Era una princesa atípica que no gustaba de vestirse de princesa sino de doncel de Sigüenza por lo menos. Y un día que así se había engalanado decidió dar un paseo por el bosque más próximo del condado. En estas estaba, ya le faltaba el resuello por la caminata, cuando le salió al paso un batracio de esos de los cuentos para señoras que leen a sus sobrinos pelirrojos y gafotas.
Se puso a croar la rana, parecía que hablaba latines. Y la princesa, que tenía el graduado, lo entendía como si fuese Horacio.
- Preciosa-. Ranó en latín el bicho.
- Soy un príncipe encantado, si me das un beso te pongo un palacete en la Castellana.
La princesa le dio una patada en el culo, sin pensárselo dos veces.
En esto que la rana, por arte de magia se volvió enano.
- Perdón-. Le dijo la princesa, pues las barbas de aquel le producían respeto.
- Tranquila hija. Hiciste lo correcto, si me hubieses dado un beso no habría roto el encantamiento y ahora sería príncipe azul y tendría que asistir a todos los partidos de fútbol del reino. Afortunadamente puedo regresar a mi casa del bosque donde tantos libros guardo y he de acabar de leer.
Se marchó el enano y la princesa se quedó muy triste. A ella se gustaba dar patadas a los sapos pues en palacio tenían prohibido el balón.
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