En uno de esos artículos que Pío Baroja escribió durante su corto exilio al diario argentino La Nación se ocupó de la figura del verdugo, ese funcionario tantas veces retratado en novelas y películas, por no hablar también de tebeos. ¿Quién no recuerda el de Berlanga? Relata Pío en el texto mentado la pasión de algunos viajeros ingleses por conocer personalmente al más famoso de todos, el francés Sansón, aquel que hizo caer la guillotina sobre el cuello de nobles, clérigos e incluso revolucionarios franceses, (se entiende que cuando se había retirado de tan funesta profesión). Tratado como atracción turística, respondía a todas las preguntas y pormenores que los viajeros le hacían, e incluso atendía con paciencia a aquellas jovencitas que le suplicaban representar con ellas como víctima el ritual previo al cumplimiento de la sentencia. Y es que siempre ha habido curiosos y gente para todos los gustos. Sospecho que uno de aquellos impertinentes ingleses debió de ser el mismísimo Charles Dickens, para documentarse, puesto que dedicó a Sansón algunos párrafos en su novela Historia de dos ciudades. Es probable que tomasen un té juntos, o una copa de vino francés.
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