Era muy jodido tropezar en cocina con el cabo Marcial, un reenganchado con muy malas pulgas, incondicional de los arrestos, porque le fastidiaban y mucho, cuando tenía guardia, los que se iban de permiso o tenían pernocta. Cualquier motivo era bueno para fastidiarle a uno el plan. He aquí que Ruiz, un asociado que provenía de otro cuartel y habían reubicado en el Córdoba X, el Muriano, se la guardaba por una ocasión en que con muy malos modos le obligó a recoger unos vasos que no eran suyos, y unos veteranos se habían dejado en las mesas del comedor.
- De aquí no sales hasta que traigas
los vasos.
- Pero si no son míos.
- Este fin de semana no te vas de
permiso.
Y así se ganó la venganza del otro.
Había observado Ruiz, las veces que le
tocó cocina, que Marcial se ventilaba sin pestañear el plato del rancho que se
presentaba al coronel, una vez que éste le daba el visto bueno. Todos los días,
dos cocineros, vestidos de bonito, es decir, sin el mugriento mono que usaban
entre los pucheros, acompañaban a Marcial al despacho del mando portando una
bandeja de dos asas con una muestra del condumio para la tropa. Este ritual se
llevaba a cabo a diario antes del toque de fajina. El coronel asentía sin probar
bocado una vez que lo tenía sobre la mesa. Y así como despedía a los
subalternos estos se lo llevaban por donde lo habían traído y quedaba en un
rincón de la despensa a merced del hambre de Marcial, que lo devoraba con
fruición cuando estimaba oportuno.
Tanteó Ruiz el modo, al verlo operar
de tal modo, de darle su merecido y buscó la ocasión de condimentar
adecuadamente el plato que se comía el chusquero. Como el sujeto salía al
comedor a intimidar y poner orden, aprovechó el recluta para formar un salivajo
y depositarlo entre los pellejos de los garbanzos. En esto que asomó Pastrana,
que era uno de los cocineros y le llamó la atención.
- Chist. ¿Qué haces, picha?
- Nada, nada – respondió acojonado
Ruiz, que ya se veía durmiendo en el calabozo el resto de la mili.
- Quita de ahí – dijo a empellones el
marmitón, apartando al otro; y así como avisó, gargajeó y lanzó con puntería de
experto un escupitajo verdoso allí donde cayó la salivilla de Ruiz.
Y sacando una cuchara de madera del
bolsillo del mono de color indefinido removió con mucho esmero el caldo.
- El toque del chef – expuso muy serio
ante el asombro del binomio.
Volvió Marcial después de unos partes
en busca de su menú, tomó asiento y cubierto, y se lo merendó tan tranquilo,
mientras Ruiz y el Pastrana se fumaban unos canutos en el cuarto de la basura.
- Así llevo alimentándolo to la mili.
Que se joda – murmuró el pinche con los ojillos vidriosos y la risilla tonta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario