Padecía un mal, decían las gentes, el joven Demetrio. Se sentaba en el teatro, cuando éste estaba vacío, y lloraba, reía, aplaudía y gozaba como si estuviese viendo alguna representación.
Un día los magistrados decidieron curarle, llamaron a unos médicos y con palabras persuasivas éstos consiguieron convencerle de que cuanto veía eran solo imaginaciones suyas.
Desde entonces Demetrio se paseaba triste por la escena y echaba de menos sus funciones, aseguraba que como aquellas nunca había visto otras.
Desde entonces Demetrio se paseaba triste por la escena y echaba de menos sus funciones, aseguraba que como aquellas nunca había visto otras.