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martes, 9 de enero de 2024

El origen marrano del perro

Lo de que el perro viene del lobo es una mentira piadosa para los que aman a los chuchos, que son numerosos, y viven para ellos. Pero los que tenemos perro no por decisión propia sino porque así lo ha decidido el destino sabemos fehacientemente que el can viene del cerdo. De un cerdo prehistórico, sí, pero cerdo, guarro, marrano y todos los sinónimos que le corresponden. De hecho, en extremo oriente hay granjas de perros como aquí de gorrinos, y se los comen.
La deducción proviene de la observación diaria y simple, a golpe de vista, sin necesidad de esforzarse para apreciarlo. No hay materia en descomposición, llámese mierda, que no sufra la agresión del hocico del can, y en ocasiones un lametón oportuno. Tampoco evita éste el aroma del orín, sino que bucea en él con frenesí y disgusto, si descubre que es de otro.
Pese a que la alimentación la cubre, en teoría, con deliciosas bolas de pienso, anunciadas por TV, no pierde la ocasión de tragar como si fuese golosina todo lo que encuentra en la acera sea restos de comida, pañuelos llenos de mocos u masas gelatinosas de origen incierto. Costumbre esta última de imposible enmienda, ni con trucos como el de las galletas, que sólo sirven para afianzar sus sucias pautas y aprender el modo de conseguir premios por ello.
Es, en fin, esta criatura parasitaria que nos acompaña, amigo fiel e incondicional, (pese a todas las medidas correctoras que le impongamos,) que goza de la inmundicia, se la apropia y comparte con nosotros, y que nos quita el sofá o se sube a nuestra cama y pone carita de cordero degollado si pretendemos echarla, la que viene del cerdo.

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