Era en estas fechas cuando mi tío Antonio, que cortaba con hacha, se quejaba de las podas, y se manifestaba muy crítico con los operarios responsables de ellas. Me contagió esa desazón por la manera de desarmar la naturaleza como si fuese un tablado de comedias de barrio o una plaza de toros portátil. Desconozco el criterio que anima a las personas que se ocupan de tan ingrata tarea, (órdenes de arriba, supongo), pero el resultado es de lo más descorazonador. He ahí unos árboles frondosos hace unos meses convertidos ahora en palos mutilados, que parecen clamar al cielo por la gran injusticia cometida contra ellos. Es verdad que de desnudarlos ya se encargó el otoño, pero conservaban el espacio que habían reconquistado con sus varas caprichosas y anárquicas como arterias y venas, bronquios y bronquiolos, de un organismo. Ahora muestran los viejos muñones y las heridas, prueba del ataque improcedente, y se convierten en piezas grisáceas de una extraña exposición en pleno casco urbano, que evitamos contemplar desviando la mirada hacia otra parte. Y es entonces cuando dudamos, con cierta desesperanza, de su resurrección en primavera.
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miércoles, 10 de enero de 2024
La tala
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