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domingo, 29 de enero de 2023

En busca de Pietro Torrigiano

Siendo adolescente cayó en mis manos un cómic, de los que llamaban tebeos, dato sin importancia porque eran miles los que leía entonces, que, aunque no era obra de ninguno de los grandes y celebrados artistas de la década de los 80, me gustó por su grafismo. La historieta en cuestión se llamaba Miguel Ángel y no era sino una biografía del insigne escultor, (como él gustaba definirse), del Renacimiento.

El nombre del dibujante de aquellas viñetas se perdió en las brumas del pasado y pocas referencias puedo dar al respecto, salvo que era italiano, igual que su héroe. Del guionista menos todavía pues, de forma injusta, apenas han recibido atención por parte de los lectores la mayoría de ellos, y yo hice lo mismo que el común en tal circunstancia.

En aquellas páginas Miguel Ángel compartía juventud y rivalidad con Pietro Torrigiano, otro artista florentino con el que intercambió algo más que instrumentos de dibujo. Los jóvenes aprendían el arte de la Grecia clásica imitando las ruinas romanas que surgían del agro y leyendo los textos paganos acogidos en las bibliotecas medievales, por el interés de unos comerciantes en reunirlas, los Mecidi en este caso, que aspiraban a convertirse en príncipes con blasones de emperador.

La historieta recogía el instante en el que Pietro rompía la nariz de Buonarroti de un puñetazo. Reunidos en la capilla Brancacci, aprendices entonces, copiaban los frescos de Massacio, el maestro de generaciones. San Pedro curaba con su sombra a los enfermos, Adán y Eva abandonaban el Paraíso. A una observación de Buonarroti sobre un trazo delator de torpeza, Pietro estalló con violencia y acalló del modo descrito la objeción de su oponente. La escena remataba con un Miguel Ángel arrodillado e impotente intentando detener la hemorragia de su nariz y un Pietro celebrando su hazaña como si se tratara de una obra de arte imperecedera sobre el rostro de su oponente. Detalle este último impresionable para un adolescente, pues transmitía un maléfico sentimiento de victoria de la pasión sobre la razón, de inesperadas consecuencias trágicas.

Bien es cierto que tampoco adolecía el herido de celo o engreimiento. Pero la diferencia entre ambos estribaba en que uno triunfó en vida y para la posteridad, y el otro acabó en los infiernos y el olvido. Por eso el personaje me terminó resultando tan atractivo y decidí, andando el tiempo, seguir su pista.

De este modo averigüé, entre otras cosas que, después de hacer carrera por diversos lugares de Europa, la pérfida Albión, y servir las armas, vino a establecerse en Sevilla, para, guiado por su genio, enfrentarse a la Inquisición y dejarse morir, condenado, por no dar su brazo a torcer en una afrenta.

El suicidio voluntario aconteció como resultado del atrevimiento de romper una imagen de la Virgen, encargo del duque de Arcos, por lo poco que éste le había pagado por ella. El suceso escandalizó al pueblo sevillano y atrajo la atención del tribunal eclesiástico. El artista dio con sus huesos en la cárcel, acusado de iconoclasta. Fiel a su carácter prefirió dejar de comer antes que reconocer su culpa, huelga de hambre lo llamarían ahora, con nefasto resultado. La soberbia lo retrataba. Así puso punto final a su agitada existencia.

<<No comas Pietro >>, dejó escrito Goya en un grabado que le dedicó tras admirar su San Jerónimo Penitente. Fue el zaragozano otro que se dejó seducir por el orgullo del florentino.

Atraído por la fuerza de aquel rebelde, ese Lucifer de las artes al que tantos celebraban, e imbuido por el romanticismo que nos envuelve en la juventud, decidí un día encararme de algún modo con el personaje y opté al fin por visitar su pieza más célebre guardada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, el San Jerónimo Penitente, obra de barro cocido que desafía al tiempo y a la indiferencia.

Hecho que contaré otro día por no robarte hoy más tiempo.



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