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sábado, 6 de julio de 2024

Verdad o mentira

A la verdad o la mentira se jugaba con las canicas. Mi abuela me recomendaba siempre jugar a la mentira. Si era a la verdad, podías perder tu bola después de que la golpease el contrario con la suya e hiciese gua a continuación, que era meterla en el hoyo. Había que tener puntería y acertar para lanzar las del contrario lejos y poner la tuya a recaudo y no perderla, y ganar otras. Las canicas eran de vidrio, cristal y acero. Las más chulas, (aunque para gustos no existen reglas), según mi parecer, eran las azules mar profundo. Cuando la canica había rodado mucho parecía un planeta bombardeado por meteoritos y molaba un taco ver cómo brillaban aquellos accidentes.

No mucho después, o quizás en paralelo, se pusieron de moda las dos bolas sujetas por una cuerda, una en cada extremo. Estas bolas eran más grandes que las anteriores, pero no tan grandes como las de billar. Eran de variados colores y supongo que de un plástico duro. La gracia estaba en hacerlas golpearse una contra otra, primero despacio y después más deprisa hasta que formaban una circunferencia y un estrépito de ferrocarril. Si no tenías cuidado podías llevarte un bolazo en la sien o la nariz. Yo creo que el invento se lo copiaron a los gauchos de la pampa argentina, que lo usan para enredar las patas de los novillos, pero dándole otra utilidad.

Con cordón también se hacía bailar el trompo. Se hacía un círculo en el suelo y los participantes lanzaban el suyo a toda velocidad. Los trompos tenían que quedarse dentro. El trompo que girando empujaba al resto y quedaba de rey de la pista era el ganador. El propietario se quedaba con aquellos que habían sido expulsados del recinto en uno de los choques. Un día salieron a la venta unos trompos que bailaban con un resorte de muelles al que se atornillaba y desaparecieron los cordones.

Luego aparecieron unos cables de colores, pero sin cobre dentro, que servían para hacer gruesos cordones trenzando unos con otros. Podían hacerse cuadrados o redondos. Los cuadrados quedaban muy cucos, pero se quedaban cortos para hacerse una muñequera. Si el cordón se hacía redondo, los cables daban más de sí. Combinado los colores, negro o amarillo, rojo, azul y blanco, conseguías unos más sofisticados o de bandera americana.

También había otros juegos más sencillos como tirarse piedras. Siempre terminaba alguien descalabrado, que sufría una pedrada certera de un enemigo o de uno de la propia banda con mala puntería. La sangre ponía fin a las hostilidades. Otras veces la rotura de un cristal. Pero si no se daba una situación como las descritas la distracción podía durar toda la tarde.

Me he acordado de todo esto porque ya no juego tanto como quisiera. Estoy por tirarle unas piedras a los nenes que vengan a tocar el timbre de casa. Creo que aún ando bien de puntería.


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