Era uno de tantos libros que no sabía que existe un día que conmemora su ser. Asunto que, por otra parte, no le quitaba el sueño del que gozaba desde que salió de imprenta y le dieron cobijo en una librería. Este al que nos referimos era uno grueso, de tapa dura, con cubierta y solapas plastificadas, que llevaba varios años atrapado en un estante, junto con otros congéneres, volúmenes diversos, reservados y silenciosos, aunque repletos de palabras escritas; con los que, podemos decir, no se relacionaba mucho. La mayoría de las veces, por cuestiones de espacio, se apretaba entre los compañeros. En alguna ocasión reposó sobre las cabezas de aquellos, pero no tardó en recuperar su lugar en cuanto que surgió la oportunidad, al desaparecer otro, de forma provisional o para siempre. A veces esa situación generaba cierta holgura, pero pronto aparecía un gemelo o un semejante reclamando hueco. Una mano enérgica y voluntariosa se encargaba de reorganizar la balda donde convivían, y lo llevaba de aquí para allá.
Otras veces era
un dedo el que recorría su lomo y lo despertaba. A veces una mano extraña lo arrancaba
del nicho, lo zarandeaba, lo abría, lo aireaba un poco y volvía a depositarlo
en su lugar habitual, o en otro próximo. En una de esas sufrió una caída que le
dejó de recuerdo una abolladura en uno de sus picos y parte de sus páginas. Desde
entonces quedó señalado y no migró a otro lugar menos concurrido, como el resto
de sus semejantes, sino que permaneció por muchos años en el mismo estante.
Con el tiempo quedó
arrinconado y sepultado por otros, más modernos, hasta perder por completo el
contacto con la luz. Allí agazapado una araña le hizo un traje, que le permitió
sobrevivir al asalto de los pececillos plateados durante varias generaciones. Fue
necesario esperar a una remodelación del mobiliario del local para dar cuenta
de su presencia, lo que le permitió terminar en una caja de cartón en compañía
de más mutilados y viajar a otra librería menos elegante. En esta última
resistió durante años el embate de las inclemencias del tiempo y el ritmo lento
pero incansable de las agujas del reloj, incluso la visita de un ratón en busca
de un apartamento. Un aciago día alguien reparó en su portada, manoseó sus
páginas, arrugó la nariz e hizo un adverso comentario. Nuestro héroe terminó en
un contenedor de papel. Lo reciclaron y convirtieron en un rollo. Ahora espera,
junto a otros compañeros, la oportunidad de que algún ojo recorra su superficie.
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