Triste noticia la de la muerte de Akira Toriyama, autor de personajes y mundos inclasificables e inolvidables, singulares e irrepetibles, originales, que ya forman parte del imaginario popular y de nuestra historia mas reciente. Conocí su obra a finales de los 80 y desde el primer momento no pude resistirme a su magnetismo. Los hay que que crecieron con el anime, en mi caso fueron sus historietas las que me sedujeron. Dragón Ball representó un cambio significativo en lo que entendíamos por manga, porque estaba salpicado de buen humor y referencias al mundo del video juego y la religiosidad oriental, el retorno a la vida, ese eterno retorno al inicio, o incluso al futuro, de edades o etapas imprevisibles de mundos imaginarios. Conocíamos las andanzas del rey mono gracias a las viñetas de Milo Manara, pero las de Goku nos hicieron inclinarnos por el héroe de Toriyama y anhelar episodio a episodio el hallazgo de las célebres bolas de dragón, que dieron para tantos chistes y tardes inolvidables. ¿Qué decir de Bulma o de Tortuga Duende? o de toda aquella larga serie de enemigos-amigos y villanos invencibles. Admiré la obra, por su grafismo y contenido, y aprendí a disfrutar y respetar el manga, y sufrí la incomprensión de las voces críticas con aquella serie popular entonces, de culto hoy, semejantes a las que padeció aquella otra de Mazinger Z en mi más tierna infancia. Donde hay ignorancia existe intolerancia. Guardaremos el recuerdo de una edad más libertaria, aunque lluevan improperios y censuren lo que consideran incorrecto los popes de la modernidad.
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