40 años hace de Dragón Ball que para algunos, los de mi quinta al menos, fue un volver a empezar, recuperar la ilusión perdida, cuando de la tele borraron Mazinger Z y nos arrebataron parte de la infancia, la más robótica. Lo que nos llegó primero de las bolas fue la serie de TV, y ya nos enganchamos, por su sentido del humor, erotismo y grandes aventuras. Más tarde vinieron los comics, llamados manga. La alegría nos duró poco porque ya entonces la progresía la emprendió con Goku y sus secuaces, y de este modo incluso en la universidad se censuraba su "extremada crueldad" y se tachaba de perniciosa para los infantes. No faltó la consabida campaña contra el manga: "la violencia del dragón", escribió algún pirado en la prensa más izquierdista, ni te cuento en algunas tertulias televisivas. No hicimos ni caso, incluso nos atrevíamos a organizar charlas, exposiciones y jornadas sobre nuestros pintorescos héroes, para escándalo de algún catedrático. Ahora reunimos en casa las viejas ediciones y las nuevas, es una singular enfermedad la del fetichismo, de la que uno no pretende curarse. Creo que al hilo de la entrada voy a calzarme unas zapatillas, de esas sencillas de suela plana, haré unas cabriolas y lanzaré y una honda vital, imaginado que va contra tanto moralista, más que nada por hacerme la ilusión de luchar contra las normas, por fastidiar a los pijos de izquierdas, que se hacen viejunos.
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