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martes, 23 de abril de 2024

El libro que ignoraba su día

Era uno de tantos libros que no sabía que existe un día que conmemora su ser. Asunto que, por otra parte, no le quitaba el sueño del que gozaba desde que salió de imprenta y le dieron cobijo en una librería. Este al que nos referimos era uno grueso, de tapa dura, con cubierta y solapas plastificadas, que llevaba varios años atrapado en un estante, junto con otros congéneres, volúmenes diversos, reservados y silenciosos, aunque repletos de palabras escritas; con los que, podemos decir, no se relacionaba mucho. La mayoría de las veces, por cuestiones de espacio, se apretaba entre los compañeros. En alguna ocasión reposó sobre las cabezas de aquellos, pero no tardó en recuperar su lugar en cuanto que surgió la oportunidad, al desaparecer otro, de forma provisional o para siempre. A veces esa situación generaba cierta holgura, pero pronto aparecía un gemelo o un semejante reclamando hueco. Una mano enérgica y voluntariosa se encargaba de reorganizar la balda donde convivían, y lo llevaba de aquí para allá.

Otras veces era un dedo el que recorría su lomo y lo despertaba. A veces una mano extraña lo arrancaba del nicho, lo zarandeaba, lo abría, lo aireaba un poco y volvía a depositarlo en su lugar habitual, o en otro próximo. En una de esas sufrió una caída que le dejó de recuerdo una abolladura en uno de sus picos y parte de sus páginas. Desde entonces quedó señalado y no migró a otro lugar menos concurrido, como el resto de sus semejantes, sino que permaneció por muchos años en el mismo estante.

Con el tiempo quedó arrinconado y sepultado por otros, más modernos, hasta perder por completo el contacto con la luz. Allí agazapado una araña le hizo un traje, que le permitió sobrevivir al asalto de los pececillos plateados durante varias generaciones. Fue necesario esperar a una remodelación del mobiliario del local para dar cuenta de su presencia, lo que le permitió terminar en una caja de cartón en compañía de más mutilados y viajar a otra librería menos elegante. En esta última resistió durante años el embate de las inclemencias del tiempo y el ritmo lento pero incansable de las agujas del reloj, incluso la visita de un ratón en busca de un apartamento. Un aciago día alguien reparó en su portada, manoseó sus páginas, arrugó la nariz e hizo un adverso comentario. Nuestro héroe terminó en un contenedor de papel. Lo reciclaron y convirtieron en un rollo. Ahora espera, junto a otros compañeros, la oportunidad de que algún ojo recorra su superficie.


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