No hay nada más prometedor que la mañana de un día soleado, sobre todo si es un sábado, mejor que el domingo, porque el domingo es un otoño y el sábado siempre una primavera. Te levantas con ganas de vivir y te arrepientes de haber pensado en la muerte la noche anterior. Deseas correr como un loco y no perderte nada, porque imaginas que hay mucho que ver. Subes, bajas, vas y vienes. Que si hay que poner orden en la casa, que si la compra, que si el niño, que si un arreglo... Cuando quieres acordar es ya la una y eres consciente de que no has hecho nada, nada de lo que considerabas tan importante. Te paras a la cañita y adviertes que se hace tarde para comer. Así lo haces y te atrapa la siesta. Pasó esa estrella fugaz que imaginaste eterna. La felicidad es una caja de fósforos, conviene encenderlos uno a uno.
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