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miércoles, 17 de enero de 2024

El demonio Nerón

De Nerón cuentan los antiguos que, aunque muerto, siguió siendo visto por muchos de la plebe deambular por las callejas de la vieja Roma, paseando entre las muchedumbres, sentado junto a las multitudes del circo, ascendiendo con los peregrinos las escalinatas del Capitolio. Siempre ataviado con la toga púrpura, la corona de laurel sobre la cabeza y el arpa en un brazo, pero sin llamar mucho la atención, discreto en sus evoluciones, lento en sus ademanes. De hecho, quienes afirmaban haberlo reconocido murmuraban con cierto temor que no parecía sino una sombra de lo que fue, un reflejo de un espejo, un extraño aliento o vaho presto a disiparse en cualquier instante. En cierta ocasión fueron varios los que quisieron verlo tumbado en el fondo de la piscina de las termas, a los pies de los ociosos, escondido entre los remolinos de aceite y orines. Pero también, afirmaban otros, en forma de cuervo, incluso de árbol seco.

Fueron los cristianos los que, con el aumento de los de su secta, se encargaron de alejar al fantasma de la ciudad. Acometieron con ardor las tareas propias del exorcismo en todos los lugares donde los paganos juraron verlo y de este modo conjuraron el maleficio, dejando memoria del remedio, por si decidiese regresar del Infierno, en los rollos del Apocalipsis.

Pero Nerón ha regresado. Su figura inconfundible ha empezado a proyectarse en las paredes de las ruinas de la que fue su casa, como una nueva suerte de cinematógrafo.

El papa ha empezado a trazar círculos en su entorno con preocupación. Sospecha que la fórmula del Apocalipsis ha caducado o ya no es eficiente para detener al Maligno.

Es de noche en Roma. Y junto al Coliseo se alza una elevada sombra, un extraño haz de oscuridad que apunta y se funde con el firmamento, como un obelisco maldito.




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