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jueves, 30 de noviembre de 2023

Un extraño rostro en la foto

¿Cuántas veces no hemos descubierto una tarde o mañana cualquiera a un extraño, mujer u hombre, niño o anciana, en una de tantas fotos como nos permiten los móviles? Personajes desconocidos, ajenos a la obra que se refiere a nuestra vida, se cuelan y nos acompañan para siempre sin haber sido invitados. Los miramos y remiramos y no les vemos la gracia, porque no son guapos. Es gente fea, hemos de reconocerlo, que nos resta protagonismo y su presencia inesperada parece augurar una amenaza, un mal paso, un tropiezo, un disgusto, vamos. Sí, ya sé que existen programas y aplicaciones que te permiten eliminar al intruso indeseable, pero siempre te queda el original y el recuerdo de que lo modificaste para acabar con aquel que no tiene culpa de tus indiscriminados disparos. Pero, por otra parte, por esa misma regla de tres, ¿en cuántas fotos tomadas por desconocidos no andas tú con cara o postura extraña fastidiando el recuerdo de una familia para toda su existencia? 


Leyes y memorias

Los revolucionarios han desaparecido de las cunetas y con esta afirmación no quiero decir que los hayan enterrado en otra parte, sino que, según los entendidos, nunca lo fueron, pues dejaron a un lado, afirman, el credo ideológico que pudiera haberles animado a hacer la Revolución y se entregaron a ganar la guerra. No existieron, repito, hombres y mujeres que luchasen por una sociedad sin clases, por un paraíso comunista o libertario, en definitiva, por un mundo más igualitario y justo sin Dios ni amo. Todos ellos defendieron la legalidad vigente entonces, es decir, los principios liberales que animaban a la República burguesa. Es la conclusión a la que nos conducen los monolitos presentes en plazas y cementerios. La Revolución en España fue sólo un espejismo, pese a los monos azules, las banderas rojas, las iglesias en llamas y los retratos de Lenin. Jamás hubo revolucionarios, sino demócratas de toda la vida. Lo siento por ellos si se imaginaron otra cosa.


martes, 28 de noviembre de 2023

El piano de Federico García Lorca

Fue a mediados de los noventa, el siglo pasado, cuando me estaba acomodando en Jaén, algo que imaginaba provisional y va para 30 años. Por aquel entonces tuve ocasión de conocer de primera mano la anécdota de la familia que juraba estar en posesión de un piano que había pertenecido a Federico García Lorca. El testimonio de una tía era el argumento que esgrimían en su favor y lo exponían siempre que tenían ocasión a todo aquel que quisiese escucharles, cómo fue mi caso, no una sino varias veces. No se privaron de acudir a la prensa, radio y otros medios de comunicación, y no tardó en surgir gente con planes para el mismo, pero sin resultado. Muchas veces he rememorado y conjeturado respecto al enigma del piano. ¿Sería o no del célebre poeta granadino o simplemente uno en el que apoyó un codo para fumarse un cigarrillo? Es difícil aceptar o no la leyenda. Un piano no cabe en un bolsillo como una armónica. No es posible que un mueble de esas características, por muchas teclas que tenga, acompañe a su dueño, sino que se apoye junto a una pared para sostener unos candelabros. Es posible que de serlo Federico no lo recordase, pues puso las manos en muchos. El caso es que llegó un día que esta familia se cansó o desapareció, y me quedé con las ganas de saber el final. Igual terminó adoptado en un pub donde sonaba jazz, pero que terminaron cerrando dejándolo tan mudo como al principio. Habrá quien se lamente de haber perdido la ocasión de guardarlo en la cochera de su casa. El fetichismo no deja de ser un mal de cualquier época.


