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miércoles, 13 de septiembre de 2023

Ian Lorca

Esa biografía de Federico que hizo tan popular a Gibson es más bien una hagiografía y no por ello deja de ser interesante. También pintoresca y cómica en ocasiones. Uno no sabe a qué atenerse en cada párrafo que lee.

Podría estar sacándole punta a este lapicero durante horas, incluso años, pero lo dejaré en unas líneas por no aburrirte, paciente lector, y que pienses, si no lo has hecho a estas alturas, que tengo algo en contra del poeta, que no es cierto, sino contra los que durante años vienen medrando de sus exequias.

No voy a negar que el libro esté bien documentado, sino que lo es en exceso y abierto a lo apócrifo como buen evangelio o libro de santos mártires, que bien pudiera añadirse, por abundancia en apólogos, a uno de tantos cuentos de la Leyenda Dorada, salvando las distancias que marca el calendario. Son defectos comunes a los que profesaron la fe católica en su infancia y ahora andan buscando ídolos inmortales por paisajes sombríos.

Y es que en el libro al que me refiero siempre hay espacio y refugio para el murmullo, el cotilleo, el bulo, la anécdota, la fábula, lo prodigioso y lo indemostrable, es decir de aquello que carece de un fundado documento científico, prueba material que pueda verse y palparse. Raro es el personaje de cuantos en sus páginas aparecen, de aquellos que conocieron o dijeron conocer a Federico, que no perdió o quemó unos papeles, poemas, cartas, libretos, confesiones y otros que éste le legó. E Ian deja constancia de todos ellos, como si fuese un periodista que recoge el testimonio del avistamiento de un OVNI, sin cuestionarse si le están o no tomando el pelo los lugareños mientras le sacan unas cañas y la oportunidad de salir en la tele.

Es una pena que una parte considerable del trabajo del prolífico poeta haya sufrido el prurito de aquellos que querían proteger su imagen pública y terminado siendo pasto de las llamas. Y así, por ejemplo, podemos saber, de una orgia que tuvo Federico con hombres negros en New York, una especie de Blacked pero sin ninfa, (o la ninfa era él), por una carta inédita, aún no publicada, que pudo leer un conocido escritor contemporáneo, (no le daremos fama), de manos de un amigo íntimo del poeta que tenía orden de rasgarla una vez leída, pero que cincuenta años después no lo había hecho todavía, aunque a estas alturas del cuento es posible que sí… o no, y a saber dónde anda y en qué condiciones. Pero que ahí queda eso sea o no cierto.

He de reconocer que son estas cosas las que dan sabor al libro, que pueden ser un buen recurso literario para mantener al lector en vilo, no hay nada como la pornografía para avivar el interés, pero que provocan cierta hilaridad y la duda de la autenticidad del resto de los datos y fuentes.

Y es curioso que Ian de por buenas estas filfas y le ponga peros, por ejemplo, a la amistad de Fede con José António, pese al testimonio verbal de Celaya, cuando sabemos por los diarios de Morla Lynch que éste último era muy amigo de ambos, y que así en un párrafo habla del poeta y en el inmediato del político.

No quiero rascar más. Otro día le damos otro repaso.


 

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