Su apellido es Mónaco, aunque pudiera ser cualquier otro, y no diré su nombre para no dar más pistas de las necesarias. Hay cosas que escuecen cuando se hacen públicas, no quiero romper una buena amistad.
Este amigo en cuestión se hizo con un castillo no hace mucho, una ganga inmobiliaria según él. No quise darle mi opinión cuando me lo expuso por no arruinarle el entusiasmo que manifestaba y, además, confiaba en que las copas las pagase él. Le seguí el rollo. Tenía, me confesó, grandes proyectos para el inmueble, confiaba en unas subvenciones destinadas a restaurar el patrimonio. Pero sus planes eran gastar el dinero en otras actividades, poseía información fehaciente sobre la manifestación de fenómenos paranormales entre aquellos muros. Su verdadero propósito era hacer una película, tal vez un documental, sobre fantasmas, un proyecto fin de carrera, que está terminando y le dirigen desde Madrid. Me confesó que estaba bloqueado y no acertaba con el final adecuado para el guion. No quería hacer la típica película de terror sino algo más novedoso, añadiendo detalles pintorescos relacionados con la memoria histórica, el cine de Samuel Bronston y los filmes de James Bond. Creo que mencionó también algo de un toro mecánico, pero no le presté mayor atención y no tardé en despedirme de él, dejándolo abandonado en una calle cualquiera como es mi costumbre.
El asunto de la entrada es que durante la siesta he soñado con su película. Espero que no se ruede nunca. Ha sido una experiencia terrorífica que no recomiendo a nadie. He estado tentado de llamarlo por teléfono para convencerlo de que abandone la idea, que venda cuanto antes el castillo, que su vida corre un gran peligro. Pero después me lo he pensado mejor. Pase lo que pase se lo tiene bien merecido, he recordado que al final pagué yo la consumición.
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