Se llamaba Javi y era muy popular en el barrio de Saconia aunque no era de allí sino de las casas que había donde acababa aquél. EL Javi era algo mayor que todos nosotros, más o menos un par de años, que en esas edades de la infancia parecen siglos y te convierten en un hombre, aunque no pases de los 12. Se había ganado la fama por su singular entretenta que consistía en sentarse en un murete y reírse de todo el que pasaba. Así, si pasaba un hombre calvo y con lentes de gruesa montura empezaba a gritar “Mortadelo, Mortadelo”, como si pregonase la llegada del superagente de la CIA; y provocaba regocijo y risas entre los que le rodeábamos. Si en una nueva ocasión aparecía por nuestro lado una señora gruesa, indicaba con el mismo desparpajo y voz sonora: “la Ramona, la Ramona”; y aquello se convertía en el despiporre. Venga niños rodando y partiéndose de risa por los suelos.
Era de esta guisa tan poco convencional cómo nos distraíamos algunas de las largas tardes de verano. Pero como nada en este mundo es eterno, resultó que en una de sus explosiones de similitudes fisionómicas tropezó con uno que le prestó la suficiente atención como para comprender que se refería a él, y Javi se llevó de recuerdo un par de guantazos muy bien dados, de lado a lado, de esos que son difíciles de olvidar.
Pudimos verlo tras el resultado lloriqueando de un rincón a otro el resto de la tarde, en plan víctima, a él que siempre había gustado de ser juez y verdugo con las burlas. Era verdaderamente chocante aquel espectáculo. Tras la experiencia perdió mucho atractivo e influjo entre los menores. Después de aquello al Javi no es que dejásemos de verlo, sino que empezó a asomarse menos por el barrio, hasta desaparecer definitivamente y no darnos ni cuenta.
Pero he de confesar que, algunas veces, cuando me pongo a recordar, me crecen las orejas de diablillo y me parece estar subido al poyete donde él se sentaba, en pantalón corto y con las piernas recogidas como si fuese un escriba egipcio, y llamo Torrebruno a uno porque pasa y se le parece. Y después echo a correr, que no me pase lo que al Javi.
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