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martes, 26 de diciembre de 2023

El mono que vino de Ecuador

 Mi abuelo detenía el seiscientos en la cuenta y nos animaba a bajar corriendo. El objetivo de la parada era coger a toda prisa unas mazorcas de maíz o unas matas de garbanzos, según la temporada o la curva. Los encargados del hurto éramos mi hermano y yo, mientras él permanecía al volante, con el auto en marcha. Aquel vehículo no tenía más que dos puertas, pero gracias a nuestra similitud con los cércopes sorteábamos con agilidad el obstáculo que significaba el asiento abatible y salíamos al borde del firme. En poco menos de un suspiro nos hacíamos con el preciado botín antes de que el guarda o el dueño del sembrado nos descubriese. Si pasaba lo contrario la excusa era siempre la misma, que habíamos parado a orinar y, ya se sabe, los chiquillos son así, no habíamos controlado la tentación. Pero el caso es que pocas veces hubo que recurrir a ella. Mi abuelo se reía sin pudor, por lo bajini y con ojillos entornados, cada vez que regresábamos impunes del saqueo, al tiempo que pisaba con fuerza el acelerado y retomaba la carretera, la que unía Úbeda con Torreblascopedro, su patria chica. Y era en esta donde dábamos cuenta de nuestro botín, a un mono que trajo un sobrino, tocayo suyo, que había sido misionero en Ecuador. El mico estaba atado con una larga cadena a un poste que había en el patio, junto a las cuadras. Al bicho se le iban los ojos al reconocer el maíz o los garbanzos, y usaba con avidez las manos y los dientes para hacerse con ellos, con el frenesí del que sobrevive a un naufragio o al calor del desierto. Nosotros lo observábamos un rato, viéndolo devorar las golosinas; después sus monerías, hasta que nos cansábamos. Yo le había pedido a mi tío el cura un leopardo, pero no pudo ser. Se ve que en aquellas selvas centroamericanas no había y optó por el mono, manjar para los indígenas, del que no recuerdo el nombre, pero sí sus ojos oscuros. Era más divertido que la cabeza de jíbaro que mi tía abuela guardaba en una caja y nadie había pedido a mi tío. Cuando murió, el patio perdió parte de la selva que lo llenaba.


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