Corto Maltés no estuvo en Córdoba, claro que no. Es un personaje imaginario. Hugo Pratt, sin embargo, sí estuvo en la ciudad en unas pocas ocasiones, que caben en un puño y sobran dedos. Hugo inventó una Córdoba con poco o nada que ver con la original sino con un cuento oriental, de los que surgían de las traducciones libres de Las Mil y Una Noches. Tampoco sus cordobeses eran reales, parecían sacados de un folletín decimonónico, de uno de aquellos libretos con los que se daba vida a óperas como Carmen y en los que a los toreros se llamaba toreadores.
(Si así era la Córdoba de Pratt, imagina el Brasil que nos pintaba).
El acierto de Hugo estuvo en convencer a todos los que no eran cordobeses y se reparten por los 6 continentes, aficionados al cómic, de que existió una Córdoba así. El problema está en que muchos de los que hoy habitan esta ciudad, viejos sobre todo, se han terminado creyendo aquella y se toman en serio lo de que había judíos enseñando la cábala en los alrededores de la mezquita en tiempos de la Restauración; o lo de que Corto recorría la Calleja de las Flores para ir a su casa, cuando cualquier cordobés sabe que es un callejón sin salida que no lleva a ninguna parte, de ahí su encanto.
Del paso de Corto por Córdoba no tenemos sino dos postales, del personaje delante de ambos escenarios: mezquita y calleja, como como los selfis de cualquier turista. Y también algún roce con Lagartijo, pero desde el burladero.
Sin embargo, pese a lo expuesto, ya hay quien se inventa una ruta y le busca acomodo en un rincón del casco antiguo, por donde Corto no pasó ni de puntillas. Para colmo lo han sentado en el callejero junto a Pemán, con quien no tiene lazo alguno, salvo por el hecho de que el monárquico quizás se hubiese entendido con Hugo, al menos en la juventud de éste.
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