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miércoles, 21 de septiembre de 2022

Una de Paco Umbral

Por un par de euros he pillado una novela de Umbral, La forja de un ladrón, en una de esas tiendas que ahora llaman de antigüedades y no son más que de basura, de todo aquello que nadie quiere en casa, especialmente si son las cosas de algún familiar difunto. Hay mucha gente reacia a comprar libros de segunda mano, yo no soy de esa clase. Se escudan afirmado que no saben en qué manos pudieron haber estado y les da grima hojear uno. Bien es cierto que entre sus hojas puedes encontrarte cosas muy singulares, tal vez normales: una dedicatoria a una señora que no conoces, un número de teléfono escrito en un margen, un calendario de 1986, un décimo de la ONCE con un nombre escrito, la momia de una flor de jazmín, una mosca aplastada, un moco, una mancha sospechosa... No se suele encontrar dinero. Creo que todo esto ya lo he contado en otra ocasión.

Pero no hay que exagerar, lo cierto es que la mayoría de los libros no son leídos más que una vez y muchos ni siquiera alcanzan el objetivo para el que salieron de la imprenta, por lo que suelen estar impolutos, aunque amarillos. Más de uno he comprado envuelto en su plástico, con la ventaja de que no caducan como los donuts, para mi propio asombro y satisfacción posterior.

El caso es que, volviendo al de Umbral, me hice con él, ya digo. En los créditos del libro aparece impresa una máxima: <<Está prohibida la venta de este libro a personas que no pertenezcan al Círculo de Lectores>>. Ah, vanidad de vanidades. Te da cierta satisfacción haberlo conseguido una vez leído aquello y por tan poco: dos euros. Estos del Círculo hacían buenas ediciones, aunque eran algo pesados. A mí me gustaba dejarlos entrar en casa y hablar, y que me sacasen el catálogo o me prometiesen un regalo, durante horas, pese al cabreo de mi mujer. Me presentaban las obras completas de Valle Inclán o las de Gómez de la Serna, los dos Ramones, mientras en mi mente tocaban los otros. Eran como los Testigos pero con otros textos sagrados, con la diferencia de que no los conocían más que por el título. (Otro día hablaré de los mormones también). Y mucha saliva después, entusiasmados, cuando ya sacaban el formulario y clicaban el boli para que le saliese la punta y yo firmase, que me creían captado, les decía con educación que no, que mi padre ya era socio y que con él me ponía de acuerdo cuando me encaprichaba con uno, o que él me lo echaba para reyes o el cumpleaños y que no era cuestión de quitarle al hombre la ilusión, y otras mentiras muy bien dichas y moduladas. Y el liante o lianta, que también las había, aunque se resistía al principio, se resignaba finalmente, agachaba la cabeza y buscaba la puerta para asaltar a otro incauto, lamentando el tiempo perdido. Con los años perfeccioné la comedia y le enseñaba las estanterías de mi estudio repletas de publicaciones, la mayoría tebeos, y compungido le decía que ya no tenía sitio dónde meter más, cosa que, por otra parte, he incumplido meticulosamente siempre. Hay que tener en cuenta que entonces no tenía ni internet ni hijos y en algo tenía que echar la tarde, lo digo por no parecer un hijoputa.

Pues, volviendo al motivo de la entrada, que el libro es de Paco Umbral y fue Premio Planeta en el 97. Entre los miembros del jurado estaba, por supuesto, Nando Lara y otros como Terenci Moix o Juan Eslava, el del unicornio y los templarios. Es volumen de esos que te lees de una sentada y puedes presumir al día siguiente de que has leído a Umbral. Creo que a Terenci le gustó porque hay una primera parte dedicada a la gran pantalla, a las películas y estrellas del blanco y negro que el prota veía en el cine de su barrio acompañado de su madre, y resume. De todo esto se deduce que es en parte autobiográfico, porque Umbral, por lo que cuentan y contaba tenía una madre muy maja, republicana y eso. La novela reproduce el estilo de las de la época, aquellas de realismo social con las que varias generaciones se castigaron hasta que llegó Juan Benet con sus regiones extrañas pero celebradas. Hay en la de Umbral un atractivo retrato de la posguerra que tiene cierto regusto a cartón piedra, a CIFESA. Soy de la opinión de que Umbral, a la hora de recrear su infancia y juventud, recurrió a las imágenes del NODO como escenario, o dulcificó las suyas con estas, e inventó otras, y por eso su novela, como varias del mismo autor, sabe a noticiario cinematográfico y no a realidad. Algo así como Malditos Bastardos pero literario. Creo que el cine se come la realidad y la suplanta en la memoria. Y eso era lo que quería decir al respecto e igual me quedo corto. Pero, vamos, que la novela me ha gustado.


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