Si bien es cierto que soy un enganchado a la lectura, he de reconocer que no soy un lector atento a lo que leo. La prueba es que cuando me pongo a leer también empiezo a imaginar, de ahí a enlazar unas cosas con otras, recuerdos y experiencias, o invenciones mías; y cuando quiero acordar, me he leído tres páginas y no me he enterado de nada porque estaba en otra historia. Por lo que he de volver al principio y descubrir dónde y por qué motivo perdí la brújula. No es éste asunto que me preocupe, pues forma parte de mi programación, la que tenga inserta en el ADN. Pero sí que me fastidia cuando lo que seguía era interesante y descuidé en el camino. Por otra parte, muchas veces, al terminar el libro, dudo respecto a lo leído y con el tiempo, si retomo sus páginas, descubro que allí no está lo recordado, sino otra cosa, mucho menos interesante que lo imaginado. Por lo que deduzco que cualquier lectura no es sino nave que sale de un puerto, sin destino definido, al acomodo del lector y sus años de polizonte en navegaciones semejantes. Toda lectura es un viaje a lo desconocido. Ni siquiera el patrón sabe con seguridad dónde atracará su barco.
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