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sábado, 14 de enero de 2023

Leña, leña, leña

Don Manuel era un maestro republicano que tenía escuela cerca del barrio de la Cava, junto al antiguo pilar de la torre, en Úbeda. Era una casa con balcones a la calle que contaba con tres aulas, según las edades.

Por aquel entonces los jesuitas habían construido un colegio enorme a las afueras y la mayoría de la chiquillería asistía a clase en el mismo.

Sin embargo, mi abuela decidió que mi padre estudiase con don Manuel.

La excusa era que desde la esquina los veía llegar a la puerta, a mi padre y su hermano, y entrar, y así se volvía tranquila a sus labores.

Lo cierto es que, en cuanto que desaparecía, salían a jugar a la calle con el resto de los compañeros hasta que los llamaban al orden. En una de esas, cayó al suelo y se hizo una brecha en la frente. Cuando le preguntaron en casa el cómo de la herida dijo que por culpa de unos pinchos que había en la escalera de la entrada. Acudieron a dar con los pinchos y descubrieron que no había tales, por lo que se llevó unos pescozones por mentiroso.

Don Manuel tenía un título académico que el régimen no reconocía, pero con el que iba tirando y formando alumnos. A la pregunta de si enseñaba doctrina, mi padre asentía y señalaba que con él daban más que con los curas.

El libro de lectura era El Quijote, que también servía para los dictados. Don Manuel ordenaba formar un corro y los alumnos se iban sucediendo en la lectura del ingenioso.

Un día acudió mi abuelo a preguntar por la actitud de su hijo en clase. Las tutorías se hacían sobre la marcha, aunque se interrumpiese la lección. El maestro atendía al interesado en la misma puerta del aula, delante de todos los alumnos.

- Leña, leña, leña – repetía mi abuelo al tutor cada vez que éste le participaba algún borrón en el expediente académico del discípulo. Y agitaba amenazador una mano abierta mientras estudiaba con detenimiento la reacción del vástago, que no levantaba los ojos del suelo.

Hasta la calle acompañó don Manuel a mi abuelo para despedirlo.

Mi padre quedó en pie delante de sus compañeros, que recitaban al unísono, como si fuese una oración a coro: leña, leña, leña.

 

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