Hay quien para desmitificar a Napoleón recurre al episodio narrado por Stendhal en La Cartuja de Parma, en el que el emperador huye a caballo tras el desastre de Waterloo. Son un par de líneas, casi la descripción del paso y desintegración de una estrella fugaz sobre la atmósfera terrícola. Pero es mejor repasar Guerra y Paz de León, (Liev para los culturetas), Tolstoi. Es en ese tocho de páginas y letras, libro tercero, en el que se hace la mejor caricatura del corso y de lo que algunos denominan “el arte de la guerra”, que no deja de ser un caprichoso juego del destino, según el prolífico escritor ruso. Esto viene al caso de que, acabándose el año, y tras darle un repaso a la actualidad internacional, uno también gusta de presumir de lecturas y otros vicios, la vida no es sólo pornografía y onanismo. Pero puestos a desmitificar del todo, me quedo con aquella historieta de Bernet Toledano, el padre del dibujante de Torpedo, que se titulaba Los Guerrilleros, que daba caña a los gabachos y se publicaba en Trinca, aquella revista del régimen que presentaba a grandes dibujantes patrios y vaticinaba el boom del cómic de los 80. Hoy día los guerrilleros están muy mal vistos, porque se confunden con los terroristas, o eso nos quieren hacer creer. Es delgada la línea que los separa, según nos dictan los pudientes de Wall Street. Pero la historia enseña que los imperios caen porque los miserables luchan para salvar el pellejo, que es lo único que les queda, por no hablar de mucha hambre.