miércoles, 22 de noviembre de 2023

Sandías locas

Mi abuela tenía sobre la mesa de su dormitorio, refugiadas en la penumbra, unas sandías locas en un cestillo. Era un adorno extraño pero pintoresco que yo observaba con curiosidad de niño.
Las sandías locas son unas sandías del tamaño de una pelota de golf caracterizadas por unos filamentos flexibles a modo de espinas que brotan de su superficie.
Cuando yo era un nieto y llegaba el verano, y con él las sandías a la mesa, gustaba de enterrar unas pocas semillas de aquellas para verlas crecer. Se hacía un agujero en la tierra y metías cuatro o cinco pipas negras, y en unos días asomaban unos tallos. De esos sólo uno sobrevivía, como si devorase a sus hermanos porque le incomodaban, y al cabo de un mes más o menos daban una o dos sandías muy hermosas. Sin embargo, en ocasiones, en lugar de eso brotaban una docena de pequeñas sandías peludas, las llamadas locas, que eran incomestibles. Eran una rareza, pero emergían provocadoras como señal no sé si de buena o mala suerte, un capricho de la madre naturaleza o un hechizo de alguna mala bruja.
Por alguna extraña razón, muchas veces pienso en esas sandías locas y me pregunto si en el conjunto de seres humanos no seré yo también una de ellas, víctima de un conjuro de mi abuela que quiso atarme a su recuerdo en tan atípica experiencia.


sábado, 18 de noviembre de 2023

La flor

Relataba mi abuela con alivio y satisfacción, a partes iguales, la vez que estuvo a punto de ver en la era, hoy diríamos en la calle, a toda su familia, por un asunto de cierta gravedad, característico de una edad remota, afortunadamente olvidada o tal vez disimulada por el progreso y el liberalismo democrático. Creo que era uno de sus recuerdos favoritos, junto con el de la visita a un circo, que otro día contaré. Siendo muy niña, apenas tendría cuatro o cinco años, se prendó, como la señora de la casería en la que su padre estaba empleado, de una bonita flor que crecía en un tiesto. Si la dueña le dedicaba horas para su disfrute, no menos le proporcionaba mi abuela, también fascinada por su belleza. Todos los días se entretenía el ama en admirar su desarrollo y no tenía otra distracción que la planta y su flor. La regaba, la olía, la cantaba, la cambiaba de sitio para que no sufriese el castigo del sol, era su fijación. La señora era una mujer joven y sin hijos, tenía todo el tiempo del mundo y aquel capricho de color nacido de la tierra oscura para llenarlo.

La tragedia se produjo el día en que mi abuela tuvo la feliz ocurrencia de hacerse con la preciada joya y la cortó, supongo que para hacerla definitivamente suya, sin comprender que pertenecía a otra. Su madre sofocó un grito de terror al verla con ella en las manos, prueba de su delito. La primera reacción de su padre al tener conocimiento del crimen fue llevarse las manos a la cabeza y después darle una somanta de palos impropia de los tiempos que corren, pero habitual entonces.

El disgusto de la señora fue memorable, convertida en un basilisco, no conocía a nadie, quería expulsarlos a todos de sus tierras, como si fuesen moriscos o gitanos.

- ¡Quiero que los eches! – exigía, sin pensar en que eran varios los niños que quedarían expuestos al hambre.

El marido fue más razonable.

- Pero mujer, ¿cómo los voy a echar? José es muy buen trabajador, estoy muy contento con él.

- ¡Que no, que no, fuera todos, que se vayan, no quiero verlos más por aquí!

- ¿Pero no ves cómo ha dejado a la pobre chiquilla, que no puede ni levantarse?

Y mi abuela contaba aquel detalle sin poder contener la risa.

- Me quedé allí sentada, sin poder menearme – decía con nostalgia.

Entró la ama en razón poco a poco, y al final perdonó la falta. Creo recordar en boca de mi abuela el dato de que días después su marido la obsequió con un ramo extraordinario y ella perdonó la falta.



lunes, 13 de noviembre de 2023

De la amistad entre Lorca y Neville (II)

Al hilo de mi anterior entrada, descubro que Lorca invitó a Edgar Neville al certamen de cante jondo que se celebró en Granada en 1922. Es decir, que su amistad venía de antiguo, no de las tertulias de Morla Lynch como creía. La asistencia al evento del noble diplomático y humorista motivó la composición de unos ensayos sobre flamenco que se materializaron en un libro, 1963. En la foto que se conserva del banquete de la asociación de Periodistas de Granada de 1922, del archivo personal de Manuel de Falla, aparecen Lorca y Neville codo con codo junto a Ramón Gómez de la Serna. Datos que obvia Gibson en su biografía del poeta, al menos en la versión que conozco.





sábado, 11 de noviembre de 2023

De la amistad entre Lorca y Neville

Me llama la atención que Ian Gibson, en su biografía de García Lorca, (al menos en la edición que poseo), no mencione ni una sola vez a Edgar Neville, conde de Berlanga de Duero y humorista que, junto con otros, hizo carrera en Hollywood, la meca del cine; y desarrolló una singular obra teatral y cinematográfica en la España de la posguerra.

