Del faraón Rampsinito, si es que existió alguno con ese nombre, daban razón Heródoto y contaba que volvió a la vida después de ganar a los dados a Démeter, que estaba en los infiernos. El asunto demuestra varias cosas, la primera que la diosa no controlaba a la Suerte, ni a la Fortuna, sino que se sometía al Azar del Destino, por lo que deducimos que sus poderes eran limitados. La segunda viene a colación del dato de que Démeter estaba en el Hades, que es donde vivía su hija, Perséfone, lo que significa que podía verla a diario y no sólo seis meses como nos cuentan otras versiones, todo ese rollo de la primavera y el invierno. Y la tercera es que tenía buen perder, porque de lo contrario, si hubiese sido una Atenea, por ejemplo, hubiese convertido a Rampsinito en taba o algo por el estilo, que era lo que solían hacer los dioses cuando alguien les tocaba las narices, véase Aracne o Marsias. Claro que todas estas variantes son cosa de un poeta romano llamado Ovidio. Este Ovidio hizo mucho daño, porque inventó lo que quiso y probablemente en favor propio, para hacerse el interesante. Si de lo que se trataba era de poner en tela de juicio a los olímpicos, mejor las versiones de Luciano el de Samósata, que son tan chistosas como la historia de Heródoto.
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