Por azares del destino tuve la suerte o la desgracia, según se mire, de estar al frente de varios de los talleres de comics que durante varios años, (inicios de los 90), se fueron sucediendo en La casa de la Juventud del Ayuntamiento de Córdoba, cuando esta tuvo sede en la calle Adarve de Córdoba, que es una muy estrecha donde acostumbraban a atascarse las camionetas de reparto poniendo en peligro el patrimonio artístico de la ciudad en forma de oratorio de La Virgen del Cerrillo, que se apoya en parte de la muralla romana que hace de base.
No acabo de comprender cómo es posible, así con perspectiva, sin ser profesional del comic y no tener más experiencia que algunos fanzines de tirada anecdótica, que pudiese ponerme al mando de tal nave, pero así fue y en varias ocasiones.
A raíz de su traslado, en La Casa decidieron tirar la ídem por la ventana e hicieron una importante oferta de talleres y múltiples actividades. Iniciativas a las que acudieron muchos monitores al espejismo de una colocación fija que no se materializó. Ello motivo que el que de ellos estaba a cargo del novedoso taller dimitiese y la plaza quedase libre. Carlos Pérez Mejías, un profesional de la línea pulcra y meticulosa, algo frío por su perfeccionismo, fue el primero de la lista de los que nos hicimos después con la tarea. Fuese Carlos y quedar vacante el puesto. Nos dieron el toque a varios, por si queríamos ser su sustituto, todos dudaron; y con el desparpajo y la imprudencia que me caracterizaba me presente voluntario para impartirlo, y me aceptaron.
El caso es que me encontré frente a un grupo de gente que no era sino de aficionados como yo, a los que poco o nada podía enseñar y de los que aprendí bastante. He de reconocer que mi presencia decepcionó a más de uno, pues contaban con alguien más preparado. Yo me esforcé por engañarlos a todos.
Por Córdoba pasaron artistas como Carlos Vila o Jesús Blasco, dando cursos intensivos que no tenían parangón. No fue mi caso. Hice lo que pude, sobre todo amigos. Muchos de ellos pasarían a formar parte de la leyenda de Tebeonautas. Aún contemplo con satisfacción el cariño que me manifestaron con los dibujos en los que me retrataban. Salgo favorecido.
Por aquellos talleres desfilaron no solo dibujantes, también gente muy pintoresca. El taller se convirtió en una especie de taberna de Star Wars. Los hubo permanentes y otros que pasaron de puntillas. Pocas chicas, pero muy preparadas.
En la misma Casa tenía sede Radio Lupa, y allí rematábamos más de una clase dando rienda suelta a las opiniones y dichos más disparatados.
El aula daba a la calle Adarve, por allí se asomaba con frecuencia el bedel, un tipo muy fantasioso que tenía predilección por una ventana. Un día me confesó que desde allí veía en bragas a la vecina de enfrente, pero también me dijo en otra ocasión que en la cafetería de la Casa le comían el conejo a la camarera detrás de la barra mientras servía las cocacolas. Fui comprendiendo que en su cabeza había una buena película, pero no era el único. Ya digo que por allí pasamos gente con mucha imaginación. Hay mucho que contar.
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