Sabemos por los diarios de Carlos Morla Lynch, el diplomático chileno que organizaba espontáneas tertulias en el salón de su casa, (y dio cobijo y visado durante la guerra a mucho poeta falangista), que allí se reunían gran parte de los intelectuales de la generación del 27, y otros más viejos, además de personajes variopintos de la política y el mundo de la farándula:  Luis Cernuda, Jorge Guillén, Miguel Atolaguirre, María de Maeztu, Rosa Chacel, Juan Ramón Jiménez, Rafael Martínez Nadal, Santiago Ontañón, Sánchez Mejías, Alberto, Francisco Iglesias Brage, Pancho Cossio, Manuel Azaña, etc. En estas reuniones tuvo ocasión Federico de leer sus obras antes de estrenarlas, declamar versos, tocar el piano, improvisar canciones e imitar los libidinosos movimientos de Tórtola Valencia disfrazado de Salomé cuando se terciaba.

En estas y otros actos coincidieron ambos, Lorca y Neville, tantas veces como para tener oportunidad de charlar, entablar amistad y conservar un recuerdo. Y es raro que Gibson no quiera acordarse de la experiencia como Cervantes de la patria de don Quijote.

Neville, en su aventura americana, donde coincidió con Buñuel, hizo amistad con Chaplin y participó en alguna que otra producción del mago del bastón, el sombrero hongo y los grandes zapatos, (como los de Federico). En las actitudes y gestos de Chaplin he creído y querido ver más de una vez los de Lorca, por las descripciones que hay de su persona y forma histriónica de comportarse; y muchas veces me he preguntado sobre el influjo que el granadino pudo haber sembrado en el noble madrileño y éste legado a Chaplin.

Supongo que el olvido de Gibson, o las ganas de preservar la pureza de su ídolo, tiene origen en la conversión de Neville a la Falange de Franco. El humorista había militado en Izquierda Republicana, quizás por interés en lugar de convicción, pero su condición de noble no era garantía de supervivencia, pese a su liberalidad de costumbres, por lo que, imagino, no dudó en huir a la zona nacional para salvar el pellejo.


viernes, 10 de noviembre de 2023

Allá van leyes do quieren reyes

Allá van leyes do quieren reyes es la frase que se atribuye al rey Alfonso VI, por el 1070, cuando el citado monarca tenía voluntad de cambiar el rito mozárabe, que practicaba el vulgo, por el romano, que respondía al deseo del Papa, por lo de la uniformidad religiosa.

Para evitar que el monarca impusiese su voluntad, sus súbditos le invitaron a que fuese Dios el que lo decidiese y a una hoguera lanzaron dos misales que recogían la doctrina de uno y otro.

Atentos al veredicto, las llamas escupieron el mozárabe y ardió el romano hasta la última página; y se interpretó por los doctores de la Iglesia que la divinidad se inclinaba por el del pueblo.

No contentó con el resultado, el rey dictaminó lo que le convenía y de un puntapié devolvió al fuego la esperanza popular, al tiempo que anunciaba las palabras que abren esta entrada.


sábado, 4 de noviembre de 2023

La moneda ibérica

El hallazgo fortuito de una moneda, que hiciera mi abuelo mientras cavaba entre dos olivas, le movió a imaginar que era la pista para dar con un tesoro de cuando los moros, que en el imaginario popular significaba mucha riqueza. A un golpe de azada saltó la pieza de metal, oscura y verdosa, que llamó su atención por la forma circular y el tamaño, semejante al de una perra gorda. Al pronto no supo qué había encontrado, pero tras observarla por curiosidad y con mucho detenimiento llegó a la conclusión de que era moneda de cobre o bronce y, por la mugre que tupía ambas caras, muy antigua, compañera de otras que no debían de andar muy lejos. Sin pensar en la obligación que allí lo había llevado, puso todo su esfuerzo en remover tierra en derredor, abriendo una zanja como para trinchera, sin pararse a beber ni almorzar esa mañana cegado como estaba por la riqueza que creía haber encontrado. Sólo al final del día reconoció su fracaso y haberse sentido preso de una quimera. Cabizbajo y muy cansado retornó a la casa para confesar a mi abuela su desdicha.

