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sábado, 3 de febrero de 2024

La falange de Federico

 Fue un día de esos que te pierdes por el Albaicín de Granada, sin saber a ciencia cierta dónde te van a conducir los pies. Tú te fijas en la luz del sol e intentas deducir por las sombras si caminas en dirección al norte o el sur, pero no lo consigues y te pierdes por completo hasta que la casualidad te rescata y en un quiebro asomas a una calle con mucho tráfico.

Cargaba yo con un libro por aquellos laberintos, uno de Cernuda o Rosales, no podría afirmarlo con precisión a estas alturas, aunque era Luis de nombre, que había pescado en una tienda de ocasión, que por llevarlo al descubierto y bajo el sobaco me daba el aspecto de intelectual - a lo que también ayuda la gorra y una bufanda vieja que calzo -, y buscaba el sitio donde sentarme a hojearlo, ajeno al guion de la aventura que se me avecinaba.

A la vuelta de un recodo, tan blanco como otro cualquiera, tropecé con un fulano muy tieso que me salió al paso y me escrutó de hito en hito. Tenía melena camarona sobre los hombros, gruesos labios de besugo y barba de tres días. Fino y membrudo, escondía las manos a la espalda.

- ¿Qué buscas? – me preguntó de sopetón.

Y yo le contesté que nada, que estaba paseando.

- ¿No quieres chocolate?

Resoplé aliviado, pero sin salir de la incertidumbre y atajé diciéndole que no estaba allí por eso.

- Yo vengo por lo del meñique – repuse, con la vana esperanza en que conociese la romería, pues eran las fechas, y con la intención de darle el esquinazo y pronto.

Aprecié en su rostro un destello de malicia que no interpreté como debiera, y por eso respiré antes de tiempo.

- No te vayas – dijo, y en un momento se perdió en una puerta anexa.

A punto estuve de extraviarme yo también por donde había venido, pero no tuve tiempo de hacerlo pues acudió al instante.

- Ahí lo tienes – expuso, alargándome un mugriento sobre doblado por la mitad.

- ¿El qué?

- Ábrelo -ordenó, mirando de un lado a otro.

Obedecí y en vez de carta me encontré con un hueso, una falange. No entendía nada de aquello.

- Es del poeta, por mi madre – juró llevándose los dedos a la boca para besarlos.

- ¿Del poeta?

- Sí, maldita sea mi casta, del Lorca ese. Pero que no se entere nadie – anunció bajando la voz.

Mudé de color la cara y quedé perplejo. Con el hueso entre los dedos no sabía qué hacer con él.

- ¿De dónde has sacado esto? – pregunte.

- Chist. ¿Es que quieres buscarme un lío? Son quinientos.

- ¿Cómo? – respondí con sorpresa –. Yo no tengo tanto.

Se puso el tío muy feo de sofocado y nervioso, y empezó a amenazarme con sacarme los higadillos con una punta que escondía en la manga, y asomó un instante, por lo que dejamos el trato en cincuenta, que era lo que llevaba encima, amén de unos céntimos.

Cogió el parné y le perdí la pista.

Desde entonces conservo la reliquia en casa. Muchas veces he pensado en cómo deshacerme de ella. Tirarla a la basura o dársela al perro. Pero me resisto a creer que sea falsa. Pudiera ser verdadera. ¿Y si lo anuncio en el Tiktok? Temo que pueda meterme en un lío. A título anónimo he decidido mandársela al Gibson, con pelos y señales del notas que me la agenció, por si lo busca, indaga y le saca alguna información valiosa. Pero no acabo de decidirme. La tengo sobre el piano por si me sobreviene la inspiración.



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