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viernes, 19 de enero de 2024

El camión asesino

Tuvo el atrevimiento de romper con todas las reglas, físicas y humanas, y llevarse por delante las tiendas donde dormían los reclutas. Tres fallecieron en el acto, otros tantos salieron quebrantados del maremágnum. Sucedió durante unas maniobras, de aquellas del Muriano, las que preceden a la jura de bandera.

Una vez que se hicieron las pesquisas oportunas, y no se encontró a otro responsable, el alto mando optó por arrestarlo. En un solar apartado que había junto a las cocheras le hicieron un sitio, y allí lo dejaron plantado para que cumpliese la condena.

Fui a conocerlo un día que me toco la guardia, hasta entonces no había sabido sino lo que de él contaban.

El monstruo mecánico permanecía inmóvil, indiferente a su suerte, contenido, pero conservando en su apariencia la promesa imprevisible de ponerse en movimiento. Sus grandes y rugosas ruedas lo separaban de la tierra, dando la sensación de que levitaba y, así de bien plantado, se enseñoreaba, orgulloso, igual que el anuncio del brandy en la cuneta, sobre el resto de sus semejantes, aparcados en monótona hilera. Yo lo contemplaba con respeto, como el maletilla al toro, y lo rodeaba sin dejar de estudiarlo, atento a cualquier movimiento, temeroso de un arranque de los suyos. No me detenía frente a él por si saltaba sobre mí, tampoco a ambos lados por si volcaba, ni detrás por si reculaba. Tras su frialdad metálica se escondía un asesino y yo era consciente de que el cetme no iba a servirme de mucho si sufría un volunto de los suyos, como los granaínos aquella fatídica noche. No hice sino rodearlo en un sentido y después en otro, sin hallar descanso en mi camino. Conté los minutos con cobardía y se me hicieron bíblicos, creí que el Sol se detenía.

A las dos horas acudió el alférez con el retén y di novedades. Quedó otro en mi lugar. Respiré aliviado.

Desde la distancia, aprovechando una revuelta, lo busqué y descubrí de nuevo su figura achaparrada, de ángulos rectos, estática, confundida con el color del roquedo, como bestia antediluviana o dragón que se hace el dormido, en realidad presta al asalto. Quizás aguardando el toque de retreta para desatar su furia.

Y la noche se acercaba.

- Ahí te vas a quedar – murmuró un veterano a mi vera, sin dejarme acertar a comprender si se refería a mi o al camión asesino.


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