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miércoles, 17 de julio de 2024

La ola de calor

Ya está ahí la ola de calor que, aunque parezca mentira, es cosa del verano, pero se anuncia como novedad y consecuencia del cambio climático. Eso del calor es muy relativo porque cuando yo contaba con quince o dieciséis años era capaz de andarme media Córdoba para robarle un rato de siesta a algún amigo y no morir en el intento. Era un navegar por las callejas de la judería, perderte por el Realejo hasta la Magdalena o asomarte a la ribera donde el recodo de la noria muerta de risa, sin apartare en lo posible del amparo de la sombra de las estrecheces del camino. Reinaba el silencio absoluto y la luz era tan intensa que daba la sensación de que nunca habría noche. No te cruzabas ni con un perro, te creías superviviente de la bomba de neutrones u otro miedo de aquellos años. Era en la plaza de Abades donde en ocasiones tropezabas con semejantes, allí se arrejuntaban en coloquio las putas menos sufridas, que huían de la obligación, al amparo de un colmado que despachaba helados prefabricados y cerveza fresquita.

- Hace muncha caló para aguantar a nadie encima – decía una muy sofocada a golpe de abanico. 

Este era el diálogo, aunque siempre me he preguntado si se quejaba o se anunciaba, porque yo la veía muy fresca. Allí había otra disfrazada de hada, con su capirote y varita mágica, y una minifalda, (es que me ha venido a la memoria). 

El caso es que no era este sino el otro calor del que yo hablaba. La aventura culminaba, después de mucho callejear, en la casa de alguien, no importaba quién, siempre era uno bien recibido, aunque fuese una sorpresa. Primaba lo inesperado, nadie se entretenía con el móvil o el internet. Recuerdo que un día acudieron a mi casa una siesta de aquellas José María y Manolo, que se habían acordado de mí. Y los tres montados en la vespino del primero, sin casco ni documentación, aterrizamos en el Campo Santo de los Mártires, donde la escultura de las manos y el aroma a bosta, lugar de encuentro de una juventud con inquietudes. Se pasaba la tarde entre litronas, pipas y García Márquez, incluso algún revolcón furtivo. Podíamos con todo, incluso con el verano.


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