Quedó la moneda en la familia, recuerdo del aciago día, pasando de mano en mano como mera curiosidad, prueba de una esperanza frustrada, hasta que mi hermano decidió averiguar su ceca. La limpió con ácidos y recuperó sus caras. En una un perfil, en otra un animal, jinete a caballo o esfinge. Comparó con otras de un libro, y sacamos conclusión de que era ibérica, del mismo Cástulo.

Muchas veces he soñado con que el tesoro estaba cerca de donde mi abuelo excavó, pero ahora es imposible determinar entre qué olivas lo hizo. También imagino la historia de la moneda. Pongo cara al anterior propietario. Quizás se le cayó a Aníbal al subir a un elefante, o formó parte de la dote de Himilce, ¿la arrojaría Escipión con desprecio? Aboceto una o varias novelas. La tentación es grande, como grandes son las llanuras de la imaginación.



miércoles, 1 de noviembre de 2023

El mundo en las alturas

 No recuerdo en qué momento de mi vida decidí observar los tejados y azoteas, pero he de reconocer que son muchos los años que llevo haciéndolo. La mayoría de los mortales mira dónde pone los pies, y por eso tiene ocasión de encontrar algo. No es mi caso, siempre miro a las alturas, pero he de decir que veo cosas extraordinarias. El barrio que corona nuestros edificios es un mundo inclasificable donde reina la arbitrariedad, el capricho, la anarquía, la soledad. Sorprende el grado de imaginación y creatividad que derrochan nuestros semejantes en las alturas. Estamos acostumbrados a la infravivienda, los caprichos arquitectónicos y la ruina en las afueras, pero rozando el cielo no sólo no escasean ejemplos como los descritos, sino que además se pronuncian más complicados que a ras de suelo. Son ínsulas orientales, laberintos frustrados, paisajes infernales, oasis sobre el cemento. Resultan mudos e incomprensibles, ingrávidos, ilegales, atípicos. Os aseguro que no hay nada más distraído que observarlos con detenimiento y calma. Creo que pocas cosas son comparables a ese desbarajuste urbano, salvo los patios interiores de los bloques de vecinos, que también me sugieren múltiples asociaciones.


La herencia

 Custodio era el amigo que recibió una herencia inesperada de un anciano tío lejano, pudiente de la sierra cordobesa, gente de dineros, amigo de gastarlos en cacerías y toros, romerías, vinos, mujeres y otros vicios. Jamás imaginó Custodio lo que se le avecinaba. Hombre de bien, eterno opositor a la administración pública, aficionado al cinematógrafo y las historietas de Paco Ibáñez, (al que consideraba un Leonardo), recibió con sorpresa y escepticismo el premio otorgado por su ascendiente, que le venía por parte de madre siendo un primo lejano de ésta.

Desconfiado fue al juzgado a enterarse de los pormenores del testamento, con curiosidad por averiguar si era o no broma el anuncio certificado que le presentó el cartero, y deseo de, si fuese cierto, asegurar un porvenir que nunca vio con claridad ni certeza en los temarios de las academias.

No quedó defraudado, una vez que trató con el notario de oficio, por la memoria de su tío, que lo dejaba con tierras y montes y algún que otro negocio, que proporcionaba pingües beneficios como delataban la cartilla del banco y unos sobres que el tío guardaba en una cesta de mimbre. Asombrado por esto último hizo averiguación de su fortuna, pues parecía gallina de los huevos de oro y descubrió que era lupanar de carretera, muy popular en la comarca, lugar de asilo para aves de paso, y parque temático para pollos y gallos desmochados. Contento por su hallazgo se lo comunicó a los amigos, que eran pocos, pero incondicionales, y tuvo por acierto y buena educación acudir a comprobar el género, con la excusa de asegurarse la viabilidad de la empresa y ganas de apagar el deseo del que sufre la juventud, pero de gorra.

