Tuvo el atrevimiento de romper con todas las reglas, físicas y humanas, y llevarse por delante las tiendas donde dormían los reclutas. Tres fallecieron en el acto, otros tantos salieron quebrantados del maremágnum. Sucedió durante unas maniobras, de aquellas del Muriano, las que preceden a la jura de bandera.
Una vez que se
hicieron las pesquisas oportunas, y no se encontró a otro responsable, el alto
mando optó por arrestarlo. En un solar apartado que había junto a las cocheras le
hicieron un sitio, y allí lo dejaron plantado para que cumpliese la condena.
Fui a conocerlo
un día que me toco la guardia, hasta entonces no había sabido sino lo que de él
contaban.
El monstruo
mecánico permanecía inmóvil, indiferente a su suerte, contenido, pero conservando
en su apariencia la promesa imprevisible de ponerse en movimiento. Sus grandes
y rugosas ruedas lo separaban de la tierra, dando la sensación de que levitaba
y, así de bien plantado, se enseñoreaba, orgulloso, igual que el anuncio del
brandy en la cuneta, sobre el resto de sus semejantes, aparcados en monótona hilera.
Yo lo contemplaba con respeto, como el maletilla al toro, y lo rodeaba sin dejar
de estudiarlo, atento a cualquier movimiento, temeroso de un arranque de los
suyos. No me detenía frente a él por si saltaba sobre mí, tampoco a ambos lados
por si volcaba, ni detrás por si reculaba. Tras su frialdad metálica se
escondía un asesino y yo era consciente de que el cetme no iba a servirme de
mucho si sufría un volunto de los suyos, como los granaínos aquella fatídica
noche. No hice sino rodearlo en un sentido y después en otro, sin hallar
descanso en mi camino. Conté los minutos con cobardía y se me hicieron bíblicos,
creí que el Sol se detenía.
A las dos horas
acudió el alférez con el retén y di novedades. Quedó otro en mi lugar. Respiré
aliviado.
Desde la
distancia, aprovechando una revuelta, lo busqué y descubrí de nuevo su figura achaparrada,
de ángulos rectos, estática, confundida con el color del roquedo, como bestia
antediluviana o dragón que se hace el dormido, en realidad presta al asalto.
Quizás aguardando el toque de retreta para desatar su furia.
Y la noche se
acercaba.
- Ahí te vas a
quedar – murmuró un veterano a mi vera, sin dejarme acertar a comprender si se
refería a mi o al camión asesino.
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