en el pasado por sabios como Sócrates o Heródoto. Pero Esopo es también el nombre del protagonista de Vida de Esopo, un librito de autor anónimo que poseemos gracias a un manuscrito bizantino del siglo X, que narra las desventuras de un esclavo del mismo nombre y recuerda a las de los pícaros españoles del XVII. Pero no sólo eso, sino que la relación del esclavo y su amo Janto, que es un filósofo, parece un antecedente de la que existía entre Sancho y Don Quijote. Y, por supuesto, es inevitable no establecer comparación entre Esopo y el Mulá Nasrudín, figura mítica de la sabiduría sufí.
Para muchos las novelas de la antigüedad deben ser protagonizadas por celebrados conquistadores y guerreros, y ser pródigas en batallitas. En mi caso prefiero las que narran la vida de la gente del común, ignorada y marginada. Mis maestros son Luciano de Samósata y Apuleyo, y son hallazgos como el que describo los que me alientan a seguir en la misma línea.
"-¿Me puedes explicar por qué razón miramos a menudo nuestra propia mierda cuando cagamos? - preguntó Janto a su esclavo.
-Porque antiguamente hubo un hijo de un rey que por molicie y placer se pasaba todo el tiempo cagando, hasta que un día no se dio cuenta y cagó su propio seso. Desde entonces los hombres, por miedo, cuando cagan se miran para que no les pase lo mismo .- respondió Esopo, y añadió:
- Mas tú no te preocupes por eso, mi amo. No vas a cagar los sesos porque no los tienes."