No fueron multitud los que le acompañaron a la gran aventura sino los que en el 3 puertas entraron, que daba cabida a 8, y que puso uno de aquellos que lo acompañaban a todas partes, gente comiquera y literata, de dudosa condición y lecturas poco edificantes que rozaban la pornografía.

Aterrizaron de madrugada donde más luz había, que de lejos parecía ovni, a un lado de la carretera que no se hartaba de reptar por entre las olivas desmochadas y el radio de las viejas minas. Allí dejaron el vehículo entre filas de camiones desvencijados y landrovers cubiertos de barro, y con cierta congoja atravesaron una puerta rosa que les daba la bienvenida y custodiaba un hombre muy negro, sentado en un taburete rojo, que sin pestañear les cedió el paso mientras parecía contar las estrellas.

En melé entraron tropezando unos con otros en un jaleo de piernas, buscando un hueco - cosa complicada porque allí se juntaban tíos como en camión de puercos - donde poder reconocer el panorama y confundirse con los parroquianos sin darse a conocer ni llamar mucho la atención.

Entre sudores, humos y wiskis fueron nadando hasta la barra, que había más luminarias, donde se arrejuntaba un tropel de señoras con poca ropa, mucho muslo y vasos llenos de hielo, y dieron de bruces sin saberlo con la encargada, que respondía al nombre de Pamela, Pam para los fijos, y no paraba de servir desde el otro lado del parapeto, con más brazos que Kali, cubatas y otros brebajes a la concurrencia masculina.

- ¿Qué va a ser caballeros? – dijo a modo de saludo sin perder ojo a bebidas y cambios de moneda.

- Veníamos a ver –murmuró el dueño de incognito, que iba en cabeza, como el que cuenta un secreto de espías.

- Aquí no hay nada que ver. O consumen o se van a la calle – torció muy seria la jefa, que era de pocas palabras, pero justas.

Al corte se produjo el silencio entre los pardillos y en lugar de discutir el siguiente paso, Custodio optó por tomar la iniciativa.

- ¿Cómo son los cuartos? – pregunto ocurrente y sin malicia.

La Pamela estrelló el tubo que andaba llenando y bautizó con ron a los que pilló más cerca. ¡Pam!

- ¡Aquí no entran maricones! – espetó. Y soltó una lluvia de improperios inimaginables en una boca pintada de carmín con tanto esmero.

Acudió al jaleo un calvo tuerto y muy cargado de hombros, como el genio que se materializa de la nada, que invitó a largarse a los inspectores.

- Señores, se hace tarde, vamos a cerrar – anunció agarrando del codo a Custodio.

- Oiga, que soy el propietario – protestó el heredero.

- Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta –gritó oportuno el amigo cultureta, trayendo a colación a Miguel Hernández, en defensa de su compadre. Y entonces fue cuando empezaron a llover hostias de todas partes, puñetazos y patadas, y algún que otro arañazo muy dañino y sanguinolento.

Les faltó tiempo para salir corriendo de la cueva, sin decir ni adiós al cerbero que se perdía en el firmamento, y subirse al coche para saltar al asfalto y zigzaguear sin demora.

Ya lejos, con el rabo entre las piernas, mientras los compadres reían la aventura y hacían planes para otra, meditó Custodio si su futuro más deseable era el que le había preparado su tío. Y con la prudencia que le caracterizaba decidió renunciar a parte de la herencia en beneficio de la Iglesia, metida entonces en bancos, que mejor sabría manejar la memoria de su pariente. De tal modo que, en unas semanas, vendió el negocio para desencanto de la fraternidad, pues no se sintió capaz administrar con diligencia lo que tantas satisfacciones podía haberles proporcionado. No se resintió la amistad por ello, aunque en ocasiones, al fantasear con lo que pudo ser, se lo echaban en cara, y es que, en el fondo, seamos justos, jamás se lo perdonaron, pero le tenían cariño.