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sábado, 13 de julio de 2024

La vida que te inventas

Antaño yo dibujaba, era la manera más barata de hacer películas. Después reincidí porque pertenezco a una generación que en su juventud tenía dos opciones: formar parte de un grupo musical o publicar un fanzine. Yo pude hacer cualquiera de las dos cosas, pero descarté temprano la primera: sólo tocaba la raqueta acompañando a los Rolling, que entonces visitaron Madrid, o el tamtam sobre un tambor de Colon. Lo de acompañarlos es un decir porque era cuando se les escuchaba por la radio, momento que aprovechaba para grabarme en el casete. Creo que perdí definitivamente aquellas cintas, aunque guardo la secreta esperanza de que algún día aparezcan para ponértelas. Al tiempo que arañaba las cuerdas de la raqueta con la capucha de un bolígrafo, con este pintaba monigotes en los márgenes de los libros de texto del colegio. Vino la movida y el boom del cómic, y definitivamente me apunté al último. Al principio primaba la fantasía y la ciencia ficción, el terror y el erotismo, luego me hice moderno y me pasé a la línea clara. Por alguna extraña razón confundí el mito de la caverna de Platón con el humor gráfico, dejé el diseño y me pasé al chiste. Durante mucho tiempo me estuve engañando y se la colé a mucha gente, que me tomó por dibujante y visionario. Un día me di cuenta de que llevaba años repitiéndome y decidí dejar sitio a los que pintan de verdad. Desde entonces cuento historietas al vacío y dejo pasar la vida, creo que mi vocación verdadera es la de ermitaño. Yo tenía que haberme refugiado en La Tebaida y prestar una capa a María la Egipcíaca, que tendría mucho que contarme a cambio. La temperatura en el desierto es muy elevada, siempre he llevado bien el calor.


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