Para los antiguos era lo del sueño el modo de entrar en contacto directamente con la divinidad. Si uno tenía una dolencia, por ejemplo, acudía al santuario de Asclepio en Epidauro y la curación se manifestaba a través de un sueño, en donde el dios daba tal o cual receta u, sencillamente, obraba el milagro. Este modo de operar lo recogieron los cristianos, que se apropiaban de lo que más útil resultaba de los paganos, y de este modo en Alejandría, por ejemplo, los mártires Ciro y Juan repartían remedios a distancia después de un descanso reparador que tomaba el enfermo. Otras veces los sueños tenían un carácter profético y avisaban de sucesos inevitables. Anoche estuve soñando con un enigma de difícil solución y me vi uniendo caracteres hasta conseguir un nombre, que no era otro que el de Mahoma. Bien es cierto que ando ahora envuelto en una investigación sobre el asunto de los mensajes divinos vía onírica, onirología lo llaman, y reparo en aquellos de los que queda testimonio en las fuentes. Y así he topado con el de Heraclio, al que vaticinaron la conquista de Jerusalén vía onírica, ya digo. Por supuesto que no voy perder el sueño por tan sugerente vaticinio. Pero en ocasiones mola sentirse sacerdotisa de Delfos e interpretar el oráculo. Puedo facilitaros mi número de cuenta corriente por si tenéis interés en conocer lo que os depara el futuro.
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